La queja es un ingrediente que garantiza la infelicidad.
Cada vez que te quejas, le dices al universo que te envíe más de lo que no te gusta.
Cada vez que te quejas, te olvidas de lo bendecido/a que eres.
Cada vez que te quejas, abres la puerta a la amargura.
Cada vez que te quejas, atraes pobreza espiritual.
Cada vez que te quejas, estás envidiando a los que te rodean.
Cada vez que te quejas, endureces tu corazón.
No malgastes tu valioso tiempo quejándote…
Mejor acepta, fluye y simplemente VIVE.
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Lo opuesto a la queja es la gratitud.
La gratitud aleja el lamento y el victimismo.
Expande el corazón y saca lo mejor de nosotros mismos.
Sostiene y alimenta la alegría de vivir.
Y constituye el antídoto más eficaz para el desánimo y el desaliento.
Quien vive gratitud no conocerá la queja ni el desánimo: vive diciendo sí a la vida, en aceptación profunda.
La gratitud libera de obsesiones y nos reconcilia con la vida.
La actitud sabia está hecha de gratitud y aceptación.