UNA NUEVA FORMA DE PRESENCIA

Domingo III de Pascua

23 abril 2023

Lc 24, 13-35

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: “¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?”. Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?”. Él les preguntó: “¿Qué?”. Ellos le contestaron: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo e incluso vinieren diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué necios y torpes sois para no creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: “Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

UNA NUEVA FORMA DE PRESENCIA

En gran medida, los llamados “relatos de apariciones del resucitado” son catequesis elaboradas, que buscan suscitar la fe en Jesús y promover determinadas actitudes, como la paz, la confianza, la alegría, la misión…

Hablan, para ello, de la presencia de Jesús, pero generalmente con el añadido de que no era fácilmente “reconocible”. Afirman la realidad de su presencia, pero subrayando que esta no es equiparable a su estado anterior.

En el relato que nos ocupa, parece destacar un doble interés catequético: por un lado, ofrecer una interpretación del hecho -para ellos escandaloso- de la cruz y la muerte del Maestro. ¿Cómo Dios pudo “abandonar” a su elegido, permitiendo que muriera a manos de paganos? La respuesta se sitúa en la línea de lo que era la argumentación rabínica: “Estaba escrito», es decir, había un sentido oculto. Por tanto, no ha habido abandono, ni hay motivo para el escándalo: todo entraba dentro de los planes de Dios.         

Por otro, invita a “hacer camino” con Jesús, destacando tres lugares donde encontrar su presencia: caminar al lado de la gente, releer la sagrada Escritura y celebrar la eucaristía (“partir el pan”). Constituían, sin duda, los lugares privilegiados donde los discípulos de aquellas primeras comunidades fortalecían y compartían su fe.

El relato muestra que es precisamente ahí donde “reconocen” a Jesús, a la vez que insiste en una cuestión que considera prioritaria: la proclamación de que el Maestro sigue caminando con ellos en todo momento.

Desde una perspectiva genuinamente espiritual, respetando, pero trascendiendo las creencias religiosas y catequéticas, podemos preguntarnos: ¿qué es eso que nos “acompaña” en todo momento y “camina” siempre con nosotros? La respuesta es simple: aquello que somos en profundidad, lo que constituye nuestra identidad profunda.

Solo nos hace falta reconocerlo, o lo que es lo mismo, comprender lo que somos. Es esa comprensión profunda la que, liberándonos de engaños y de sufrimientos inútiles, nos permite estar en casa en todo momento. No es una presencia ajena la que nos sostiene; es sencillamente la presencia que es.

¿Vivo en conexión con la presencia consciente que somos?

¿RESURRECCIÓN DE LA CARNE?

Domingo II de Pascua

16 abril 2023

Jn 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

¿RESURRECCIÓN DE LA CARNE?

Hace unas semanas, en una web de contenido religioso, Leonardo Boff, citando a Rumi, escribía: “Cuando muera, mi espíritu volverá al Espíritu del que nunca se separó. Cuando desaparezca mi forma, volverá al Sin-forma, del que ninguna frontera le separaba”.

Pues bien, comentando esas palabras, un participante escribió lo siguiente: “Nuestro Señor resucitado asó pescado en la orillica con su gente y me temo que las formas disueltas en formas espectrales no son del mismo placer. Francamente igual que adoro a Dios muerto en la cruz y arrojado a la fosa de los ajusticiados malditos, adoro a Jesús disfrutando del pescaico asado (sic) al amanecer”.

(El “pescaico asado” hace referencia a un “relato de apariciones” que se narra en el apéndice añadido al evangelio de Juan (21,1-14). Pero tal relato no quiere reflejar un hecho acaecido. Se trata, más bien, de una catequesis, construida con elementos simbólicos, sobre la presencia del Resucitado y la Eucaristía, simbolizada justamente en la imagen de los peces asados que, en la narración, Jesús les ofrece).

