Semana 21 de octubre: COMPROMISO Y DESAPROPIACIÓN

NO-DUALIDAD, MEDITACIÓN Y COMPROMISO

 II. Compromiso y desapropiación

El compromiso fluye del amor desapropiado. Y este solo es posible en la comprensión experiencial de que somos uno.

Tal como los sabios nos han enseñado –recuerda Marià Corbí–, “la ley suprema del amor es el olvido del ego”[1]. Si no quiere caer en mistificaciones –trampas diversas y sutiles con las que el ego busca, de manera consciente o inconsciente, autoafirmarse–, el compromiso reclama la meditación para comprender que no somos el yo que nuestra mente piensa. Porque mientras perviva la creencia en el yo no será posible la desapropiación, ni el amor ni el compromiso gratuito. Como sigue desarrollando el propio Corbí en la obra citada, el compromiso no nace del yo, sino que “pasa” a través de él, porque está brotando del Amor que somos.

Al final, todo se ventila en la comprensión: desde el estado mental todo parece nacer del yo; por el contrario, en el estado de presencia se descubre que todo surge de la misma Presencia que somos y que el yo –que era considerado como la instancia central en el estado anterior– es únicamente un pensamiento o, dicho con más rigor, el resultado que se obtiene cuando la mente se apropia de la consciencia.

La sabiduría ha insistido siempre en la desapropiación o gratuidad como el signo de identidad del auténtico compromiso, como modo de prevenir la apropiación egoica con todas las trampas y engaños en los que introduce.

Vuelvo a recoger lo que escribía en una entrega anterior, hace apenas unas semanas: Tanto el taoísmo (“Nadie hace nada y, sin embargo, nada queda sin hacer”; “es el Tao quien actúa en los diez mil seres”) como el budismo zen (En todo lo que hagas, no hagas nada”) lo han expresado de manera contundente. Se está diciendo ahí que si eres “tú” el que (cree que) lo hace, la acción nacerá contaminada por la apropiación y, lo que es más grave, por la ignorancia que sostiene la creencia errónea de que hay un “yo” hacedor.

Y es aquella misma sabiduría la que trasluce en las palabras de Jesús de Nazaret: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”. Palabras que no inducen a ningún tipo de falsa humildad –que suele esconder un orgullo soterrado–, sino que invitan a la comprensión de que “tú” no haces nada, que no hay “nadie” que haga nada; todo, sencillamente, se hace y, cuando no caemos en la trampa primera de identificarnos con el ego, fluye a través de nosotros.

Pero la mente no puede captar la verdad de la paradoja, puesto que la ve como mera contradicción. Es en el silencio de la mente –en el estado de presencia que nos regala la meditación o contemplación–, en el que germina la comprensión, donde se ve que la paradoja era solo una “contradicción aparente” y que aquellos que parecían polos opuestos son en realidad complementarios. Con lo cual, somos remitidos a una cuestión decisiva: ¿qué experiencia tengo de Silencio mental? Otra paradoja: silencio y palabra van unidos; el silencio sin palabras (sin mente) deriva fácilmente en mutismo inane, pero la palabra (mente) sin Silencio se reduce a mero blablablá.

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[1] M. CORBÍ, El camino interior más allá de las formas religiosas, CETR, Barcelona 2013, p.221. Este recomendable libro se halla disponible en: https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2018/08/eBook-en-PDF-El-camino-interior-mas-alla-de-las-formas-religiosas.pdf