Semana 31 de enero: DECIDIR EN CONCIENCIA

EUTANASIA, CREENCIAS Y VERDAD

3. DECIDIR EN CONCIENCIA

En estos días he leído testimonios como el de un enfermo, tetrapléjico desde hace 16 años, que confesaba: “Si no puedo curarme y no aguanto el dolor, al menos que pueda elegir mi final”.

 He conocido muchas personas que se expresaban en términos parecidos y he visto a familiares ante el lecho de muerte de un ser querido en situaciones irreversibles que imploraban poner fin a la agonía. Y he sido igualmente testigo de personas enfermas que manifestaban su voluntad de asumir la enfermedad hasta el final, apoyadas en una creencia importante para ellas. Ninguna opción me parece más “noble” –más sensata, más digna o más humana– que la otra.

 La ley no obliga a nada –algo que parecen olvidar sus detractores–. Cada cual podrá decidir si desea continuar viviendo o poner fin a su existencia. Y podemos convivir asumiendo la diversidad de posturas. La descalificación de quien piensa diferente es solo signo de inseguridad (inconsciente) y de aferramiento dogmático a creencias particulares.

 Los que se oponen a la ley lo hacen a partir de la creencia de que la vida es un don. Sin duda. Ahora bien, en el modo como lo plantean parece que se cuela la creencia en un Ser superior que tiene el dominio sobre nuestras existencias. Pero esto es únicamente una creencia. Y una creencia no es razón suficiente para juzgar a quienes no la comparten como ignorantes o malvados. ¿Por qué no se les concede la posibilidad de que están actuando con inteligencia y de buena fe?

 Sin duda, en todo este debate –como en casi todos los que tocan cuestiones importantes–, la clave se halla en la relación que mantenemos con las creencias de todo tipo, sean o no religiosas. Por ese motivo, desearía poner luz en esta cuestión, en la medida de mis posibilidades y en clave de ofrecimiento, en aportaciones posteriores.

 Baste por el momento reconocer que puede haber verdad en las dos posturas opuestas. Hay personas que defienden de buena fe la eutanasia de la misma manera que hay personas que con la misma buena fe la rechazan. Tal vez alguien podría decir que quienes la defienden en realidad tienen miedo al sufrimiento agudo, mientras que quienes la rechazan manifiestan un temor (inconsciente) a la muerte en sí misma. Sin embargo, puede darse también que, más allá de los temores de uno u otro signo, las personas, desde el nivel de consciencia en que se encuentran y con todos los condicionamientos que arrastran, tomen una decisión que leen en fidelidad a sí mismas y en docilidad humilde a su conciencia.

 Decidir en conciencia no significa seguir los dictados del capricho ni siquiera las propias ideas –no es seguir la voz del ego-, sino acallar el ego –la voz de la mente y de los gustos- para poder escuchar la sabiduría que nos trasciende y habla en nuestro interior.  

 La afirmación de que puede haber verdad en dos posicionamientos contrarios no nace de un relativismo vulgar, sino del reconocimiento de que la realidad es tan abierta que admite lecturas contrapuestas.

   Es evidente que para quienes identifican las creencias con la verdad o reducen la verdad a un concepto mental, la afirmación anterior les resultará incomprensible. Pero, como tendremos ocasión de ver, la verdad no puede ser poseída –nadie tiene la verdad–, tampoco puede contenerse en un concepto o creencia, ni podemos pretender conocerla de antemano, mucho menos con la mente; la verdad es una con la realidad y, como esta, es siempre abierta.

 Para quienes se hallan en un nivel de consciencia puramente mental –más aún si es mítico– no existe sino una verdad, que se identifica con la propia creencia. Y todo lo que discrepe de ella es error. Sin embargo, en cuanto se supera ese estadio de consciencia y se puede tomar un mínimo de distancia de la mente, conociendo a la vez cómo funciona, se hace patente que la verdad transciende por completo todas nuestras ideas, conceptos y creencias. Y reconocemos el acierto que expresan estas palabras de Marià Corbí:

«La verdad que condena no es verdad.
La verdad solo libera.
La verdad que somete no es verdad.
La verdad solo desata las cadenas.
La verdad que excluye no es verdad.
La verdad solo reúne.
La verdad que se pone por encima no es verdad.
La verdad solo sirve.
La verdad que desconoce la verdad de otros no es verdad.
La verdad es solo reconocimiento.
La verdad que no mira a los ojos a otras verdades no es verdad.
La verdad es solo acogimiento sin temor.
La verdad que engendra dureza no es verdad.
La verdad es solo amabilidad y ternura.
La verdad que desune no es verdad.
La verdad solo unifica.
La verdad que se liga a fórmulas, por escuetas que sean, no es verdad.
La verdad es solo libre de formas.
Si la verdad se liga a fórmulas,
tiene que condenar, excluir, desunir,
tiene que ponerse por encima,
dar por falsas otras verdades.
La verdad reside en formas, pero no se liga a ellas.
Por eso, en las nuevas sociedades globales, la espiritualidad no puede pasar por creencias que se proclaman exclusivas poseedoras de la verdad«[1].

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[1] Marià CORBÍ, Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses, Herder, Barcelona 2007, pp. 321-322.