Domingo V del Tiempo Ordinario
9 febrero 2020
Mt 5, 13-16
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
SOMOS LUZ Y SAL
La lectura moralista –“tienes que…”, “debes…”– introduce en un voluntarismo, no solo peligroso en sus consecuencias, sino profundamente engañoso en su origen.
Es peligroso porque, en la práctica, se desliza fácilmente hacia el fariseísmo y termina inflando el ego, que se apropia de la acción y de su esfuerzo: creo que soy “yo” el que hago, y hago “más” que otros que no se exigen tanto como yo.
Y es engañoso porque parte de la creencia errónea de que somos carencia. Tal creencia aflora de manera espontánea en cuanto se produce la identificación con el yo. Al reducirnos a él, no podemos percibir sino su fragilidad, debilidad, necesidad y carencia. Todo ello es cierto –esa es nuestra “personalidad”–, pero no lo es que esa sea nuestra identidad.
No somos la “forma” –carenciada– en la que se expresa; somos “Eso” que se expresa temporalmente en toda forma. Y “Eso” es plenitud atemporal e ilimitada, pura Consciencia, una con todo lo que es.
“Eso” es luz y sal, si queremos utilizar estas metáforas. La llama no necesita hacer un “esfuerzo” para iluminar; basta –como apunta la parábola de Jesús– con no ponerle encima un celemín. Ya somos luz: solo se requiere no bloquearla. Lo cual implica actitudes de autenticidad y de transparencia.
Así como la llama ilumina por sí misma, la luz brota en nosotros en cuanto nos vivimos con limpieza, siendo canales transparentes por los que fluye. A nosotros, como a la llama, nos basta ser lo que somos y vivirnos en coherencia con ello. Lo notaremos porque crecerá en nosotros una actitud de desapropiación y de libertad interior: dejaremos que la Vida fluya, dando luz y sabor en cada momento.
¿Desde dónde me vivo habitualmente?