29 mayo 2022
Lc 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”. Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
PLENITUD Y DESPLIEGUE HISTÓRICO
La “doble dimensión” que nos constituye -identidad y personalidad- puede verse desde otra perspectiva: somos plenitud que se va desplegando en forma de historia. La plenitud es atemporal; el desarrollo histórico aparece como lineal y secuencial. Una lectura ajustada de lo real tiene en cuenta esa doble dimensión, consciente de que cada uno de esos planos obedece a “leyes” diferentes.
En cuanto “seres históricos”, nos experimentamos impermanentes, frágiles y vulnerables, a la vez que vivimos considerándonos “actores” de nuestro destino, afrontando la vida como “tarea”.
El riesgo consiste en quedar reducidos a este plano, olvidando nuestra dimensión profunda. Cuando esto sucede, caemos en la ignorancia radical por la que, aun creyéndonos “conscientes”, nos perdemos en la confusión y en el sufrimiento mental.
Ese laberinto solo tiene una salida posible: la comprensión que nos permite abrirnos a nuestra verdadera identidad. A partir de ahí, se modifica nuestro modo de vernos, de leer la historia y de movernos en ella. Porque vivimos el despliegue sin perder la conexión con quienes realmente somos, es decir, anclados en la plenitud atemporal. En ella nos reconocemos siempre a salvo y desde ella se modifica nuestra visión de la historia y nuestro comportamiento en ella.
Seguiremos haciendo todo lo que tengamos que hacer en el discurrir diario, pero lo haremos -o mejor, se hará en nosotros- desde “otro lugar”. La historia aparecerá ante nosotros como un “juego divino”, con todo lo que encierra de compromiso, pero también de libertad. Del mismo modo que, al salir del sueño, nos liberamos de la carga de las pesadillas que lo acompañaban, al escapar de la confusión de la mente reductora, saboreamos el descanso profundo que sabe a plenitud y a liberación.
Somos seres históricos, con todo lo que ello implica, pero somos, a la vez y en profundidad, plenitud de vida.
¿Cómo y desde dónde vivo el día a día?