Mc 14, 12-16
El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?». Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
TODO ES «CUERPO» DE LA CONSCIENCIA
Parece claro que, en una lectura no literal ni confesional, cuando Jesús afirma sobre el pan que “esto es mi cuerpo”, se está refiriendo a la realidad completa. Con lo que, aquella cena, a tenor de esas palabras, solo cabe leerla en clave de celebración de la unidad. Por ello mismo, tienen razón quienes entienden la eucaristía en esa misma clave.
El conjunto de todos los objetos que percibimos y que constituyen la realidad aparente no son sino expresiones o manifestaciones de lo único realmente real, es decir, despliegue desbordante de la única consciencia.
La teóloga Sallie McFague afirma, metafóricamente, que “el mundo es cuerpo de Dios”. La intuición es la misma. Si no entendemos por “dios” un ser separado, al margen del mundo, sino el Fondo de todo lo que es, estaríamos utilizando nombres diferentes -dios, consciencia, vida, ser…- para referirnos a Aquello que no tiene nombre -porque no es un objeto- y que, sin embargo, es lo único que permanece cuanto todo lo demás cambia.
Reconocer que todo sin excepción es “cuerpo” de la consciencia constituye la más rotunda afirmación de la unidad de todo, de la no-separación más allá de todas las diferencias. Tal es la afirmación central de la comprensión no-dual. Y eso mismo es lo que hace que la comprensión sea radicalmente transformadora.
¿Cómo no habría de cambiar la forma de ver y de vivir cuando se comprende que, más allá de la admirable y bella multiplicidad de formas, todo es uno y lo mismo? Por tanto, la mirada que se queda solo en la forma resulta ser, no solo pobre y limitada, sino absolutamente errónea. Y del error no puede surgir sino confusión, división y sufrimiento.