Me esperabas en el camino nublado, frío y al alba.
Con tu manto de luz, disipas todas mis lágrimas,
rompiendo las rocas, clavadas en mis entrañas.
Meces a mi niña, con tus manos de malvas,
niña encerrada, que llora y grita
y hasta ensordecer, me llama.
Sal de tu coraza, rompe, chilla,
hasta matar toda tu rabia.
No temas, niña dormida,
que ahora estás en casa.
Plumas que me acarician y van trayendo la calma,
sol blanco, nieve caliente, que me desnuda,
amamantando mi alma.
Navegaré sin barco, contigo y sin rumbo,
como la sal en el agua.
Sin miedo a ahogarme ya,
porque al fin sé…
que soy el AGUA.
María Jesús Méndez Ramírez.