No me trabajo hace tiempo: eso, para mí, era tratar de ser feliz
alcanzando mi yo ideal. Me atiendo: eso, para mí, es estar atenta a lo
que se mueve, a lo desconocido, a lo que se me regala en todo, no
rechazando nada. ¡Es la gran aventura! “Trabajarse”, tal y como yo
lo he vivido, es buscar lo conocido y lo previamente proyectado a
toda costa, vivir en el futuro. “Atenderse” es presenciar lo que se da,
transitar lo que hay y vivir la aventura de la pasividad más activa. “No
me trabajo, me atiendo”. EFL.
No me trabajo a mí misma,
aunque, tal vez, suene hueco.
Durante años busqué,
con el cincel y el martillo,
ser la que veo en mis sueños,
con la bondad de la tierra,
la belleza de la luna
y la levedad del viento.
No pudo ser, solo noche
sin estrellas en mis manos,
la ansiedad entre los dientes
chocando por no llegar,
por nunca llegar a tiempo.
No pudo ser, solo culpa
al regresar, cada tarde,
al inicio, masticando,
como quien no sabe andar,
lo inútil del esfuerzo.
No me trabajo a mí misma,
únicamente, me atiendo.
Me observo, curiosamente,
acojo cada sonrisa,
acaricio cada pena,
nadando entre mi corriente
o quemándome en mi fuego.
Doy espacio a lo que pasa,
me escapo y vuelvo a la vida,
me encrespo en la tormenta
y me amanso en el centro.
Dejo ser lo que ya soy:
buena, como es la tierra,
hermosa como la luna,
leve y firme como el viento.
Acepto nudos que bloquean
el paso de tanta vida,
esos patrones tan rígidos
que llevo hace tiempo puestos.
Sin juicios ni culpas miro
y, al mirar libre, comprendo
y, al comprender se desatan
poco a poco esos nudos
con la luz que nace de ellos.
Es tan sencillo y calmado,
con tanto amor a mí misma,
mirar sin etiquetarme,
gozar de la honestidad
y dejarme ser sin miedo,
que descanso y amo más
también a todos los seres
sin forzarme para hacerlo.
Agradezco el camino,
la búsqueda y los intentos
para entender que es así,
no me trabajo, me atiendo
Esther Fernández Lorente