“LA SABIDURÍA DE LA NO-DUALIDAD”
A propósito de un libro lúcido que abre horizontes de vida
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“El cartesianismo sutil es la comprensión de los fenómenos espirituales y transpersonales de acuerdo con un modelo de conocimiento y cognición sujeto/objeto… [Sin embargo], el modelo cartesiano de conocimiento no es adecuado para explicar los fenómenos transpersonales, [por lo que] la teoría transpersonal ha sido explícitamente anti-cartesiana o post-cartesiana… El cartesianismo era una epistemología inadecuada para los estudios transpersonales porque los fenómenos transpersonales disuelven la distinción entre sujeto y objeto… Desde una perspectiva transpersonal, la filosofía contemporánea parece estar haciéndose no dual en ciertos aspectos epistemológicos”.
“La naturaleza de los fenómenos transpersonales hace implausibles al objeto y sujeto cartesianos”[1].
Estas palabras del acreditado teórico transpersonal Jorge Ferrer constatan lo que parece ser una gran revolución de nuestro momento cultural: el modelo mental, dual o cartesiano de cognición es incapaz de dar razón adecuada de lo real y reclama ser trascendido.
Pues bien, con esa cita, quiero iniciar el comentario sobre uno de los libros que más me han conmovido últimamente por su profundidad, su amplitud, su rigor, e incluso por su pedagogía. Pero, sobre todo, porque, mostrando con agudeza los límites del pensamiento filosófico occidental, facilita la apertura a la comprensión del modelo no-dual y sus implicaciones. Eso lo convierte en un texto lúcido y liberador, que abre horizontes de sabiduría y, en definitiva, de vida.
Me refiero al estudio publicado por Mónica Cavallé, con el título La sabiduría de la no-dualidad. Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger[2]. Confrontando las tradiciones de Oriente y Occidente a través de dos figuras señeras, la autora nos hace ver con maestría el encierro y el extravío al que conduce el modelo dual de cognición, característico de la filosofía (y la teología) occidental que, como consecuencia del mismo, se ve abocadas al agotamiento, cuya expresión más característica es el nihilismo. El libro constituye un extenso y magnífico trabajo sobre la cuestión del “yo” –y de la no-dualidad-.
Comprendo que no es un texto de lectura fácil porque el tema abordado es complejo y bastante “novedoso” para un lector occidental, a lo que hay que sumar la “oscuridad” propia del pensamiento y del lenguaje de Heidegger. Con todo, y a pesar de la dificultad que puede experimentar quien no esté familiarizado con el Vedanta Advaita y con el pensamiento heideggeriano, me parece que se trata de una obra profundamente iluminadora, que enriquecerá a quien se acerque a ella.
Mónica Cavallé (www.monicacavalle.com), doctora en filosofía y master en Ciencias de las Religiones, trabaja en la Universidad Complutense de Madrid. Fundadora de la “Asociación Española para la Práctica y el Asesoramiento Filosóficos” (ASEPRAF), trabaja también como filósofa asesora.
En este comentario, tras reproducir el Índice resumido del libro, quiero hacer un subrayado –aun siendo consciente del carácter “selectivo” del mismo- de algunos puntos que me parecen de especial interés, usando incluso sus propias palabras.
ÍNDICE
Prólogo, de Raimon Panikkar
Introducción
I. NATURALEZA DEL YO EN EL VEDANTA ADVAITA
Presupuestos teórico-operativos del Vedanta Advaita
El conocimiento del Sí-mismo
Inafectación del Yo: Ser en el devenir sin ser de él
II. LA ENTRONIZACIÓN DEL SUJETO O EL OLVIDO DEL SER
Heidegger y la problematización de las bases de la filosofía occidental
Hacia una comprensión no metafísica del Ser o hacia un pensamiento postmetafísico
III. LA DOCTRINA ADVAITA EN TORNO AL “YO”, A LA LUZ DE LA CRÍTICA AL SUJETO DE HEIDEGGER
El sentido de esta reflexión comparativa
El eje de nuestra comparación: la naturaleza del yo
Hacia una nueva auto-vivencia del ser humano y hacia un nuevo pensamiento del ser
Mundo, lenguaje, tiempo e historia: el juego del Ser.
