¿QUÉ PUEDE SIGNIFICAR «CARGAR CON LA CRUZ»?

Domingo 15 de septiembre de 2024

Mc 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy?”. Ellos le contestaron: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará”.

¿QUÉ PUEDE SIGNIFICAR «CARGAR CON LA CRUZ»?

El terrible suplicio de la crucifixión parece proceder de Persia o incluso de Asiria. Posteriormente, los romanos la adoptaron como un método de ejecución particularmente cruel y humillante.

El condenado podía morir en cuestión de horas o al cabo de varios días, dependiendo de las circunstancias, pero en cualquier caso resultaba una imagen terrible que el imperio utilizaba como medio de escarmiento y advertencia: en el siglo I a.C., tras aplastar la revuelta de esclavos liderada por Espartaco, unos 6.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia. Por todo ello, la cruz despertaba en el mundo antiguo un horror particularmente intenso.

Sin embargo, a partir del siglo V d.C., lo que había sido el símbolo de la tortura más arroz, se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo. ¿Qué es, por tanto, la cruz?

Lo que era un instrumento de tortura empieza a ser visto y venerado, en el ámbito cristiano, como signo de salvación, en la medida en que la propia muerte de Cristo se interpreta como misterio salvador.

Con el paso del tiempo, en la cultura popular se ha utilizado este término para referirse a todo aquello percibido como dolor, molestia o simple incomodidad. De ahí que fuera común la expresión “¡qué cruz!” para aludir a cualquier circunstancia desagradable, desde una enfermedad hasta una relación conflictiva.

Sin embargo, si se quiere hablar con propiedad, la “cruz” no es cualquier dolor, sino aquel que es consecuencia de la fidelidad asumida o de la entrega a los otros. Tanto la persona que quiere ser fiel a sí misma como aquella que hace una opción comprometida a favor de los demás, sobre todo de los más vulnerables, sabe que, antes o después, el dolor hará acto de presencia. Esto fue lo que le ocurrió a Jesús y esto es lo que sucede a toda persona fiel y entregada.

“Cargar con la cruz” -por retomar la expresión evangélica- significa asumir, de manera lúcida, las consecuencias dolorosas de una opción de vida marcada por la fidelidad y la entrega.

Tal actitud es posible en la medida en que la persona avanza en la desidentificación del propio ego. Así, mientras este rehúye la cruz, la persona que crece en comprensión la asume de modo consciente. Hasta el punto de que, leída en clave simbólica o espiritual, la cruz puede entenderse como símbolo de la “muerte” al  (a la identificación con el) propio ego, que queda clavado -definitivamente entregado- en ella.