La imagen cedida por el Observatorio de la Tierra, de la NASA, del 1 de septiembre de 2016, recoge desde un satélite al huracán Hermine aproximándose a la costa occidental de Florida (EE.UU.).
Vivimos tiempos de huracanes y turbulencias: políticos, sociales, personales. En medio de esas circunstancias es fácil participar de una sensación difusa de angustia, a la que se une la invasión de una chismosa mente que nos torpedea. ¿Puedo así ser feliz o al menos estar en paz?
El día en que ves claro que tú no eres el personajillo que se debate en los quehaceres cotidianos de bien y mal, amor y desamor, alegría y tristeza, noticias malas y buenas, sino que eres el Yo real que reside en tu interior, la vida se realiza y sobreviene la paz.
Pero eso no significa que cese el sufrimiento.
Mientras vivamos en la relatividad del espacio y el tiempo, vendrán historias luctuosas, días buenos y malos, el sube y baja de la limitación.
La diferencia es que podrás mirar el dolor como desde un palco.
En la superficie el mar o la atmósfera estarán calmos o turbulentos, con olas suaves o encrespadas. Pero en el fondo el mar quedará siempre imperturbable, quieto, eterno, pleno; y allá arriba sigue el inmenso cielo estrellado. Las olas y el viento pueden zarandearte. Tú limítate a salir fuera de todo eso sin juzgar, permanece atento.
Algunos místicos enseñaron que hay que despreciar el afuera, ese vaivén de las olas, el flujo y reflujo de la marea, la temporalidad.
Pero las olas también son parte del mar. Es bella la quietud del mar ensangrentado del crepúsculo. Y también es bella, aunque dura, la tempestad y la galerna. Si conoces el juego y la variedad de colores, disfrutarás “a tope” de ambas.
La clave es verlas desde el fondo, implicándote lo justo, como quien contempla la catástrofe del Titanic desde la butaca del cine. Se asusta, pero no del todo, pues sabe que no es más que un film. Estás y no estás. Mientras exista este universo existirá la turbulencia, que también es bella y tiene sentido si se mira desde el silencio del fondo, desde su función en el universo. Tendrás que luchar para cambiar lo cambiable, claro. Pero al final no puedes parar el huracán. Eso sí, puedes espiritualmente hacer surfing sobre él, o bucear más abajo, conectándote con la presencia que habita dentro, con su silencio, el mar y firmamento de energía sin apellido que lo origina y al que perteneces.
Pedro Miguel LAMET, El huracán y la paz, en Revista21, octubre 2016, p.53.