EL «HIJO AMADO» EN LA COLA DE LOS PECADORES

Fiesta del Bautismo de Jesús

8 enero 2023

Mt 3, 13-17

 

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu Santo bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.

 

EL “HIJO AMADO” EN LA COLA DE LOS PECADORES

A las primeras comunidades cristianas les costaba explicar por qué Jesús se habría hecho bautizar, cuando en realidad tal práctica iba destinada a los “pecadores” necesitados de perdón y conversión. La incomodidad que les provocaba ese hecho dio lugar a las diferentes explicaciones con las que intentaron justificarlo, en un intento de hacer comprensible lo que rechinaba con su creencia: ¿Cómo el “Hijo de Dios” podía colocarse en la cola de los pecadores?

Más allá del dato histórico -ningún evangelista hubiera inventado algo que chocaba frontalmente con la fe de aquellas comunidades-, una lectura simbólica (espiritual) de ese hecho nos permite reconocerlo como una descripción de nuestra situación. El “Hijo de Dios” en la cola de los “pecadores” es una expresión de nuestra propia paradoja: la Plenitud experimentándose -viviéndose- en formato de carencia.

Nuestra personalidad es un agregado impermanente, inestable y carenciado: tiene fecha de nacimiento y de caducidad. Nuestra identidad es permanente, estable y plena: no ha nacido y no morirá.

La sabiduría reconoce la paradoja y valora los dos polos de la misma, aun advirtiendo que el acierto consiste en vivir las circunstancias de nuestra persona permaneciendo conscientemente conectados con nuestra verdad profunda.

La consciencia toma en cada uno de nosotros la forma de un personaje particular. La ignorancia hace que nos identifiquemos y reduzcamos al personaje que nos toca “representar”, tomando todo lo que nos sucede de manera “personal”, como si en ello se jugara la suerte de nuestro destino. De ese modo, nos vemos sometidos a una existencia de confusión y de sufrimiento. La comprensión, por el contrario, nos libera de aquella identificación, permitiéndonos descansar en la consciencia que somos. Nuestro personaje seguirá viéndose afectado por lo que ocurre y seguirá sintiendo el dolor que acompaña a la impermanencia, pero podremos acoger todo ello desde aquel “lugar” donde todo está bien, donde siempre estamos a salvo.

¿Vivo consciente de la paradoja que me constituye?