2. EUTANASIA: DEBATE Y EXABRUPTOS
Uno desearía encontrar una actitud más ecuánime en personas que ostentan importantes responsabilidades colectivas y de las que se supone que se han trabajado espiritualmente. Es sabido que la ecuanimidad es un signo claro de espiritualidad.
Un debate constructivo se mueve en la lucidez crítica, aporta razones, no descalifica ni caricaturiza la opinión ajena, no absolutiza ninguna creencia y busca, por encima de todo, no crear abismos, sino tender puentes. Cuando no se dan estas actitudes, lo que cualquier debate produce es crispación y fractura, como ocurre, no solo en algunos platós de televisión, sino en el propio Congreso de los diputados. Pero extraña que sean también responsables religiosos quienes olviden aquellos rasgos que brotan de la búsqueda ecuánime de la verdad, por encima de cualquier creencia personal.
No dudo de su voluntad de aportar elementos que ayuden a clarificar un debate tan importante. Tampoco cuestiono que aporten sus creencias. Pero hay dos cosas que me chirrían sobremanera: por un lado, el uso de expresiones desajustadas que llegan a deformar y falsear la opinión ajena; por otro, la pretensión de absolutizar la propia creencia, identificándola con la verdad y pretendiendo imponerla a toda la sociedad.
Es precisamente la falta de una actitud ecuánime en los responsables eclesiásticos la que dibuja un perfil rígido e intransigente, que produce desafección y rechazo hacia la institución y hacia la misma religión. Leyendo algunas de sus declaraciones, diera la impresión de que les interesa, por encima de todo, mantener a salvo su propia creencia, sobre el supuesto de que esa creencia es la verdad.
Esa trampa se revela mortal: una vez que se ha identificado la propia creencia con la verdad, el diálogo es imposible, por lo que no se dudará en descalificar por cualquier medio a quienes discrepen.
Pues bien, hasta donde he podido constatar, en este debate sobre la eutanasia, agudizado desde el momento en que el Congreso dio luz verde a la ley que la regula, en el ámbito religioso cristiano han predominado afirmaciones de trazo exageradamente grueso, cuyo único objetivo parecía ser la descalificación de la postura diferente.
Quiero recoger algunas de esas afirmaciones, con la reflexión que han provocado en mí. No entro en este momento en el contenido de tales declaraciones, sino en la forma en que están expresadas. (Tomo las citas de diferentes artículos que se han ido publicando en Religión Digital).
El obispo de Getafe escribía: «Algo funciona mal en una sociedad cuando en la sede de la soberanía del pueblo se aplaude a la muerte…, una ley [que viene] a segar las vidas de los más débiles».
Me llama la atención que una persona responsable pueda caer en lo que me parecen deformaciones exageradas de la realidad. Porque eso no ayuda a poner luz ni a crecer en verdad. Quienes son partidarios de la eutanasia no “aplauden la muerte”, sino el derecho de que cada persona pueda decidir de acuerdo a su conciencia, y no en función de creencias impuestas.
En el mismo sentido, me cuesta no ver obcecación cuando manifiesta que el objetivo de la ley sería el de “segar las vidas de los más débiles”.
Sin duda, quien lea y asuma esas afirmaciones –que hacen equivaler eutanasia y homicidio– no puede no posicionarse contra la ley. Pero el error está en el mismo planteamiento, haciendo decir a la ley lo que no dice. El objetivo de la ley no es “segar las vidas de los más débiles”. Así enunciada, esa afirmación peca de torpeza impropia de una persona preparada o de malicia interesada que no busca sino cargarse de razón, donde todo vale, incluida la deformación falaz, para justificar el propio posicionamiento; como si el fin perseguido –incuestionable a sus ojos– justificara los medios.
La ley no busca ni desea segar ninguna vida. De hecho, nadie está obligado a solicitar la eutanasia. Lo que busca es ofrecer la posibilidad de que cada persona decida según su conciencia.
Para el arzobispo de Toledo, la eutanasia es algo que “no debería tener derecho de ciudadanía”.
Extraña que un representante religioso, más allá de su legítima opinión en cualquier asunto, se arrogue el derecho de dictaminar –en función de su propia creencia– qué es lo que debería ser o no legal. No hay razonamientos, sino un posicionamiento dogmático, que además parece no reconocer la validez del juego democrático.
El arzobispo de Valencia, por su parte, manifestaba que “la Ley de la eutanasia está en contra de la paz y rompe la concordia”.
