PRÓLOGO al libro de poemas de EUGENIA DOMÍNGUEZ, La memorial del Mar, Torremozas, Madrid 2012.
Los poetas y los místicos transitan caminos cercanos. Caminos que se encuentran más allá de las palabras y más allá de los conceptos, aunque luego unos y otros hayan de recurrir a la palabra para expresar lo experimentado. Y la palabra se hace entonces paradoja, metáfora y poesía, con la que intentan balbucir lo que han palpado en el territorio del Silencio primordial, lugar de nuestro Origen y nuestro Destino.
En realidad, no es un “lugar”, porque trasciende las coordenadas espaciotemporales, sino el No-lugar de nuestra identidad que, sin embargo, olvidamos al identificarnos con nuestra mente. Tal identificación nos otorgó una “pseudoidentidad” (el “yo separado”), a la que absolutizamos y a partir de la cual organizamos toda nuestra existencia. La identificación con la mente nos sumió en el olvido de quienes éramos y abrió la puerta a la confusión y al sufrimiento.
Cuenta una vieja leyenda judía que, en el momento de nacer, un ángel nos golpea en la boca para imponernos silencio, tratando así de impedir que hablemos del mundo celestial que hasta entonces era nuestro hogar. Pareciera que el ángel ha hecho tan bien su trabajo, que no sólo no hablamos de ello, sino que incluso lo hemos olvidado por completo.
Por eso, conocer quienes somos equivale a recordar. Y a esto nos ayudan, de una manera especial, místicos y poetas. Y eso es lo que nos regala Eugenia Domínguez: palabra hecha poesía, que quiere vehicular experiencia viva que podrá despertar “ecos” de nuestra identidad profunda, memoria de lo que realmente somos. Porque Eugenia posee el don de transmitir, en palabras sencillas, experiencias profundas y universales, que tienen el sabor inconfundible de la no-dualidad y que despiertan el “recuerdo” de lo que somos.
Recordar (re – cor/cordis) significa “volver al corazón”. Seguramente por ello, en alguna tradición espiritual, “recordar” equivale a “despertar”. Al recordar, salimos del sueño y empezamos a ver.
Los poemas de Eugenia hacen un guiño al corazón, en forma de nostalgia y evocación: recordamos el Mar de donde venimos y adonde vamos, y el Mar nos recuerda y nos llama para hacer posible el reencuentro con lo que, a pesar del olvido, siempre hemos sido.
Los hombres y mujeres sabios, de todos los tiempos y latitudes, han sido aquellos que nos han recordado la verdad de nuestra naturaleza. Como una manera de ponerlo de manifiesto, Eugenia nos ofrece un muestrario de textos de diferentes tradiciones y procedencias, unidos bajo un denominador común: la sed del encuentro en la Unidad olvidada.
A la verdad de lo que somos no podemos llegar a través de la mente, herramienta tan preciosa como limitada, porque ella es solo una pequeñita parte de nuestra identidad.
Necesitamos, más bien, acallarla con suavidad para, sin sus interferencias, acceder a una experiencia inmediata, en la que emerge la consciencia clara de ser, el “Yo Soy” que siempre nos acompaña –la única certeza que permanece en la impermanencia de todo-, porque nos constituye.
En cualquier momento de nuestra jornada, como en cualquier etapa de nuestra historia, si nos volvemos hacia nosotros para preguntarnos: ¿qué hay?, la respuesta siempre es la misma: consciencia de ser. Sin predicados ni adjetivos, sin añadidos de ningún tipo. El “solo ser” de otro poeta inspirado, Jorge Guillén, en el que todos nos reconocemos:
Solo ser. Nada más. Y basta. Es la absoluta dicha.
O el “no sé qué” que embelesaba a Juan de la Cruz, y que sigue cautivando a quien se permite escucharlo:
Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué,
que se alcanza por ventura.
La consciencia –nuestra identidad última- es una, desplegada, manifestada y reflejada en infinidad de formas que, siendo todas diferentes, son, sin embargo, “lo mismo”.
Por eso, al dejar de buscarnos como “yo separado”, emerge la Presencia consciente y amorosa que somos en profundidad, y así nos reencontramos, al re-cordarlo, en la admirable No-dualidad.
Los poemas de Eugenia están transidos de esta intuición no-dual, que a veces se expresa en el contraste, al describir al ego insatisfecho y superficial que nos despista, y otras se manifiesta como Amor y Unidad esencial, que nos plenifica.
Al leerlos, haremos bien en “dejarnos detener”. Es una poesía de cadencia pausada que, a la vez que nos serena, nos invita a dejar las prisas para quedarnos saboreando la vida que encierra.
Y se expresa –no puede ser de otro modo- en paradojas constantes: ego/estar, esfuerzo/abandono, oscuridad/ver, aislamiento/encuentro en el otro y en todo, separación/unidad, nostalgia/realidad, desengaño/amor, ramas secas/savia, muerte/vida, desasimiento/plenitud…
Y en esa plenitud que es desasirme
de todo, siendo todo,
vuelo libre mirando el universo,
tan pequeño y cercano,
libre,
mirándolo y viéndolo (p. 50).
Paradojas que se resuelven, finalmente, en un “abrazo mayor”, en el Silencio no-dual:
En el silencio
desaparece
cualquier contradicción
que las palabras crean
lejos de la Palabra (p. 42).
Que sabe mirar:
Mirar como el que sabe
que todo es en la mirada
que mira cuando mira y es mirada (p. 42).
Hasta reconocerse en Todo:
La huella de mis pies se va borrando.
Son las olas que bailan y acarician,
veo su espuma fugaz.
Soy la espuma y ese niño que cruza
detrás de una pelota, sin mirarme.
Soy la espuma y el niño y ese viejo
bañando sus tobillos junto a una mujer joven
que también soy.
Soy la espuma, el niño, el viejo, la mujer,
el cielo pintado de colores
y el barco que a lo lejos
parece, parezco, saludar.
Soy el horizonte donde cielo y mar se unen,
lo más sutil de este paisaje,
tal vez lo más cierto (p. 49).
A medida que avanzamos en la lectura, se intensifican las imágenes que nos remiten a la no-dualidad y, en ese sentido, a lo esencial del “recuerdo”:
Somos el negativo
de una figura eterna,
anhelando esa luz que nos devuelva
el perfil esencial,
bajo un cielo fiel que nos bendiga,
nos haga aparecer (p. 68).
Para terminar en la explosión final de Presencia y Unidad:
Si logro estar alerta, me descubro:
soy atención serena y sostenida,
soy la mirada fiel, soy el aliento
de una respiración que me respira,
devolviendo mi esencia al universo.
Si logro estar alerta Le descubro:
es todo para mí,
soy todo para Él.
Soy real en el centro de mi ausencia,
presencia Suya al fin
y para siempre (p. 72-73).
A través de sus poemas, página a página, Eugenia nos ha ido conduciendo hacia nuestra identidad más profunda: Pura Presencia, atemporal e ilimitada; Espacio consciente que todo lo abraza.
Quiero invitar al lector a que, sin prisas en la lectura, se “deje detener” ante el más pequeño “eco” que se despierte en él, para escuchar a su propio “maestro interior” que habla en el Silencio de la mente.
Y quiero agradecer a Eugenia el regalo de estos versos que, gracias a su limpieza y docilidad, fluyen a través de ella, activando re-cuerdos olvidados y despertándonos a nuestra identidad.