Divergencias entre el pensamiento de Heidegger y la enseñanza advaita
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
Parece innegable que estamos asistiendo a una inédita “crisis del sujeto”, en el más amplio contexto de un cambio de época. Es, por tanto, bienvenido este libro que se propone estudiar “la naturaleza del yo”, comparando la filosofía de Heidegger y las enseñanzas de Nisargadatta.
Ésta es, realmente, la gran cuestión que recorre –o se esconde tras- todas sus páginas: ¿Qué es el “yo”?
Para el pensamiento occidental, el “yo” es una “sustancia”, un objeto pensado. Porque, en cuanto se piensa, el yo –como cualquier otra realidad pensada- queda delimitado y, en ese mismo momento, se convierte en “objeto”. Se cae así en la contradicción de un sujeto convertido en objeto.
Para Oriente, por el contrario, es esa misma pregunta -¿Quién soy yo?- la que, como bien insistiera Ramana Maharshi, introduce en el llamado “método de la autoindagación”, característico del Vedanta advaita, que permite verificar o realizar la respuesta a la misma. Si no soy nada de lo que puedo percibir (cuerpo, mente, sentimientos…), ¿quién soy? “La Conciencia, que es lo único que permanece, eso soy”[3].
Para Occidente, el “yo” es una realidad delimitada y objetiva, en un mundo dualísticamente fraccionado, en el que las partes imperan sobre el todo. Para Oriente, nuestra identidad no radica en el yo delimitado que nuestra mente piensa, sino en el único “Yo soy” absoluto que no podemos pensar, el Sujeto ilimitado, que se manifiesta y expresa, de un modo no-dual –tan lejos del monismo o panteísmo como del dualismo- en todo lo que es.
Para poder entender mejor el sentido de todo el estudio, puede ser bueno partir de lo que la propia autora considera un rasgo definitorio de lo que se ha dado en llamar “Postmodernidad”: la constatación de los límites del “paradigma de la representación” característicamente moderno.
Lo propio de este paradigma –del modelo mental, dual o cartesiano- es su supuesto incuestionado, en lo que al conocimiento se refiere, de la irreductible dualidad sujeto-objeto, hombre-mundo. No es extraño: cuando el conocer se reduce al modelo mental del conocer, no sólo se reduce y empobrece la capacidad del ser humano, sino que termina atrapado en un dualismo sin salida. Y ello es así por un motivo simple: la propia mente es dualista. En efecto, para poder operar, la mente se ve obligada a fraccionar lo real en sujeto/objeto, cognoscente/conocido. Esta división primera es la fuente y el origen de la visión del mundo dicotomizadora característica del modelo mental. Es claro que esta separación inicial entre el “yo” y todo “lo que no es yo” –lo “no-yo”- constituye la raíz y el primer paso del proceso de creación de falsas auto-identificaciones.
En el mismo momento en que el yo establece esta primera escisión en su conciencia, se divide de su fuente, se auto-limita y se exilia de la raíz de su ser. El yo así dividido se vuelve divisor en su visión, y se encadena a un mundo internamente escindido en pares de contrarios.
Por eso, frente a ello, la intuición quizá más interesante y revolucionaria del pensamiento contemporáneo viene a apuntar que sujeto y objeto constituyen una unidad indisoluble. El sujeto que pretende reflejar una realidad supuestamente objetiva está ya de hecho siendo configurado por ella; y el mundo que le configura está, a su vez, siendo constituido y alumbrado por él.
Es decir, sujeto y objeto, lejos de ser algo dado y en sí, son dos polos de un mismo y único acto de recreación permanente. La creencia misma en la dualidad sujeto-objeto es una de dichas creaciones posibles.
Por otro lado, parece cada vez más claro que la tarea de la filosofía no ha de ser la de corregir sus “representaciones del mundo”, sino la de situarnos experiencialmente en el eje de nuestra identidad; la de ayudarnos a contactar con la Fuente que funda el ser y el pensar humanos.