Nos hallamos ante otra afirmación de trazo grueso, propia de quien ve cuestionadas sus propias creencias. Como tendré oportunidad de analizar en otra entrega posterior, las creencias constituyen un factor de cohesión social, con lo que eso tiene, a la vez, de beneficioso y de perjudicial. Desde esa perspectiva, cuando alguien ve sus creencias cuestionadas, considera que se está amenazando, no solo su propio universo mental, sino el mismo orden social. No es extraño que, un poco más adelante, pidiera “para que España recupere la concordia en torno a la vida y la educación”. En esa lógica, el cuestionamiento de las propias creencias se lee como fractura, sin advertir que tal vez sean las creencias las que constituyen un factor de división. Con todo, lo que me vuelve a llamar la atención es el calibre y la falta de objetividad de la acusación.
El mismo arzobispo se refirió a la eutanasia como “un derecho inexistente”. ¿En nombre de qué, sino solo de una creencia, se arroga la capacidad de decidir lo que es o no un “derecho”? En lugar de pontificar de ese modo, ¿no sería más ajustado a verdad decir: “en mi creencia ese derecho no se reconoce”, antes que absolutizar la propia creencia para tratar de “generalizar” su validez y pretender imponerla de manera universal?
El recién nombrado arzobispo de Burgos, por su parte, refiriéndose a los partidarios de la regularización, afirmaba que “defienden la eutanasia por razones ideológicas”, en un claro ejemplo de tachar como “ideología” toda postura que no coincide con la propia creencia. Porque, visto desde fuera, lo que parece “ideológico” es el rechazo a la eutanasia realizado desde una creencia religiosa totalmente subjetiva.
El arzobispo de Oviedo, bien conocido por sus posicionamientos políticos y religiosos, va incluso más allá, al utilizar la aprobación de este proyecto de ley para acusar al poder político nada menos que de imponer «su fracasada dictadura represiva». Y no por reiterada, no deja de sorprender la acritud que destila toda su declaración.
La toma de postura de la jerarquía católica, por boca de su portavoz, ha llegado al extremo de invitar a los fieles a que pidan “explícitamente” que “no se les practique la eutanasia”, en una expresión que transmite una lectura engañosa, al insinuar que se trata de una medida que pudiera imponerse, en lugar de reconocer que es la propia persona quien debe solicitarla. ¿No es esto “ideología” manipuladora y falaz, un ejemplo claro de tergiversación interesada?
Al leer este tipo de afirmaciones –que descalifican a quienes las realizan y a la institución que representan–, uno se pregunta si no podría haber otro modo más objetivo, sereno y sensato, de hacer aportaciones valiosas, desde el respeto. Es posible defender la propia postura de una manera más ecuánime, menos dogmática y, sobre todo –como ocurre en algún caso–, sin carga de odio. ¿Cómo pueden surgir esas palabras, cargadas de visceralidad, juicio y condena, de una persona buena y que se confiesa cristiana?
Pero no son solo los obispos. También de algunos cristianos con cierta audiencia he leído opiniones que me parecen incurrir en la misma trampa. Así, alguien ha hablado de la “triste sociedad que no da razones para vivir sino pastillas para quitarte del medio».
La sociedad –y más aún el poder político– no tiene que dar razones para vivir; esas habrá que buscarlas en otros espacios. Pero aprobar la ley de eutanasia no significa querer “quitar a nadie de en medio”. Si las creencias no nublaran nuestra percepción, probablemente podríamos ser más ecuánimes.
Incluso un profesional sanitario que despliega una obra meritoria en la humanización de la salud, aun desarrollando un argumentario bien planteado –más allá de que se esté o no de acuerdo con él–, me parece caer en la misma trampa al afirmar que “es obsceno aprobar ahora una ley de Eutanasia».
Será obsceno únicamente para quien establezca la ecuación “eutanasia igual a crimen”. Pero quien lee la ley como reconocimiento de un derecho básico, aun insistiendo en la necesidad de condiciones de regulación para evitar abusos de cualquier tipo, no la percibirá como algo “obsceno”, sino como una posibilidad más humana. Porque, ¿acaso es más humano –y menos “obsceno”– obligar por ley a una persona a mantenerse viva en cualquier situación de sufrimiento insoportable e irreversible que ofrecer la posibilidad legal de decidir por ella misma cuándo desea poner fin a su recorrido existencial?
En estos días me han hecho llegar el texto de un grupo cristiano, que deseo citar: https://www.atrio.org/2021/01/un-documento-clarito-de-un-grupo-de-cristianos-de-valencia/