Domingo XIX del Tiempo Ordinario
11 agosto 2019
Lc 12, 32-48
Dijo Jesús a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones no roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle, apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentra en vela: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y si llega entrada la noche o de madrugada, y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros estad preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”. Pedro le preguntó: “Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo al llegar lo encuentra portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: «Mi amo tarda en llegar», y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse; llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra, recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.
UN TESORO INAGOTABLE
Los sabios han utilizado la metáfora del tesoro escondido para aludir a la comprensión –hallazgo– de nuestra verdadera identidad. Han hablado también de la urgencia de despertar del sueño en el que estamos dormidos y de recordar nuestra verdad olvidada.
Sueño y olvido son la causa de nuestra ignorancia y la fuente de todo sufrimiento. Porque nos introducen en una consciencia de separatividad, en la que tomamos como realidad lo que solo es una representación mental, olvidando Aquello –lo único realmente real– que lo sostiene y de donde está brotando.
Es algo equivalente a mirar las imágenes de una película olvidando o ignorando la pantalla en la que aparecen. Fascinados por las imágenes con las que nos hemos identificado, olvidamos que todas ellas son solo formas pasajeras y que lo único permanente y estable es la pantalla en la que se muestran.
“Nuestro nacimiento no es sino un sueño y un olvido”, afirmaba el poeta William Wordsworth. Y ahí seguimos, dormidos y olvidados, perdidos en la creencia de la separación y encapsulados en la creencia del yo separado.
La sabiduría es una llamada a comprender. No a pensar –el pensamiento no podrá conducirnos a la comprensión–, sino a indagar qué es Aquello que en nosotros es consciente, Aquello –lo único– que no es un objeto más dentro del mundo de la representación.
Solo comprender despierta. Una comprensión que no es conceptual, sino vivencial, experiencial, y que es fruto de la indagación directa. Ella nos introducirá en un camino de desapropiación –“vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder”– porque hemos comprendido que somos “un tesoro inagotable, adonde no se acercan los ladrones no roe la polilla”.
Esto es lo que somos, Plenitud a la que nada le falta, como cantaba Teresa de Jesús: “Quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta”. Sabiendo que Dios no es un Ente separado que nos completaría desde fuera, sino el estado de presencia que constituye nuestra identidad.
Entre tanto, la Vida seguirá siendo maestra que intentará por todos los medios enseñarnos lo que somos, recurriendo incluso a experiencias de crisis que, en algún momento, consigan sacarnos de nuestra creencia errónea de separación e iluminen la comprensión de que somos uno con ella. Ahí radica todo el aprendizaje: no eres un yo separado que tiene vida, sino la Vida misma que se está experimentando temporalmente en esa forma o persona.
No te extrañes que, de pronto, la vida te detenga y te “siente” porque quiere hablarte y no le habías hecho caso. Y te hablará. Te recordará cosas que tal vez habías olvidado. Y te abrazará. Y en ese abrazo te dirá que solo has venido a vivir. No a pelear, ni a ganar, ni a saldar ninguna deuda. Solo a vivir.
¿Vivo en el sueño de la ignorancia o crezco en comprensión?