Entrevista realizada por Lala Franco,
publicada en Alandar 304 (enero 2014) 4-5.
(En la revista se publicó una versión abreviada por razones de espacio;
esta es la versión completa).
Enrique Martínez Lozano es escritor y conferenciante. Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual, que puede leerse en su web, y que envía gratuitamente a quien desee recibirlo. La espiritualidad es para él un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema. El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y su experiencia.
Enrique, ¿qué es la espiritualidad?
Por decirlo de un modo sencillo, “espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real. Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado…, pero no como dos realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único Real.
¿Podemos hablar de una inteligencia espiritual?
Indudablemente. Comprendo que haya personas a las que ese término les rechine, por diversos motivos, y que prefieran usar otro. Pero del mismo modo que no puede haber crecimiento humano sin el cultivo de la inteligencia emocional, tampoco es posible sin el cuidado de la “inteligencia espiritual”.
La espiritualidad es una dimensión humana tan básica y fundamental como la corporeidad, la afectividad o la sociabilidad. Su olvido supone una amputación grave de la persona.
Dicho de un modo más simple: del mismo modo que tenemos necesidades fisiológicas (somos cuerpo) y emocionales-afectivas (somos psiquismo), tenemos también necesidades espirituales que necesitamos conocer, gestionar y responder adecuadamente. Francesc Torralba ha escrito que “el ser humano, sea religioso o no, tiene unas necesidades de orden espiritual que no puede satisfacer ni desarrollar si no es cultivando la inteligencia espiritual”. Es así. Y, personalmente, constato que cada vez son más los padres y educadores que se hallan en esta búsqueda. Es necesario trabajar la “inteligencia operativa” y la “inteligencia emocional”. Pero si nos quedamos ahí, perpetuaremos el estado de “anemia” y, con él, la ignorancia acerca de quienes somos y el sufrimiento.
¿Cuáles son, según tu experiencia, las aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?
Hay sed de interioridad, de profundidad, de silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de Aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. “¿Dios?”. Siempre que no lo confundamos con la misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El Maestro Eckhart decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga, escribe: “Solo el Dios encontrado, / ningún dios enseñado puede ser verdadero, / ningún dios enseñado. / Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”.
Es comprensible que las personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y saborear el Misterio. Y es que, como dijera el teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el ya lejano siglo XV, “Dios es lo no-otro de nada”.
A Dios, dices, no lo podemos pensar, solo vivirlo. Pero, ¿cómo vivir a Dios?
Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la no-dualidad.
“Vivir a Dios” es exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente, des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”.
Eso es, por otro lado, lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.
Tú has llegado a la espiritualidad desde la psicología, afirmas. Y hablas continuamente de la no-dualidad. Psicología transpersonal, no-dualidad… son conceptos que hay que explicar a los no iniciados, y que tienen un significado grande en el terreno de la espiritualidad…
La no-dualidad es un “modo de conocer” y, por tanto, un modo de acercarnos a lo real y un modo de vivir, que me parece más ajustado que el “modo mental”. Más ajustado porque lo Real no puede ser sino uno-en-la-diferencia.
Desde el modelo mental, se enfatiza uno de esos dos polos, y así se habla de monismo (panteísmo) o dualismo; pero eso no hace justicia a lo Real; es solo una lectura mental.
Me parece que el paso del “modelo mental” al “modelo no-dual” –que se está empezando a dar ya en la filosofía, la psicología, la sociología, la hermenéutica…- constituye uno de los cambios más revolucionarios de nuestro momento histórico, por todas las consecuencias que aporta.
Es lo que siempre habían dicho los místicos. En la actualidad, lo dicen incluso los físicos cuánticos. Estoy preparando un libro, que probablemente salga en la próxima primavera, que se titula precisamente: “Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad”. El mismo trabajo en la preparación de ese libro me ha supuesto un gran enriquecimiento.
En cuanto a la psicología transpersonal, llamada también psicología integral, es aquella que no olvida ninguna dimensión del ser humano. Cada vez somos más conscientes del empobrecimiento humano que supone el reducir la persona a una estructura psicosomática. La psicología transpersonal, nacida de la mano de la psicología humanista, nos hace caer en la cuenta de aquella dimensión más profunda –transmental, transegoica-, que no es otra que la dimensión espiritual.