No sirve de mucho una filosofía –o una teología- que ofrezca “mapas” y discusiones sobre mapas, generando interminables pseudoproblemas, sino más bien aquélla que nos facilite adentrarnos y experimentar el “territorio”. De nuevo: ¿quién soy yo?
Para el Vedanta advaita, Brahman, esencia y fundamento de todo lo que es, es idéntico a Atman, la esencia y fundamento último del yo; su conocimiento/realización tiene el carácter de “despertar” a la realidad. Porque, para toda enseñanza no-dual, el conocimiento trascendente no tiene que ver con creencias o doctrinas; consiste más bien en un saber autoevidente y absolutamente cierto que acompaña a la realización. Se trata de un tipo de conocimiento que, por su naturaleza interna, comporta siempre una realización o modificación cualitativa del ser del cognoscente.
La afirmación “Todo es uno” –o, con mayor propiedad: “Todo es no-dos”- no constituye un axioma, sino una propuesta que es invitación a una constatación experiencial, y que, por eso mismo, se malinterpreta cuando se lee como una simple afirmación lógico-filosófica.
El Vedanta advaita es una invitación al conocimiento de nuestra verdadera identidad, a partir de la auto-indagación en la naturaleza del yo. Pero no es un autoanálisis o auto-observación psicológica. Se trata de una vía estrictamente experiencial. Y se alcanza únicamente tras el abandono de todas las auto-identificaciones mentales.
“Yo soy” se percibe como la autoevidencia del propio Ser consciente…, a condición de que ese “Yo soy” no sea objetivado ni limitado. Es justamente al objetivarlo cuando nace el ego. Por eso mismo, tomar el ego como una realidad absoluta es un error de percepción, de serias consecuencias: se toma por cierta la conciencia de separatividad (yo soy frente a otros) y se inicia un movimiento de naturaleza excéntrica, porque el yo –que se ha limitado, al objetivarse y definirse-, incapaz de encontrar en sí la plenitud, vive alienado en la búsqueda ansiosa, y absolutamente estéril, de una plenitud exterior a él.
No somos en esencia el “yo” o la persona individual, pues ésta puede ser conocida, y el Sí-mismo nunca es lo conocido, sino el conocedor.
No somos el yo o la “persona”, sino el Testigo puro, la Conciencia, el Ser. “Sólo Ser”: lo cual únicamente puede experimentarse cuando se da el paso desde la conciencia egocentrada hasta su fuente o Sí-mismo. El cultivo de esta forma de atestiguación es el factor operativo y transformador por excelencia y la fuente de toda comprensión/realización.
No soy nada de lo que aparece en el campo de la conciencia; soy la Apertura en la que todo ello aparece y la Luz que todo lo ilumina. Aquello que se creía sujeto (el yo empírico) no es sino un objeto más en el campo de la conciencia.
Heidegger piensa “después del final de la filosofía”. Según él, la filosofía occidental es cálculo –la razón discursiva sólo calcula- y eso hizo que se incapacitara para lo que era su objetivo inicial: el acceso al Ser. Pensando al Ser, lo convirtió en ente, objetivándolo.
Debido a ello, la filosofía se caracteriza por haber incurrido en el olvido de los olvidos: el olvido del Ser (con el agravante de no ser consciente de ello). Cuando el pensamiento griego clausuró y sustantivó al Ser, lo convirtió en “el Ser”, un objeto, “algo” que es; entificó lo que en ningún caso es ente. De ese modo, lo real se identifica con lo “presente” a la razón. Toda la filosofía es heredera de este error original.
El sujeto (el yo) queda encerrado en sí. Eso le lleva a hacer de todo “lo otro” (lo no-yo) mero objeto, e incluso se convierte en objeto para sí mismo. Como ha quedado dicho, un sujeto pensado no puede ser sino un sujeto objetivado.
El nihilismo es simplemente una consecuencia del olvido del Ser. Nihilismo es sinónimo de metafísica, dirá el propio Heidegger: acontece con ella y en ella radica su esencia.
Por ello, Heidegger propone una comprensión no metafísica del Ser o, dicho de otro modo, invita a caminar hacia un pensamiento postmetafísico.
