El anhelo de explorar y expresar lo inefable encuentra en la poesía una forma de mirar la vida. Tal vez porque, en su capacidad de hacerse silencio totalidad de significados, la poesía deja espacio a todo lo que aparece, a todo lo que quiere mostrarse, para que pueda ser y decirse a su modo, sin límites prefijados.
Así, dejando espacio, la palabra poética se hace capaz de expresar la comprensión que se regala. A través de estos poemas, transitamos la experiencia de ver, aceptar y amar la vida con los ojos del misterio y la contemplación. ¿Son tres pasos en el proceso humano o tan solo tres formas de hablar de lo mismo en diferentes matices?
Estos versos se adentran en la belleza y la hondura de lo cotidiano con la transparencia de la palabra casi recién amanecida y, desde esa honestidad, muestran el sabor, el color y el aroma de la vida que se va desvelando a la luz de la Comprensión.
PRÓLOGO
de Enrique Martínez Lozano
“La palabra poética -escribe Esther ya en la primera página- es la melodía del Silencio pronunciado”. Porque el silencio es callado, pero no mudo; inaudible, pero melodioso. No grita, pero es sumamente elocuente. Parece carecer de poder y, sin embargo, es la puerta que nos conduce a casa. Y al adentrarnos por ella, se nos regala un descubrimiento tan gozoso como transformador: somos Silencio consciente. Aunque con frecuencia olvidado e ignorado, el Silencio constituye nuestra identidad más profunda.
En los poemas de Esther, es fácil percibir que el Silencio -que suena en ellos como melodía- es la matriz de donde nacen por la belleza, la riqueza y la sabiduría que contienen.
Silencio y palabra se reclaman mutuamente: sin palabra, el silencio es mutismo estéril; sin silencio, la palabra es solo blablablá vacuo. Es el silencio -silencio de la mente, silencio del yo- el que nos permite trascender el estado mental y acceder al estado de presencia o estado de ser, ese otro nivel de consciencia en el que se desvela nuestro verdadero rostro.
Me llega de estos poemas su densidad de Silencio y, con él o desde él, su belleza y su honestidad. La autora no esconde ni evita nada, mucho menos edulcora o maquilla su experiencia. Al contrario, con libertad e incluso inocencia de niña, se va mostrando en todo su abanico de sentimientos y emociones, a la vez que desnudando su vivencia, hecha -como la de cualquiera de nosotros- de claroscuros y contrastes, armonía y desequilibrio, amor y conflicto, plenitud y vulnerabilidad, certezas y dudas, luces y sombras…
Y, sin embargo, acogiendo todo el espectro de vivencias y emociones humanas, Esther sabe ver -esto es lo que dota a su texto de sabiduría-, en lo más profundo, la Confianza que sostiene todas las formas. Confianza que se traduce y expresa en un “sí” a lo que es, en una actitud de vivir diciendo sí a la vida y de fluir con ella. Porque sabe que, más allá de las formas, aunque sin negarlas ni descuidarlas, en todas ellas, late el Ser. Vivir, por tanto, es solo ser. Todo lo demás, como decía el sabio, “se os dará por añadidura”.
Este es el núcleo de la sabiduría o de la comprensión. Una comprensión profunda, experiencial o vivencial, que se aproxima a la “visión”. Es sabia la persona que sabe ver. Y sabe ver porque ha saboreado el secreto profundo de lo real. Desde la sabiduría que nace del saboreo, ¿cómo no confiar, aun en medio de todos los vaivenes y altibajos inevitables en el mundo impermanente de las formas?
Por eso, además de ser un canto a la Confianza, estos poemas constituyen una invitación a vivir todo y siempre desde la aceptación profunda, que nos permite alinearnos con lo real y vivirnos en sintonía consciente con la Vida. De hecho, resulta fácil apreciar que cada poema, más allá de su color aparente o incluso del drama que refleja, constituye un canto a la Vida.
Por todo ello, dado que estos poemas son “melodía del Silencio”, deseo invitar al lector a que los acoja y los lea desde el silencio. Apuesto a que acogidos de este modo -acallada la mente, en apertura amorosa al complejo y variopinto mundo interior-, podrán conducirle hasta el umbral de la comprensión y de la sabiduría.
Por eso, el título elegido –“Comprensión”– no puede ser más acertado. Porque nacen de la comprensión, orientan hacia ella y se apoyan en la certeza de que, así entendida, contiene absolutamente todo lo que necesitamos para vivir en plenitud, en el día a día, cuidando nuestra persona y nuestra “casa” común.
