Alan Watts, Más allá de la mente,
Tomado de: https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2020/02/T%C3%BA-eres-el-Big-Bang-Alan-Watts.pdf
No eres un ser independiente de la naturaleza, sino un aspecto o síntoma de la naturaleza. Como ser humano, la idea de crecer paralelamente a este universo es comparable a una manzana creciendo fuera de un manzano. Un árbol que da manzanas es un árbol con manzanas, al igual que un universo en el que habitan seres humanos es un universo con seres humanos. La existencia de personas pone de manifiesto el tipo de universo en el que vivimos, pero como estamos bajo la influencia de estos dos grandes mitos (el modelo creacionista y el modelo mecanicista del universo) experimentamos esa sensación de no pertenecer a este mundo. En el lenguaje común utilizamos la expresión «vine al mundo», pero no fue así: nosotros surgimos del mundo.
La mayoría de la gente tiene la sensación de ser algo que existe únicamente dentro de un cuerpo de huesos y piel, de ser una consciencia que observa a este ser, y cuando miramos a aquellos que se parecen a nosotros los consideramos personas solo si tienen un color de piel, una religión o lo que sea similar a la nuestra. Si nos damos cuenta, siempre que hemos decidido borrar del mapa a cierto grupo de personas nos hemos referido a ellas como si no fueran personas o no exactamente humanos, por lo que les hemos llamamos despectivamente monos, monstruos o máquinas, pero en ningún caso personas. Toda hostilidad que podamos sentir hacia otros y hacia el mundo exterior proviene de esta superstición (de este mito), de esta teoría sin fundamento alguno que reduce nuestra existencia a un mero saco de huesos y piel.
Me gustaría proponer una idea diferente. Partamos de la teoría del Big Bang, aquella que afirma que unos 13.000 millones de años atrás hubo una explosión primordial que esparció todas estas galaxias y estrellas por el espacio; digamos en pro del argumento que fue así, como si alguien hubiera cogido un bote de tinta y lo hubiera lanzado contra la pared; la tinta se hubiera esparcido por el impacto desde el centro hacia fuera, donde hubieran quedado en los extremos todas esas gotitas y formas abstractas. Del mismo modo, al comienzo de todo hubo una gran explosión que se expandió después por todo el espacio y, como resultado, ahora estamos aquí tú y yo sentados como seres humanos complejos y aislados en uno de los extremos de esa primera explosión.
Si piensas que eres un ser atrapado bajo tu propia piel, seguramente te definas a ti mismo como una floritura diminuta y compleja entre otras tantas allí fuera en el espacio. Quizás hace 13.000 millones de años fuiste parte de ese Big Bang, pero ahora ya no lo eres; ahora eres un ser aparte. Pero eso solo se debe a que te has distanciado de ti mismo, y todo depende, al fin y al cabo, de cómo te definas. Te propongo una idea alternativa: si hubo una gran explosión al principio de los tiempos, tú no eres el resultado de esa explosión al final del proceso. Tú eres el proceso.
Tú eres el Big Bang, tú eres esa fuerza original del universo manifestándose en lo que sea que seas en este momento. Tú te defines a ti mismo como señor o señora fulanita de tal, pero en realidad no dejas de ser esa energía primordial del universo que aún sigue en proceso. Lo que ocurre simplemente es que has aprendido a definirte a ti mismo como una entidad separada de todo.
Esta es una de las suposiciones básicas que deriva de los mitos que nos han hecho creer. Realmente estamos convencidos de que existen cosas por separado y sucesos por separado. Una vez le pregunté a un grupo de adolescentes cómo definirían la palabra «cosa». Al principio dijeron que «una cosa es un objeto», pero eso es un sinónimo, otra palabra diferente para referirnos a una «cosa». Pero entonces una chica avispada del grupo dijo «una cosa es un nombre», y dio en el clavo. Los nombres no forman parte de la naturaleza, sino del lenguaje, y en el mundo físico no existen los nombres ni tampoco las cosas por separado.
El mundo físico es ondulado. Nubes, montañas, arboles, gente; todo está en movimiento. Solo cuando los seres humanos empiezan a modificar objetos es cuando se crean edificios en línea recta en un intento de hacer del mundo un lugar estático. Y aquí nos encontramos, sentados en habitaciones con todas estas líneas rectas, aunque todos escapamos de aquí para seguir en movimiento.
Controlar algo que está en continuo movimiento es difícil. Un pez es escurridizo; si tratas de cogerlo, se escabulle fácilmente de tu agarre. Entonces, ¿cómo podríamos atraparlo? Utilizando una red. Del mismo modo, utilizamos redes para mantener este mundo en movimiento bajo control. Si quieres controlar algo que está en movimiento, tendrás que arrojar algún tipo de red sobre ello.
