Algunos creyeron que la mejor forma de desapegarse era huir. Simeón el Estilita escogió una columna en el desierto para alejarse del mundo. Pero la cueva y el desierto no privaron a san Antonio de las tentaciones. Nos llevamos con nosotros el saco de los deseos a la calle, al monasterio o a las antípodas de nuestro planeta.
Por eso el camino no es escapar, sino flotar como el pato en la superficie de los deseos. Muchas veces la renuncia ascética origina más deseos, los convierte en asignatura pendiente. Y el teóricamente santo se convierte en una persona con genio inaguantable, o la intachable virgen en una histérica a flor de piel.
El día en que te aceptes con tus deseos, sin pretender responder al “superego” (tu personaje, creado por la educación, la cultura), ese día habrás dado el primer paso.
Vivir sin apego es vivir con todo y sin nada, como de viaje por las cosas, mirando su transparencia, su sabor a más, su índole de trasunto, su perfume efímero, su canto de patria lejana que llama a seguir el camino, sin asir nada, sin anclarse definitivamente en nada. Por otra parte, ¿cómo aniquilar los deseos, que son facetas tan apetecibles de la vida? ¿Valdría la pena vivir sin pasión, sin risas ni lágrimas? ¿No sería mejor incluso sufrir y hasta el desengaño, después de haber gozado y tocado con la punta de los dedos la gran ilusión? Ayuda, para nadar en aguas medias, cambiar las adicciones por preferencias.
Sueñas con tener un piso de tales características. Bien, pones los medios para conseguirlo y, dentro de ti, prefieres esa posesión a no tenerla. Pero si la vida o las circunstancias no te lo permiten, entonces te quedas bien porque tú eres mucho más que tu piso. Y tú solo lo preferías. Además sabes que vendrán otros regalos y satisfacciones, porque el chorro de la vida es inagotable.
No se trata de no desear, sino de flotar sobre los deseos.
Pedro Miguel LAMET, en Revista 21, abril 2016, p. 53.