LA CRUZ: HISTORIA, CREENCIA (INTERPRETACIÓN) Y SIMBOLISMO

Comentario al evangelio del domingo 13 abril 2025

Lc 23, 1-49

En aquel tiempo, el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo: “Hemos comprobado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey”. Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. El le contestó: “Tú lo dices”. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: “No encuentro ninguna culpa en este hombre”. Ellos insistían con más fuerza diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: “Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré”. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: “¡Fuera ese! Suéltanos a Barrabás”. (A este lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio). Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. El les dijo por tercera vez: “Pues, ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré”. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?”. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

Y cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Y dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: “Realmente, este hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

LA CRUZ: HISTORIA, CREENCIA (INTERPRETACIÓN) Y SIMBOLISMO

Se ha pervertido tanto el significado de la cruz que resulta difícil proponer una lectura de la misma en clave positiva. De la cruz se ha dicho:

  • que fue consecuencia del pecado del ser humano;
  • que fue el castigo que dios infligió a su propio hijo para saldar la deuda del pecado;
  • que fue el modo como Jesús expió nuestro pecado y, de ese modo, nos redimió, salvó nuestras almas y nos abrió las puertas del cielo…

Tomado al pie de la letra, tal modo de presentarla daba como resultado la exaltación del dolorismo, la imagen de los seres humanos como esencialmente pecaminosos desde antes de su propio nacimiento y la idea de un dios sádico, vengativo y cruel. Hasta el punto de que uno no puede dejar de preguntarse cómo gran parte de la humanidad ha podido creer, durante siglos, en semejante caricatura de dios.

Dejando de lado toda esa interpretación, tal como se fue plasmando a lo largo de generaciones, en la enseñanza de la iglesia, transmitida a través de catecismos y predicaciones, cabe otra lectura del hecho de la cruz más ajustada, tanto en el plano histórico como en el simbólico.

Históricamente, destacan dos elementos: por un lado, la cruz fue la condena injustificable y cruel por parte del poder de turno contra un hombre inocente que, por diferentes motivos, les resultaba molesto y del que querían deshacerse a toda costa; por otro, pone de relieve la lucidez y coherencia de ese hombre (Jesús), viviendo la fidelidad a sí mismo por encima incluso del apego a su propia vida.

Simbólicamente, la cruz traslada un doble significado: por una parte, su propia forma -vertical y horizontal- simboliza la unidad de lo alto, lo profundo y lo ancho, del cielo y de la tierra, de todo lo real; en ese sentido, la cruz es abrazo que expresa la unidad radical de todo lo que es; por otra, el crucificado simboliza a la persona sabia que deja “clavado” su propio ego –se ha desidentificado de él– y vive en la verdad –serena, gozosa y entregada– de lo que es.