No hace mucho, un amigo me comentaba que le había regalado algunos de mis libros a un conocido teólogo, considerado “progresista”. Y recibió la siguiente respuesta: “Mira a ver si esos libros te ayudan a mantener tu fe cristiana o no… y actúa en consecuencia”.
No se podría haber mostrado con más claridad la trampa que encierra toda creencia absolutizada: lo que interesa no es la verdad, sino sostener la propia creencia.
Con respecto a cualquier creencia que se absolutiza, me parece que son válidas las siguientes afirmaciones:
- Toda creencia es un constructo mental (un “mapa”) y no puede no serlo.
- En cuanto recibida, el contenido de toda creencia es siempre un conocimiento “de segunda mano”.
- Cuando se absolutiza una creencia, cesa la búsqueda de la verdad (ocurre también en el campo científico).
- Pierde interés la búsqueda de la verdad; lo que importa es sostener, fortalecer y expandir la propia creencia.
- ¿Por qué se produce eso? Porque, de manera consciente o no, se ha identificado la propia creencia con la verdad.
- Consecuencia: la verdad aparece como posesión propia, algo que se posee.
- ¿Por qué se hace? Porque aporta una sensación de seguridad: la visión que aporta la creencia hace que sus adherentes se sientan más seguros.
- ¿Cuál es su función? Prevenir o incluso exorcizar el miedo a la incertidumbre, a la duda, al sinsentido, en definitiva, al vacío. Se ha dicho que uno de los mayores miedos que tienen las personas es a abrir las puertas del conocimiento y descubrir que aquello en lo que habían creído, realmente no existe.
- Consecuencia: la creencia, así entendida, constituye el mayor obstáculo para abrirnos a la verdad, al impedir la desnudez necesaria para poder acogerla, sea cual sea, más allá de las propias creencias.
- Cuando se desmorona nuestro sistema de creencias, se produce una pérdida de primera magnitud, que requiere un duelo adecuado.
- Y, sin embargo, como suele ocurrir en las crisis, esa pérdida constituye una gran oportunidad para trascender las creencias de todo tipo, situarnos en disposición humilde y desapropiada de apertura a la verdad y anclarnos en nuestra única certeza: la certeza de ser.
- ¿Qué hacer? No conformarse con creencias o conocimientos de segunda mano, anclarse en la certeza de ser y no aceptar ni creer nada que uno mismo no pueda experimentar.