¿No es el reconocimiento de la Presencia algo común a las tradiciones religiosas?
Efectivamente, más allá de las palabras que usemos –Presencia, Consciencia, Plenitud, Vacío, Dios…-, las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntar hacia el Misterio último –la Mismidad- de lo que es… La pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor absoluto.
Las religiones tienen tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos, cuando no rechazo abierto.
En un movimiento de autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir fácilmente con el pluralismo.
Es decir, que religión y espiritualidad no son identificables…
No; podemos considerar la religión como el “mapa, y la espiritualidad como el “territorio”; o en otra imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el “vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar reñidas. El problema llega cuando las religiones se olvidan de que son solo una construcción humana que busca “canalizar” el Anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad, por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida de las personas y de la espiritualidad.
¿Qué hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que hablábamos al inicio?
Una profunda riqueza: la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos, culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.
Hay muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior… ¿no tenemos ahí un tesoro por redescubrir?
Sin duda, la tradición cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue Jesús de Nazaret.
En ese redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino” más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y, simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada habitualmente en la Iglesia como algo marginal. Esto me parece un enorme empobrecimiento.
Hablemos, pues, de meditación…
La meditación no es, en primer lugar, un método ni una práctica…, sino un modo de vivir o un modo de ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad.
Al estar habitualmente identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar es inercia, y así poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.
Eso me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?
Primero, que contiene mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias y a la sumisión a la autoridad religiosa”.
Pero hay otros factores: uno no menor consiste precisamente en el hecho de que, al venir nosotros de una tradición religiosa que parecía encerrada en creencias y mandamientos, hemos estado echando de menos el cultivo de la dimensión espiritual, de una forma experiencial.
Por otro lado, aunque es cierto que el Maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino contemplativo.
Al mismo tiempo, nos hemos hecho conscientes, como decía antes, de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Al verlo así, no solo queda sanamente relativizada toda creencia, sino que aprendemos a contrastar los diferentes mapas con la riqueza que cada uno de ellos aporta. Estoy convencido de que el futuro de las religiones ha de ser el encuentro humilde entre ellas, en el que se descubran buscadoras humildes al servicio de la genuina espiritualidad: es lo que quería expresar al hablar de los “mapas” al servicio del “territorio”. En este sentido, me gustaría citar un libro que me parece muy valioso en todo este campo del llamado “diálogo interreligioso”. Es el libro de un experto, Javier Melloni, que lleva por título: “Hacia un tiempo de síntesis”.
El “mindfulness”, tan actual, ¿es lo mismo que la meditación?
Se suele decir que el mindfulness ha significado el descubrimiento de la meditación por parte de la psicología y la psiquiatría. Tanto es así, que en la última década, la cuestión más investigada dentro del campo psicológico, en Estados Unidos, ha sido la eficacia del mindfulness para el trabajo terapéutico.
Con todo, en rigor, siendo una muy buena noticia el interés de la psicología por ello, no es exactamente lo mismo que la meditación. El mindfulness o atención plena puede entenderse como una herramienta terapéutica que favorece la unificación e integración psicológica de la persona. Pero la meditación –repito, hablando con rigor-, si bien es imposible vivirse in “atención plena”, es otra cosa; como decía antes, es un estado de consciencia, caracterizado por la no-dualidad.
¿Cómo cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino espiritual?
La respuesta también es sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿quién soy yo?”. Mientras la respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento –aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud.
Lo que ocurre es que la respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque, al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora; nos hace creer que somos apenas una estructura psicofísica, un “yo individual”; es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e incluso la propia vivencia religiosa- resulta empobrecido.
La respuesta adecuada no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual. Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado necesariamente es un objeto (mental). Únicamente podemos conocer lo que somos…, cuando lo somos. Y para ello necesitamos silenciar la mente, y así acceder a una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera identidad.
Aquí se da una hermosa y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice la física cuántica: “lo que vemos no es real, y lo real no podemos verlo”.
El camino espiritual no es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto las tradiciones espirituales le han llamado “despertar”, un estado de consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.