Entrevista de Ima Sanchís a Alejandro Cencerrado, analista jefe del Instituto de la Felicidad, de Copenhague, en La Contra, de La Vanguardia, 30 de mayo de 2022.
“Estamos programados para estar insatisfechos”.
Tengo 35 años. Soy albaceteño. Casado, tengo un hijo de un año y medio. Licenciado en Ciencias Físicas, experto en estadística y analista de big data del Instituto de Investigación de la Felicidad de Copenhague. Urge resolver el problema de la corrupción en España, viniendo de Copenhague es impactante.
Siempre queremos más
Son miles y miles los datos que ha analizado Cencerrado además de hacer su propio estudio científico sobre su propia felicidad día a día, el más largo jamás llevado a cabo. “Estamos programados para estar insatisfechos –dice con rotundidad–. Por muchos exámenes que aprobemos y por muchas veces que nos enamoremos, siempre caemos de nuevo en el error de pensar que en otro lugar o con otra persona estaríamos mejor, que la felicidad definitiva se hallará, esta vez sí, tras esa subida de sueldo o en una vida nueva en otra ciudad. Pero la felicidad definitiva nunca llega. Sin embargo, este descubrimiento más que una debilidad, es una gran fortaleza, pues nos permite dudar por fin de aquellos que nos venden una felicidad fácil y duradera, cuando la realidad es mucho más compleja”. Lo explica en En defensa de la infelicidad (Destino).
¿Todavía mide su felicidad?
Llevo 17 años. Cuando tenía 18, mis padres discutían, no eran felices, a eso se sumaban mis problemas de adolescente, entonces fue cuando me hice la gran pregunta.
¿Qué pregunta?
Si lo tenemos todo, ¿por qué no somos felices? Así empecé a medir mi felicidad y a escribir un diario en el que anotaba qué me hacía infeliz y qué feliz con la idea de repetirlo.
Buena idea.
Siento decepcionarla, pero repetir lo que nos hace felices no funciona. La realidad es que nos acostumbramos muy rápido y tener más de algo no nos hace más felices.
¿Cuál es la conclusión más importante?
Estamos programados para estar insatisfechos. Tenemos un mecanismo en el cerebro que hace que nos adaptemos a todo, te curas de una enfermedad y al cabo de poco vuelves a dejar de valorar como merece el estar sano.
¿Un problema de nuestras sinapsis o de la manera de entender la vida?
Si no nos aburriéramos nunca, no tendríamos necesidad de progresar. La infelicidad nos ayuda a seguir progresando.
¿El cerebro es agorero?
Todo lo contrario, el cerebro tiende a recordar los momentos más felices. Creemos que hemos sido más felices de lo que fuimos.
¿Qué le llama la atención?
Tanto en los días más felices de mi vida como en los más infelices siempre veo los nombres de gente que quiero. Las relaciones son esenciales, las emociones son el centro de casi todo lo que hacemos.
¿Qué más ha averiguado?
Hay tantos días buenos como malos y somos felices por contraste. En Copenhague aprendí a venerar un rayito de sol. Para ser felices a veces es necesario prescindir de las cosas que hacen posible la felicidad y resituarte.
¿Hay una medida científica de felicidad?
A base de preguntar a miles de europeos en distintos contextos y a pesar de que la felicidad es subjetiva, al final siempre encontramos los mismos patrones.
¿Qué patrones?
Son patrones matemáticos muy claros, y uno de los que más me interesan es el que relaciona el bienestar con el salario. Cuando la gente tiene un salario inferior a 4.000 euros anuales, aumentar el salario aumenta el bienestar, pero a partir de esa cifra no aumenta.
¿Ricos, prósperos e infelices?
Así es. Ya tenemos todo aquello con lo que nuestros abuelos habían soñado, sin embargo nunca antes habíamos sufrido tanta depresión, ansiedad, estrés, abuso de drogas, falta de autoestima y trastornos alimentarios. Debemos asumir que el progreso económico ya no nos lleva a ser más felices.
¿Está demostrado?
Sí. El progreso ha significado evitar el sufrimiento, el dolor y el sacrificio, pero saltándote eso evitas otra parte buena.
Nadie quiere sufrir.
Todas las enfermedades físicas en las que la sanidad invierte tanto afectan menos a nuestro bienestar psíquico que la enfermedad mental. La depresión y la ansiedad son las que más influyen en nuestra infelicidad.
Algo estamos haciendo mal.
Poner la competitividad y la productividad por encima de nuestro propio bienestar. Cada vez con más frecuencia sentimos que solo valemos si tenemos un cuerpo y un currículum perfectos.
Toca medir el progreso de otra manera.
Cada vez más países, desde Bután, los países nórdicos, Nueva Zelanda, Inglaterra o Japón, han decidido implementar medidas para valorar el progreso que se basen en el bienestar de la población, en mejorar la salud mental, paliar la soledad y el estrés.
Póngame algún ejemplo que funcione.
Cómo midamos el éxito de nuestras escuelas puede ayudarnos a redefinir el lugar al que queremos ir. La realidad hoy es una alarmante baja autoestima de los jóvenes debido a la falta de apoyo emocional de los padres y la excesiva competitividad en las escuelas.
La soledad es otro gran factor.
Es el factor que está detrás de casi todos los casos de infelicidad que aparecen en nuestras bases de datos.
¿Qué ha aprendido siendo cobaya?
La infelicidad es una parte inevitable y necesaria de la vida. No se puede ser feliz todos los días del año, pero sí estar satisfecho. Así que hay que enfrentarse a los días malos. Y esa aceptación ya es una clave.
¿Cambiar satisfacción por felicidad?
Sí, pero no comparto eso de que la felicidad está dentro de ti; si estás en una empresa que no trata bien a sus empleados, no eres tú el que tiene que cambiar, es la empresa.
¿Cuáles han sido los puntos de inflexión en su propio estudio?
Curiosamente mi felicidad se ha reducido desde que tuve a mi hijo. No podría vivir sin él, pero duermo peor, he abandonado muchas cosas por él y tengo mayor responsabilidad. No soy feliz, pero no me importa.