¿QUÉ SOMOS?

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

27 agosto 2023

Mt 16, 13-20

En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

¿QUÉ SOMOS?

La gran pregunta del ser humano -a la que han intentado responder todas las mitologías, religiones y filosofías- es la que se refiere a su identidad: “¿quién soy yo?”.

En realidad, desde una comprensión profunda, la pregunta se desdobla para dar razón de la paradoja que nos constituye: en el nivel psicológico indagamos sobre nuestra personalidad y nos preguntamos quién soy yo; en el plano profundo (espiritual) nos abrimos a nuestra identidad y nos preguntamos qué soy yo.

La respuesta de Pedro a Jesús –“Tú eres el Hijo de Dios”-, más allá del contexto teísta en que se produce, apunta a nuestra identidad, por lo que resulta válida para todo ser humano. Lo que es Jesús lo somos todos, aunque -como señala Javier Melloni- “nos da miedo reconocerlo”.

En nuestra personalidad somos todos y todas diferentes; la identidad, sin embargo, es una y compartida. Somos -toda realidad es- consciencia pura, expresándose o desplegándose en formas (y personas) particulares.

Nuestra identidad, por tanto, no es “personal” -ahí estaríamos hablando de nuestra personalidad-, sino en todo caso “transpersonal”, en el sentido de que trasciende la forma concreta en la que nos experimentamos. Y en eso consiste la sabiduría: en captar-comprender la consciencia que somos y vivirnos desde ella en la forma personal y concreta de cada cual.

Esta es la comprensión no-dual. Si el evangelio no se expresa en ella -a excepción de algunos textos de Juan y del apócrifo de Tomás-, no es porque en aquel tiempo no hubiera un lenguaje no-dual apropiado, sino porque la tradición bíblica es dualista.

La comprensión no-dual, así como los textos en que se expresa, pueden encontrarse al menos seiscientos años antes de que se redactaran los evangelios: en India (hinduismo), en China (taoísmo) y hasta en Grecia (Parménides). Que la tradición bíblica sea dualista no quita nada a la sabiduría que contiene, ya que la comprensión no-dual permite hacer una “relectura” en consonancia con la experiencia vital de la persona que lee esos textos.

Somos “hijos e hijas de Dios”: uno con el Fondo de todo lo que es –“el Padre y yo somos uno”, dirá el evangelio de Juan-, plenitud de consciencia, de presencia y de vida.