Semana 17 de diciembre: HISTORIA DE UN GUSANO

Por Félix Adámez.

Imaginemos que existe un gusano de 7000 millones de patas. Realmente existe un organismo vivo similar, que tiene 7000 millones de neuronas, que viven y mueren en el cerebro de la criatura. Esas mismas neuronas tienen la costumbre de poner nombre a todo lo que existe. A esa gran criatura la llaman planeta Tierra. A sí mismas se hacen llamar seres humanos.

Pero volvamos a nuestro gran y gigantesco gusano. Es un gusano que no tiene un cerebro en la estructura que solemos llamar cabeza, sino que las neuronas se desarrollan en las patas. Cada pata tiene una neurona. Y a través de esa neurona, y del desarrollo a lo largo del tiempo, debido a lo que llamamos evolución, la neurona mejora en todos los sentidos, hasta que llegar ser autoconsciente, consciente de sí misma. Es el summum de la creación, la pata perfecta, consciente de sí misma, de lo que hace, de cómo se mueve.

Lógicamente, al ser consciente de sí misma, también se hace consciente de las demás patas que están a su lado.  Surge un «yo», con lo que surge todo aquello que no es «yo», y a todo aquello que no es «yo», le dieron un nombre, «tú».

Al grupo de patas que estaban cerca de cada una de ellas también le dieron nombre, «familia». Como es normal, había diferencias entre las patas, ya que las patas de la parte delante del gusano eran diferentes a las de la parte trasera. Las de las patas delanteras tienen pequeñas manos y garras para ayudar a llevar la comida a la boda del gusano. Las de atrás terminaban en un tipo de palmas abiertas que le permitían mejor al gusano nadar en el agua. Y por el medio había patas que diferían según las necesidades del gusano. 

Es un gusano enorme, de miles de kilómetros de distancia, así que mientras una parte del gusano estaba en una zona lluviosa, otras estaban en zonas secas, otras frías, otras calientes, por eso las patas se habían ido adaptando a los diferentes terrenos y climas.

Esas patas conscientes de sí mismas, también fueron por ello conscientes de sus diferencias, por lo que se organizaron en grupos más grandes, en función de donde estaban las patas. En función de eso, las patas se «organizaron»  y  esos grupos los llamaron con un nombre, y esos nombres que hacían referencia al lugar donde estaban las patas se las conocía como «tribus, países, estados, pueblos, etc.»

Al ser consciente de si misma la pata, empezó a darse cuenta de que se movía, que avanzaba, y que existía algo mas grande, que no llegaba a comprender, pero que intuía que de alguna forma dirigía sus destinos. A esa sensación la llamaron dios.

Y como cada pata pensaba que se movía y vivía por sí misma, empezó a sufrir porque a veces no se movía como quería, o porque la pata de la parte de atrás quería ser como la pata de la parte delantera. Empezaron las guerras entre patas, y eso ocasiono un tremendo tropezón del gusano, se vio afectado por el conflicto de sus patas entre ellas. Las patas nacían, crecían y morían, al igual que los demás partes del gusano, como los pelos, las células de la piel, etc. Como cada pata era autoconsciente y se había pasado su corto tiempo de vida intentado diferenciarse y ser diferente a otras patas, cuando llegaba el momento de la «muerte» de la pata, o de las patas cercanas a ella, sufría, porque pensaba que todo se acababa ahí.

Pero volvía a salir otra pata, al principio pequeña, pero luego crecía, libre porque su neurona era lo último en desarrollarse, pero cuando lo hacía, las patas de al lado suyo le decían y explicaban cómo estaban y debían ser las cosas. 

A veces alguna pata parecía recordar hechos de patas pasadas que crecieron antes que ella, porque las patas pensaban que su memoria estaba en cada una de ellas cuando vivían, que su única y apreciada neurona era la que guardaba los recuerdos. No sabían que no existía una memoria individual de cada pata, sino solo la memoria del gusano, a la que cada estructura del mismo, cada célula puede acceder. 

Pero para las patas esos recuerdos de patas pasadas eran fascinantes. A todo eso le pusieron un nombre, «reencarnación».

Entre tanto conflicto y lucha entre patas, de vez en cuando, muy de vez en cuando, alguna pata se preguntaba «¿quién soy yo?», ¿solo soy una pata o pertenezco a algo más que no llego a comprender?  Y siguiendo por ese camino de indagación la pata despertaba del sueño de ser una pata separada de otras patas, su consciencia se ampliaba y descubrió aquello que le daba vida, aquello que la hacía moverse, aquello que estaba más allá de la muerte, más allá del nacimiento, más allá del todo.

Y descubrió que realmente dios eran un gran gusano, por fin era libre. Comprendió que cada movimiento que había hecho en su vida no lo había hecho la pata, como un movimiento individual, ella como pata no se movía, era movida, era andada, nada de lo que hizo en su corta vida lo hizo ella, sino que sólo era la decisión de moverse de dios, del gran gusano. 

Y poco a poco, a medida que las patas despertaban y recobraban la cordura, el gusano estaba más contento, al fin y al cabo cada vez podía andar mejor. Además como el cerebro de la gran criatura estaba en las patas, cada alegría, cada momento de paz, cada momento de gozo, el gusano lo sentía como suyo, al igual que cada momento de miedo, ira o angustia.

Poco a poco las patas las patas que despertaban intentaban hacer comprender a sus iguales, que dios estaba encima de ellos, por encima de ellos (en este caso literalmente)

Dios es un gusano, un gran y enorme gusano, eso es la revelación.
Amen.