26 febrero 2023
Mt 4, 1-11
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él le contestó diciendo: “Está escrito: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»”. Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece en las piedras»”. Jesús le dijo: “También está escrito: «No tentarás al Señor tu Dios»”. Después, el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto»”. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían”.
UN CAMINO DE FIDELIDAD
«Tu única obligación en cualquier período vital consiste en ser fiel a ti mismo», proclamaba Richard Bach en Juan Salvador Gaviota. La fidelidad a sí mismo es, a la vez, señal y fuente de armonía. Y lo es porque nos unifica por dentro, teniendo en cuenta todas nuestras dimensiones.
Queriendo poner luz en esta cuestión, podemos empezar con una pregunta: ¿cómo vivo o desde dónde me vivo cuando no soy fiel a mí mismo? Porque, indudablemente, conscientes o no de ello, siempre que no somos fieles a nosotros mismos, vivimos alienados, es decir, sometidos a otras instancias a las que otorgamos el poder de manejar nuestra existencia. ¿Cuáles son esas instancias?
A simple vista, parecen ser dos: los otros y el propio ego. En el primer caso, vivimos en la práctica a merced de los demás, tratando de agradar o reaccionando a lo que dicen o hacen. En el segundo, giramos en torno al propio ego, sus gustos y sus esquemas, en un bucle narcisista.
Al mirar más detenidamente, observamos que, en realidad, lo que nos hace vivir alienados son nuestras necesidades pendientes -no respondidas en su momento- y desproporcionadas, en particular, la necesidad de seguridad.
Porque, con mucha frecuencia, lo que buscamos, tras el ansia del tener, del poder o del aparentar, es sentirnos más seguros. Nos hacemos dependientes de los otros buscando su aprobación y reconocimiento. Y giramos en torno al propio ego por dos motivos: en búsqueda de seguridad o como mecanismo de defensa para compensar carencias antiguas que todavía nos siguen pensando hoy.
Nos aferramos así a nuestras creencias y mapas mentales, porque (creemos que) nos aportan seguridad, aun a riesgo de caer en la rigidez; exigimos tener razón o quedar por encima de los demás; tratamos de construirnos un pequeño paraíso narcisista que alivie nuestros malestares…, sin ser conscientes de que todo ello nos aleja del único camino que merece la pena: ser fieles a nosotros mismos.
Porque no se trata de una fidelidad a nuestro ego ni a nuestras creencias, ni siquiera a nuestros principios morales, por más nobles que nos parezcan. Se trata de ser fiel a lo mejor de sí, a nuestra verdadera identidad. Y entonces se produce una paradoja significativa: la fidelidad a uno mismo es, sencillamente y a la vez, fidelidad a la vida. Y se va plasmando en lo concreto de nuestro vivir cotidiano en el aprendizaje de vivir diciendo sí. Aquí van cayendo creencias y mapas para vivirnos como cauces por los que la vida pasa. Es la sabiduría del fluir.
¿Voy creciendo en fidelidad a lo mejor de mí?