Y en eso nos basamos para medir el mundo, en redes llenas de agujeros de arriba abajo que nos ayudan a identificar dónde se encuentra cada movimiento. De esta manera es como conseguimos dividir el movimiento en partes. Esta parte del movimiento es una cosa, esta otra parte del movimiento es un suceso, y así es como hablamos sobre cada una de las partes como si estuvieran separadas entre sí. En la naturaleza, sin embargo, el movimiento no viene dado en «partes»; esa es solo nuestra forma de medir y controlar patrones y procesos. Si quieres comer pollo, para poder darle un mordisco primero tendrás que cortarlo, ya que no viene a bocados. De la misma manera, el mundo no viene dado en cosas ni sucesos.
Tú y yo tenemos la misma continuidad con el universo físico que una ola con el océano. Las olas del océano y la gente del universo. Pero nos han hipnotizado (literalmente) para que sintamos y percibamos que existimos como entidades separadas y atrapadas bajo nuestra propia piel. No nos identificamos con el Big Bang del principio, sino que creemos que somos el producto final; y eso nos tiene a todos aterrorizados. Creemos que nuestra ola va a desaparecer y que moriremos con ella, y no hay nada más terrible que eso. Como le gustaba decir a un sacerdote que conocí: «No somos nada. Pero algo sucede entre la sala de maternidad y el crematorio». Esa es la mitología bajo la cual nos regimos, y por eso nos sentimos todos tan infelices y desgraciados.
Algunas personas afirman que son cristianas, que van a la iglesia y que creen en el cielo y en el más allá, pero no es así. Solo piensan que deberían creer en eso, en las enseñanzas de Cristo, pero en lo que realmente creen es en el modelo mecanicista. La mayoría de nosotros pensamos igual, pensamos que somos algún tipo de casualidad cósmica o algún acontecimiento por separado que ocurre sólo entre la sala de maternidad y el crematorio y que cuando se apagan las luces, se acabó.
¿Por qué alguien pensaría de esta manera? No hay ninguna razón para pensar así, ni siquiera científica; es solo un mito, una historia inventada por personas para poder sentirse de cierta manera o para poder jugar a cierto juego. Pero a estas alturas, la supuesta existencia de Dios se vuelve cada vez más incómoda. Empezamos con la idea de Dios como alfarero, arquitecto o creador del universo, y eso no estuvo nada mal porque, a fin de cuentas, nos hizo sentir que la vida era importante, que teníamos un propósito y que había un Dios que se preocupaba por nosotros, y eso hizo que nos sintiéramos valiosos ante los ojos del Padre. Pero al cabo de un tiempo, cuando nos dimos cuenta de que Dios podía ver todo lo que hacíamos y sentíamos, incluso nuestros pensamientos y sentimientos más íntimos, eso ya empezó a incomodarnos. Entonces, para poder liberarnos de ese sentimiento nos convertimos en ateos y comenzamos a sentirnos aún peor, porque cuando nos deshacemos de Dios nos deshacemos de nosotros mismos y pasamos a convertirnos en meras máquinas.
Cualquier buen científico sabe que cuando haces referencia al mundo externo te estas refiriendo tanto a ti como a tu cuerpo. Tu piel en realidad no te separa del mundo, sino que es un puente por el cual el mundo fluye hacia ti y tú fluyes hacia él.
Eres como un remolino: un remolino tiene forma definida, pero en ningún momento el agua permanece inmóvil. El remolino es fruto de la corriente, así como nosotros somos fruto del universo. Si te vuelvo a ver mañana, te reconoceré como el mismo remolino que vi ayer, pero que sigue en movimiento. El mundo entero se mueve a través de ti: rayos cósmicos, oxígeno, un bistec detrás de otro, la leche, los huevos y todo lo que comes. Todo fluye a través de ti; eres movimiento y el mundo te mueve.
El problema viene cuando no nos enseñan a pensar de esta manera. Los mitos que subyacen nuestra cultura y nuestro sentido común no nos han enseñado a sentirnos parte del universo, y por eso nos sentimos ajenos a él, como si fuéramos seres por separado enfrentándonos al mundo. Pero necesitamos sentir lo antes posible que cada uno de nosotros somos el universo eterno porque, de lo contrario, vamos a seguir volviéndonos locos, destruyendo el planeta y cometiendo suicidios colectivos cortesía de las bombas nucleares; y nada más. Aunque cabe la posibilidad de que haya vida en algún otro lugar de la galaxia, y quizás ellos sepan jugar de otra manera.