Lo que ocurre es que la transformación del pensar (conocer) es indisociable de la transformación del mismo pensador (conocedor). Y la transformación viene de la mano de “despertar” a lo que somos.
La filosofía busca causas, porqués, razones y fundamentos; busca al Ser como causa. Pero el Ser no es ni puede ser nunca lo observado, sino quien observa. Por eso, a quien se reconoce siendo ya en el Ser, no le dice nada aquella filosofía (ni la teología sustentada en ella). Todo es percibido en el Ser (lo Abierto), pero el Ser (lo Abierto) no puede ser percibido.
Tanto Oriente como Occidente –afirma la autora- están tomando conciencia de sus límites internos y de la incapacidad de sus respectivas auto-comprensiones del ser humano y de la realidad, para ofrecer, aisladamente, un fundamento del nuevo mundo intercultural.
Occidente sufre el agotamiento de los sistemas filosóficos, el vacío existencial y espiritual, la neurosis generada por la espiral consumista, la pálida unidimensionalidad de su visión del mundo, el desequilibrio ecológico…
Oriente, por su parte, sigue sosteniendo acríticamente ciertos tabúes sociales y culturales, bolsas de pobreza, “rendimiento” sumiso al sistema económico de Occidente, descuido del sector “racional” por el que se “transforma” el mundo…
Parece claro que se necesitan mutuamente y que sólo desde un reconocimiento de la riqueza del otro que nos complementa –cuando Oriente y Occidente se perciban también de un modo no-dual-, podremos crecer en humanidad.
Como ya había indicado la autora, el eje de la comparación va a girar en torno a la naturaleza del yo.
Toda la enseñanza Advaita en torno al yo parte de una distinción radical: la distinción entre el yo objetivo u objetivado y el Yo supraobjetivo o trans-subjetivo: jiva y Atman. Ahora bien esta distinción es relativamente real; en sentido absoluto hay un único Yo.
La filosofía occidental, por el contrario, ha tendido a cifrar la esencia del yo en una realidad objetiva, un “algo” consciente o en ser consciente de “algo”, pero rara vez en el puro Ser en sí. Por eso, la enseñanza del Advaita ha permanecido oculta para nuestra cultura occidental.
En la fórmula de Descartes, el sujeto se percibe como “cogito”, es decir, como un objeto o res pensante. Y aquí justamente se cifra la contradicción interna del sujeto moderno.
La contradicción se produce cuando la conciencia dual u objetiva se convierte en el modo de conciencia predominante. Esa conciencia dual produce los siguientes efectos:
objetivación del ser humano: es cierto que el sujeto buscaba afirmar su especificidad frente a lo objetivo, pero queda prisionero de su misma conciencia objetiva, aislado y exiliado de todo, convertido en un extraño para sí mismo;
esta auto-objetivación del sujeto es además objetivación o despersonalización del otro, del tú;
el yo de Descartes es un yo clausurado: forma parte de su engaño el considerarse libre, dotado de capacidad de autodeterminación. Sólo empieza a sospechar que algo falla cuando el mundo, tal y como se le presenta, llega a convertirse en una cárcel enajenante; su obra deviene su prisión;
queda el recurso de una hiper-protectora figura divina, para hacerse la realidad soportable, porque en este modelo dual también “Dios” es objetivado. La principal corriente del espíritu occidental se ha apoyado en dos pilares: el saber racional y la fe en una revelación sobrenatural teísta. Ambas reflejan el mismo esquema dual y la primacía de la misma conciencia objetiva. El Dios de la fe-creencia es un Dios-objeto. Pero en cuanto se hace de Dios un objeto, se prepara su muerte. Por eso, la proclamación de Nietzsche es sólo una constatación: el dios pensado ha muerto. Por decirlo de un modo simple: El modelo dual de cognición tenía que desembocar inexorablemente, desde la filosofía, en el nihilismo, y desde la teología, en el ateísmo. Ambas habían hecho del Ser, y de Dios, un objeto. La filosofía, que objetivó el Ser, fue la causa del nihilismo; la teología, que objetivó a Dios, engendró el ateísmo.
