El “lugar” desde donde hacemos la lectura de lo que sucede resulta siempre decisivo. Porque nuestro cerebro asume tal lectura como si fuera absolutamente real y actúa en consonancia con ella.
Por decirlo con otras palabras: los pensamientos que alimentamos y las creencias que sostenemos son la fuente de nuestros sentimientos, estados de ánimo, actitudes y comportamientos. De ahí la importancia, no ya solo de cuidar nuestro “modo de pensar” -activando lo que podría denominarse una práctica de “higiene mental”-, sino de “tomar distancia” de la mente para situarnos en el “lugar” de la comprensión.
En realidad, solo es posible leer lo que ocurre desde dos lugares, que corresponden a los dos modos como podemos percibir nuestra identidad: desde la identificación con el yo (estado mental) o desde la comprensión de que somos consciencia o vida (estado de presencia).
Los efectos que experimentemos en nuestra persona nos mostrarán dónde hemos puesto nuestra identidad y, por tanto, desde dónde estamos haciendo la lectura de los acontecimientos. Las sensaciones de miedo, soledad, ansiedad, angustia…, en cualquiera de sus formas, indican que nos hallamos identificados con el yo y que estamos viendo la realidad desde él, asumiendo como real su visión de las cosas. Dado que el yo se experimenta absolutamente frágil y vulnerable, fácilmente se siente afectado, de manera absolutamente irremediable, por todo aquello que percibe como amenaza a “su” propia seguridad.
Puede ser la situación de esta guerra criminal contra Ucrania (o cualquier otra), la crisis económica, el horizonte de un futuro incierto cargado de nubarrones…, o puede ser una crisis afectiva, una pérdida importante o un problema grave de salud. En todos los casos, incluso en aquellos más dolorosos, una cosa es el hecho “bruto” que sucede y otra la lectura mental que hacemos del mismo. Lectura que, cuando nace del yo, no puede sino llevar su sello de miedo, soledad y ansiedad.
Sin embargo, tal lectura nace de un error original, que consiste en la ignorancia acerca de lo que realmente somos. Al tomarnos por lo que no somos, nos hundimos en la confusión y el sufrimiento. Y no habrá salida mientras perdure aquella primera creencia errónea.
La comprensión nos hace ver que no somos aquel yo, sino Aquello que es previo al yo, pura consciencia, ser, vida, presencia consciente… Al reconocernos en ello y leer lo que ocurre desde ahí, todo se modifica de manera radical, de la misma manera como cambia la lectura que hacemos de una pesadilla nocturna cuando despertamos por la mañana.
Ante una circunstancia difícil, el yo sentía hundirse irremediablemente. Sin embargo, al afrontar esa misma circunstancia desde la comprensión, seguimos reconociéndonos siempre a salvo. Seguirá afectando a nuestra persona, tendremos que responsabilizarnos de ella, puede incluso que nos “complique” la existencia…, pero no dejaremos de ver que, en nuestra verdadera identidad, estamos a salvo.
Desde la comprensión, la mente pensante se detiene, cesa de fabricar fantasmas y de generar miedos insensatos, y vuelve la paz. Comprendemos entonces que aquello que percibíamos como amenaza definitiva no nace tanto de unas circunstancias determinadas, sino de la lectura que nuestra mente hacía, desde la creencia que nos identificaba con el yo. Al acallar la mente, dejamos de añadir “historias mentales” y descubrimos el acierto que contiene la cuestión que plantea Eckhart Tolle: “¿Puedes aceptar este momento como es y no confundirlo con la historia que la mente ha creado a su alrededor?”.
La angustia no nace propiamente del hecho, por duro que sea, sino de la lectura que hacemos del mismo cuando estamos identificados con el yo. Por eso, cuando miramos ese mismo hecho desde el “otro lugar”, la angustia desaparece.
No se niega que haya situaciones objetivamente muy “duras” y, por tanto, con gran carga ansiógena, que requieran o exijan ser denunciadas y transformadas. Tampoco se cuestiona que, debido a diferentes condicionamientos, haya momentos en que una persona se sienta impotente para hacer una lectura adecuada. Sin embargo, nada de ello invalida la afirmación anterior, según la cual nuestro modo de leer lo que ocurre es lo que determina la manera como nos afecta.
Eso significa que los efectos experimentados nos muestran la adecuación o no de la lectura que estamos haciendo, tal vez incluso sin ser conscientes de ello: soledad, miedo y ansiedad nacen de la mente pensante y del ego; paz, ecuanimidad y confianza son signos inequívocos de que nos hemos liberado del engaño tiránico de la mente pensante. Nos descubrimos “reconciliados” con la vida, a partir de la comprensión de que, más allá de la persona en la que nos estamos experimentando, somos vida.
Tal vez, para poder situarnos en el “lugar” adecuado, pasando de la creencia errónea que nos identifica con el yo y de su correspondiente lectura mental de lo que ocurre a la comprensión de que somos vida que se halla siempre a salvo, necesitemos implementar algunos medios que faciliten dicho “paso”.
Entre ellos, pueden resultar eficaces los siguientes:
- el cuidado de la acogida y el amor hacia sí mismo, con toda la vulnerabilidad que podemos experimentar;
- el silencio de la mente para no añadir “historias mentales” a lo que ocurre y, todavía más, posibilitar conectar de manera experiencial con la vida que somos;
- la práctica de la aceptación consciente, que se traduce en un “sí” a la vida en cada momento y, en la misma línea, la vivencia y expresión de la gratitud.
La mente pensante esclaviza y genera sufrimiento inútil; la comprensión libera. ¿Desde dónde nos vivimos y desde dónde leemos todo lo que sucede?
En ese desde dónde se ventila todo lo demás. Y, curiosamente, es ahí donde radica nuestro poder. Con mucha frecuencia, no podemos cambiar las circunstancias; lo único que podemos es cambiar el modo como -y el lugar desde donde- las leemos. Prueba a hacer el experimento, atento al resultado. No creas lo que hayan podido decirte, en una dirección o en la contraria. Experiméntalo.