“Curo más con el amor que con los fármacos”.
Entrevista de Ima Sanchís a Jordi Domingo, psiquiatra, en La Contra, de La Vanguardia, 20 enero 2017.
Un hombre bueno.
Creó el servicio de psiquiatría del hospital General de Catalunya y el del Centro Médico Delfos. Es psiquiatra del Cottolengo y especialista en acompañamiento a la muerte. En la Fundación Nepp (fundacionepp.org), que él preside y abierta a quien quiera colaborar, ayudan a integrar el trastorno mental en España con diferentes programas. Han trabajado y trabajan (creando hospitales, orfanatos, dando apoyo farmacológico, formación médica…) en Haití, Guinea Ecuatorial, Turquía, Mozambique… Ahora se embarcan en la organización de una marcha integrada por niños a los campos de refugiados saharauis para recaudar fondos y reconstruir un hospital pediátrico en la zona liberada, porque “ningún niño debería morir”.
Soy un psiquiatra biologista conductual clásico.
Lo sé.
Y puedo asegurar que curo más con el amor que con los fármacos, así que combino ambas cosas.
Sufrimos una epidemia de ansiedad.
Sí, de ansiedad y de depresión. Mi teoría es que se debe a la falta de valores. La clave está en potenciar tu alma, la capacidad de amar y de dar.
La clase media venida a menos sobrevivimos entre interminables obligaciones.
Ese exceso de obligaciones y trabajo nos impide crecer espiritualmente.
No cabe en la agenda.
Por eso olvidamos que nacemos con la felicidad dentro. Crecemos y la buscamos fuera, y así apagamos el entusiasmo y la satisfacción de dar lo que tenemos. Desesperados, hacemos meditación para reducir nuestra ansiedad, pero en general no para crecer. Estamos en mínimos.
Necesitamos a los otros para crecer.
Sí, necesitamos ser amables con los demás, poner en práctica nuestra generosidad, paciencia y capacidad de comprensión para desarrollarlas; esto es crecimiento interior.
Amar es un verbo que se debe conjugar.
Los estudios demuestran que los niños que crecen con sus abuelos en casa son más felices y equilibrados. Pero hoy, como molestan y no producen, los dejamos en residencias.
Hábleme como psiquiatra.
Le estoy hablando como psiquiatra. Le aseguro que la mejor medicina para acabar con la propia ansiedad o depresión es dar amor, a tus plantas, a tu perro, a tu gente…, y si puedes, a todo aquel con quien te cruzas. Pero dar amor para recibir amor…, eso es un contrato.
Perdone, pero si das y no recibes nada, eso es el desierto.
El otro será el desierto, no tú. Le aseguro que ayudar a morir a una persona te llena de vida. Nosotros lo hacemos y no cobramos por ello, lo que nos causa problemas en el hospital, que es privado. El concepto de amor está muy equivocado en nuestra sociedad. Amor es dar.
Creía que los psiquiatras no deben involucrarse emocionalmente con sus pacientes.
Yo quiero a mis enfermos, tengo 55.000 historias abiertas, e intento curarlos con pastillas, con psicología y con amor. “Doctor –me dicen–, que usted quiera que yo esté bien me da fuerza para estar bien”.
Es usted un extraño psiquiatra.
He pasado muchos años y muchas horas en manicomios con enfermos muy graves y medicados, pero a los que el amor también les llega.
Ahora viven en hospitales psiquiátricos.
Sí, han perdido los jardines. Son enfermos que viven encerrados en sí mismos, esquizofrénicos graves, pero responden al amor. Yo he tenido la suerte de buscar siempre la bondad.
¿Por qué?
Mi madre me regaló una gran lección. Tuvimos una cocinera durante 40 años en casa; cuando se hizo viejecita se quedó inválida y mi madre nos dijo: “María se queda en casa”. Hasta que murió, siete años después, mi madre le limpió el culo. Teníamos servicio, así que le pregunté: “Mamá, ¿por qué no lo hace la asistenta?”.
¿Y qué le contestó?
“Porque no es su trabajo. El trabajo de cuidar a María es mío”. Fue una lección absoluta de valores humanos que me ayudó a crecer.
¿Un científico creyente?
Yo no creo en Dios, ojalá, pero sí en la bondad, y en su carencia, que se parece mucho al mal. A los 18 años trabajé en un orfanato en Barcelona; los niños me contaron que sufrían abusos sexuales; cuando dije a la dirección que lo iba a denunciar me amenazaron, me asusté y lo dejé.
Una carga.
Empecé a ir a África como psiquiatra voluntario. En Guinea Ecuatorial trabajé en la leprosería de Micomeseng. Me acercaba a ellos, les acariciaba y se les iluminaba la cara, había leprosos a los que hacía cuarenta años que nadie tocaba.
Con el tiempo creó la Fundación Nepp y levantó un orfanato en Mozambique.
Sí, en una zona asolada por el sida donde había miles de niños huérfanos. Hicimos pozos de agua, una casa de salud… Luego el pueblo saharaui me pidió que tratara a sus enfermos, y me ocupé de montarles un hospital psiquiátrico, enviar medicinas y formar personal.
Los campos de refugiados saharauis están llenos de niños…
Hay 50.000 en muy malas condiciones. En el último viaje vi como les arrancaban los dientes sin anestesia. Les compré un buen equipo y les envié anestesia, y pude ver cómo le sacaban un diente a una niñita sin que le doliera…, me emocioné, podría ser mi nieta.
Entiendo.
Estamos organizando una marcha multitudinaria para octubre a través del muro minado que divide el desierto del Sáhara, una fortificación de más de 2.800 kilómetros rodeada por más de siete millones de minas que matan a diario, sobre todo a niños, para dar a conocer al mundo los tan olvidados valores humanos.
¿Cuál es el objetivo?
Construir un hospital pediátrico en la zona liberada. Necesitamos un euro por mina para evitar el sufrimiento infantil. Haremos la marcha con niños de distintos países, para que niños ayuden a niños. Ellos no están en guerra. Son el futuro. Hay que darles valores, la posibilidad de que construyan un mundo más justo en el que vivir, que conozcan la sensación de dar.