PRÓLOGO
de Ana Etxeberria Zarautz
A través de estos poemas que juegan con realidades y actitudes profundamente humanas, Esther nos ofrece un telar en el que va tejiendo -y mostrando- su propio tapiz de la vida. Al hacerlo así, nos brinda una oportunidad preciosa para que cada cual tejamos el nuestro. Porque, si bien todos y todas leeremos el mismo poema, es seguro que saldrán tantos tapices como lectores se acerquen al texto.
De ese modo, cada poema puede convertirse en un espejo donde mirarnos y estar un tiempo con nosotras mismas. Personalmente, he resonado con unos más que con otros, pero todos ellos me han hecho detenerme y cultivar el cuidado de estar conmigo, en silencio consciente y amoroso.
Desde esa misma experiencia, te invito, lector o lectora, a descubrir qué poemas “resuenan” más en ti. Y cuando se produzca ese milagro de la resonancia, detente, párate, respira y escucha tu voz interior.
Al detenernos y escuchar todo lo que se mueve en nuestro mundo interno, iremos descubriendo toda una variedad de máscaras que utilizamos en nuestra vida cotidiana para vivir cada situación lo mejor que podemos o sabemos, buscando protegernos o, tal vez, intentando ocultar lo que nos desagrada. Todo ello es humano.
Pero los poemas de Esther nos invitan a dar un paso más en el camino siempre inacabado de la liberación personal. Un camino en el que conjuga -es necesario conjugar- tres actitudes vitales sintetizadas en tres palabras que se repiten a lo largo del poemario: comprensión, aceptación y gratitud.
Comprender, aceptar y agradecer balizan el camino de la sabiduría, de la libertad interior, del gozo y de la comunión con todos los seres. Constituyen el terreno firme en el que encontrarnos con nosotros mismos en profundidad, sabedores de que -pase lo que pase- la esencia de nuestro ser se halla siempre a salvo.
Agradezco a Esther el hecho de que estos poemas me han brindado la ocasión de quedarme unos tiempos conmigo, escuchar todo lo que se movía en mi interior, atender los “ecos” que se despertaban, acogerme con todo ello y celebrar la comprensión gozosa de que, en lo profundo, todo está bien: todos los hilos del tapiz son necesarios para que pueda producirse la obra acabada. Gracias.
INTRODUCCIÓN
de Esther Fernández Lorente
Soy una mujer de palabra. La palabra ha sido y es, para mí, espacio, tiempo, mirada, tacto, deseo, realidad… Soy una mujer de silencio. Me siento, me vivo, descanso y renazco en el silencio. ¿Acaso pueden estar separados? Creo que no. La palabra nacida de lo más profundo es capaz de mirar cara a cara al silencio y bailar una danza de claroscuros, de lo mismo y lo distinto, con el ritmo de la honestidad: La palabra poética es la melodía del Silencio pronunciado.
Mi anhelo de explorar y expresar lo inefable ha encontrado en la poesía una forma de mirar la vida, de ahondar en ella y decirla sin tratar de poseerla, acotarla ni manipularla, tratando tan solo de vivirla. Tal vez porque, en su capacidad de hacerse silencio o totalidad de significados, la poesía deja espacio a todo lo que aparece, a todo lo que quiere mostrarse, para que pueda ser uy decirse a su modo, sin límites prefijados. Así, dejando espacio, la palabra poética de hace capaz de expresar la comprensión que gratuitamente se regala, la experiencia de ver, aceptar y amar la vida con los ojos del misterio y la contemplación.
Mi padre no expresaba sus emociones directamente, pero escribía versos para hablarme de amor. Mi hermano me regaló, siendo yo muy niña, a Machado y Miguel Hernández a través de los discos de Joan Manuel Serrat y de otros cantautores y, por supuesto, a través de su afición a la lectura. Tuve la suerte de nacer y crecer en una casa con muchos libros. Mi madre ha vivido y vive cantando. Aún hoy a sus 89 años canta, cuando el cansancio se lo permite, para sentirse viva. Soy de una estirpe de trovadores y trovadoras de la vida y comparto mis versos con todos/as aquellos/as que quieran saborear algo de lo que la Comprensión, hoy, nos regala.
Agradezco las palabras de estos dos amigos, de Ana y de Enrique. Me atreví a pedirles un prólogo a dos voces, desde dos miradas. Aceptaron y me conmovieron. Luego la vida se llevó a Ana. Guardo sus palabras como un tesoro y me da mucha alegría el hecho de poderlas publicar. Gracias, Enrique, por tu sabiduría, tu humilde sencillez, tu creatividad y tu amor, por haber estado y seguir estando en mi vida. Gracias a los dos por compartir la experiencia de sabernos Palabra, Silencio, Comprensión.