Necesité llenar mis vacíos
con personas, con triunfos,
con un dios
a la medida de los huecos
que demandaban validación.
Todo lo necesité
para no sentir el hambre
profunda de presencia.
No era capaz de mirarlos
así, vacíos, tal vez imperfectos,
ni de mostrar la ausencia
de belleza que me gritaban.
Pero siempre ha estado, ahí,
una voz cierta y cálida
que me ha ido susurrando: “entra”.
Siempre ha estado, ahí,
esa voz que es llamada,
como anhelo transparente.
Ha ido cambiando,
palabra a palabra,
silencio a silencio,
el miedo al vacío,
en aceptación de la oquedad
en la que, ahora, saboreo y amo
la nada preñada de sentido,
la oscura certidumbre
de tener huecos habitados
donde anidan los pájaros,
crecen las madreselvas
y cantan las corrientes de agua,
canciones de vida,
allá, en lo más profundo.
Esther Fernández Lorente.