Me siento colmado y desbordado de gratitud ante vuestra cercanía amorosa -tras la partida de Ana-, que me llega a través de todos los medios. Emocionado ante tantas expresiones de amor, apoyo e incluso ayuda concreta. Recibo y acojo cada palabra, cada deseo, cada gesto, percibiendo el amor que lo sostiene, como si fuera un “guiño” de Ana queriendo regalarme paz.
Desearía poder contestar a cada uno, a cada una, de manera personal, como acostumbro hacer -me parece que nunca he dejado un correo o un mensaje sin respuesta-, pero en esta ocasión me resulta literalmente imposible. Así que quiero haceros llegar desde aquí un abrazo sentido y sostenido, de la misma manera que vuestra presencia me ayuda a sostenerme a mí. ¡GRACIAS infinitas!, ¡Eskerrik asko!
Y me gustaría compartiros el regalo que estoy viviendo y que no es otro que la sensación densa, prolongada y liberadora de la presencia de Ana. Su presencia despierta mi gratitud y atenúa el dolor de su ausencia física. Su sonrisa hace que se dibuje otra espontánea en mi rostro. Tal como lo siento, ha sido la gratitud la que me ha ido haciendo sentir, de manera inimaginable, intensa y profunda su Presencia, grabando su sonrisa en lo más profundo de mí. Ella me sostiene. Y, acompañándome de ese modo, me regala aprender, no solo a sentirla de un modo nuevo -es «otra forma» de presencia-, sino a vivir compartiendo con ella de manera consciente todo lo que vivo. En ello estoy, en lo que percibo como un aprendizaje continuo…
Desde que empezamos a compartir la vida, hacíamos con frecuencia una práctica -la vivíamos como práctica meditativa-, que le gustaba mucho y que ella llamaba “una de miradas”. Consistía en sentarnos frente a frente y, simplemente, mirarnos, acogiendo todo lo que ahí pudiera surgir.
Pues bien, estos días hago esa misma práctica ante una fotografía suya en la que mira de frente. Y al permanecer mirando su fotografía, me parece notar cómo su rostro va cambiando de expresión -sin duda, el recuerdo de lo que ocurría en aquellos momentos- pero, sobre todo, experimento cómo “su” mirada y “mi” mirada, poco a poco, se transforman en una sola y única mirada. Acallados los “yoes”, solo hay mirada y silencio, silencio sonriente y cómplice, solo presencia gozosa.
Hay todavía momentos a lo largo del día en que el dolor de su ausencia física me muerde violentamente, y otros en los que la angustia de no tenerla recorre todo mi cuerpo, inundando la boca y el estómago. Aparecen también oleadas de soledad y tristeza que, aunque apaciguadas por la aceptación y el silencio, pueden permanecer un tiempo como trasfondo apenado, y que necesitan un tiempo de llanto para ser evacuadas.
Esta situación me está mostrando en toda su crudeza la paradoja que somos: cómo es posible sentir un vacío lacerante que se despierta en cada rincón de la casa, en cada calle y en cada camino que recorríamos -un vacío que me oprime el pecho y se agudiza al reverberar las palabras que me repetía continuamente: “No sabes bien cuánto te quiero”- y, al instante, sentir su presencia plena y amorosa asegurándome que “todo está bien”. En esa paradoja me muevo: entre la angustia, que en ocasiones parece insoportable, de mi organismo cuerpo-mente-psiquismo (lo que llamamos el «yo») y la plenitud atemporal que somos.
¡Claro que hay momentos de vacío y de pena, de desgarro y de llanto -oleaje inevitable, consecuencia de lo que ha sucedido-, pero todo es Plenitud, solo la Vida es y todo es Vida!
Desde la creencia que tiende a identificarme con el yo, esto suena a locura y desvarío. El yo tiene bien delimitado lo que es «bueno» o «malo» para él y no admite el menor cuestionamiento sobre ello. Pero basta soltar aquella creencia errónea, acallando la mente pensante, para caer en la cuenta de que todo, sencillamente, es. Y Eso que es -Plenitud, Consciencia, Vida…-, es lo que somos. «Ahí», Ana y yo somos lo mismo.
Eso que se me va regalando hace que, aun en medio de la vulnerabilidad y de los miedos que la acompañan, se vaya abriendo ante mí el camino de la paz. Ese es el regalo cotidiano de Ana: su mirada profunda y luminosa y su sonrisa juguetona pacifican mi sensibilidad alborotada, me conducen a la profundidad, relativizan tantas cosas… y me hacen mejor persona. Y por si me olvidara, aparte su sonrisa profunda y serena que me habita, descubro «guiños» suyos por doquier, señales para mí inequívocas de su presencia cuidadora. Todo ello está produciendo la «magia» de poder vivirme en un «diálogo» constante con ella… y sus «bromas». Me llena de tanta Gratitud su presencia luminosa…
Gracias también de corazón a cada una y cada uno de vosotros, cada cual con su modo particular de expresar el afecto y el apoyo. Recibid este mensaje como si fuera un abrazo “personalizado” y único. Es lo que quiere ser y lo que vivo en mi corazón. Os abrazo.
Zizur Mayor, 27 de agosto de 2023.