Cada vez van quedando más claramente manifiestas las insuficiencias características del modelo dual:
no puede dar cuenta del yo (del conocedor en cuanto tal);
está incapacitado para comprender el propio comprender;
escinde la realidad, dejando fuera lo más decisivo (lo no objetivo);
… pero además tampoco puede acceder a la realidad del mundo objetivo (incluso el verdadero “Sí-mismo” de lo que denomina “realidad objetiva” se le escapa).
Estas contradicciones y límites sólo dejan de ser tales para aquella modalidad del conocimiento que no objetiva ni clausura lo conocido, sino que lo respeta en su carácter inobjetivable; para el modo de conocer no dual, no relacional, en el que el conocedor, el conocer y lo conocido son uno y lo mismo.
Se trata de aprender a pasar del yo hacia el Yo. Nisargadatta lo plantea de este modo: “Abandone todas las preguntas excepto una: ¿Quién soy yo? Al fin y al cabo, el único hecho del que está seguro es de que es. El «yo soy» es cierto. El «yo soy esto» no lo es”.
Por tanto, sólo hay una forma de alienación: vivenciarse como un yo separado, el olvido del Sí Mismo. Sólo hay una forma de ignorancia: creer ser lo que no somos. Sólo hay una pregunta: ¿Quién soy yo? Sólo hay una respuesta: “Yo soy”. Por eso, conocer el Ser es paralelo a una metanoia o transformación en la raíz misma del yo.
No se trata de que el sujeto vea o conozca algo que previamente no veía o no conocía. Se trata mas bien de que tenga lugar una transformación de su ser y de su visión (a ese nivel, ser es conocer), que “despierte” a un nuevo modo de mirar que le permita “ver” lo que siempre vio.
¿Cómo se percibe el mundo tras esta metanoia? El carácter ficticio de la dualidad sujeto-objeto lleva a considerar el mundo como un objeto enfrentado a un sujeto, como algo que el yo observa desde la “jaula” de su conciencia individual. El origen de esta dualidad no es otro que el presupuesto que otorga carácter absoluto y último –no derivado- a la vivencia que el yo tiene de sí como sujeto enfrentado a objetos. El hecho de que la relación hombre-mundo haya llegado a ser un “problema” filosófico es muy significativo: estamos ante uno de los característicos pseudoproblemas de la filosofía dualista. Pseudoproblemas que recorren igualmente todo el espacio del pensar teológico, y que se disuelven en cuanto se sale del modelo dual (mental) de cognición.
Sin embargo, no hay un individuo y un mundo que se relacionan, sino un único campo unitario hombre-mundo. El yo empírico forma ya parte del entramado unitario de relaciones denominado “mundo”. Como decía Alan Watts, “los seres humanos tienen conciencia de un mundo porque es la clase de mundo que engendra organismos conocedores, y sólo por eso”.
Esa actitud del ser humano está sustentada en una intuición certera: la conciencia es irreductible al mundo. El error radica en otorgar a dicha conciencia carácter individual sin advertir que, cuando así se hace, la conciencia se ha confundido ya con ciertos objetos del mundo (un organismo psico-físico, etc.).
Todas las grandes tradiciones no-duales han reconocido como en-sí de lo real un principio supraobjetivo anterior, superior y englobante de todas las antítesis.
Ese “principio” es el “Yo soy” no dual, el Ser no objetivado ni objetivable, la Realidad atemporal e ilimitada de Lo Que Es y Somos. Realidad que no se puede pensar, sino ser y vivir. Y que sólo cuando se vive se puede conocer. No se trata, pues, de una sabiduría que aferre objetivamente lo conocido, sino un ser lo conocido que se alcanza en un estado que, para la mente, equivale siempre a un no-saber. De hecho –como señala la autora-, también para los griegos presocráticos, philósophos era ante todo el que se sabía uno con el Ser/Logos, el que se sabía en el seno del Uno-Todo.
Teruel, 10 marzo 2009
[1] J.N. FERRER, Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2003, 324 pags., 24 €. Los textos citados se encuentran en las pp. 59, 60, 61 y 154.
[2] Kairós, Barcelona 2008, 811 pags., 34 €.
[3] R. MAHARSHI, Enseñanzas espirituales, Kairós, Barcelona 1984, p.20.