“Es bueno reconocer que es muy honorable la acción del hombre, el esfuerzo por eliminar el hambre, la violencia, los atropellos; pero hay también una grandeza en la no-acción, en el silencio, en ese consumir las búsquedas del ego. La paz brotará al menguar y desaparecer el ego. Siempre este silencio es humanizador, siempre a favor del hombre. Es muy diferente moverse en el plano del ego a moverse en el plano del silencio, en esa conciencia que está por debajo y que por eso ilumina toda la vida y toda la conducta.
El ego siempre es temeroso, siempre vive en desconfianza; lo propio suyo son los temores, los desconciertos, los estremecimientos porque está empeñado en sobrevivir; pero el entorno y, a veces, las circunstancias no son muy favorables para ello. En cambio en esa conciencia profunda que existe en el silencio no existe el miedo a la muerte, ni existe la desconfianza; existe la confianza en esa fragancia del amor que constantemente abraza, ilumina y transporta al hombre.
El silencio es un camino para acercarse a este Reino. Es un recorrido largo y poco cómodo, pero conduce a lo verdadero. Y esto es lo mejor del camino. El que emprende este viaje tiene que acomodarse a una nueva atmósfera, a la desnudez en que el silencio nos deja. Este camino hacia ese Reino dentro de nosotros no tiene ningún mapa, es un viaje lleno de silencio y de discreción, por eso mismo pide de nosotros cuidado y diligencia, un estado de alerta. Promover en el mundo este acercamiento del hombre a su conciencia es una de las grandes aventuras que se pueden vivir».
(J.F. MORATIEL, Desde el silencio, Desclée De Brouwer, Bilbao 22011, p.77-78).