Está bien que alguien tenga unos gustos u otros. La cuestión, sin embargo, es que no se trata de gustos, sino de atender a la verdad. Si por gustos fuera, también los niños desearían que sus papás fueran omnipotentes y que los Reyes Magos existieran realmente. Y mucho me temo que, hablando del “más allá de la muerte”, los humanos tenemos tendencia a crear paraísos a nuestra medida, acordes con nuestros gustos personales, buscando perpetuar el yo, que se vería finalmente liberado de todo sufrimiento. Ahora bien, ¿no suena esto más a ilusión que a realidad? ¿Qué ocurre cuando se ha comprendido que el yo, como tal, no existe? Si no somos el yo que pensamos ser, si ninguna forma -el yo es una forma más- es permanente, si todo lo que nace muere…, ¿tiene sentido pensar que los yoes pervivirán más allá de la muerte? ¿No es más sensato y más verdadero tener el coraje de deshacernos de ilusiones infantiles?

Sabemos que el pensamiento griego, al partir de una antropología dualista, podía defender la inmortalidad del alma, aun aceptando la descomposición del cuerpo. Por el contrario, el mundo judío, sobre la base de una concepción antropológica monista -que no concebía un “alma” separada del cuerpo- únicamente podía hablar de una vida más allá de la muerte garantizado que habría de resucitar la persona “entera”, dado que toda ella sería indivisible. Y esto fue lo que llevó a hablar de la “resurrección de la carne”. Pero, ¿realmente alguien puede creer que los cuerpos -por más que se hable de “cuerpos gloriosos”- vayan a resucitar?

Carecemos de respuesta a lo que haya de ocurrir tras la muerte. Sin embargo, no parece difícil saber lo que no puede ser. En cualquier caso, la postura de cada cual ante ese tema, dependerá de la respuesta que de a la gran cuestión: ¿qué soy yo? Si, en la línea de Rumi, lo que somos es Consciencia, Lo sin-forma, Espíritu…, esto es lo único que permanecerá, porque solo eso es eterno, no la forma del yo.

Se comprende que el yo ame perpetuarse por toda la eternidad, incluso que disfrute del “pescaico asado al amanecer”. Pero quizás necesitemos abandonar sueños y ahondar en la verdad de lo que somos. Hemos “olvidado” que el yo es solo un hijo del pensamiento -una construcción de la mente- y nos hemos apegado tanto a él que hemos terminado pensando que era nuestra identidad. ¿Dónde está ese yo al que tanto queremos, cuando la mente se silencia y no hay pensamientos? Cuando nos atrevemos a mirar con rigor, descubrimos que la “forma espectral” no es la consciencia sin forma, sino el yo, realidad virtual (pensada), que añora el disfrute de aquello a lo que nuestra mente se había apegado.

¿Puedo ver más allá de la ilusión del yo?

SEPULCRO, SILENCIO Y VIDA

Domingo de Pascua

9 abril 2023

Jn 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo como las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

SEPULCRO, SILENCIO Y VIDA

Ante el sepulcro -el dato frío, doloroso e inexorable de la muerte-, la mente calla. Tal como señala el relato simbólico del cuarto evangelio, la mente lee que nos han “robado” al ser querido y “no sabemos dónde lo han puesto”, ni cuál ha sido su destino.

¿A dónde va la persona que muere? Si no quiere decir tonterías, la mente enmudece. La fe cristiana confiesa que Jesús resucitó de entre los muertos y que esa es la esperanza que nos aguarda a todos. Sin embargo, el Jesús del cuarto evangelio proclama la resurrección en presente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Lo cual significa que, ya ahora, somos resurrección y vida.

La realidad a la que apunta la metáfora de la resurrección escapa a las coordenadas espaciotemporales, es decir, no es algo que pueda suceder en el tiempo y en el espacio. Apunta a la vida, la consciencia, la dimensión profunda de lo realmente real, aquella que permanece cuando todo cambia, a la plenitud de presencia que sostiene y constituye todo este mundo de formas cambiantes. En nuestra identidad profunda, somos precisamente esa plenitud de presencia –“resurrección y vida”, en palabras del evangelio- que trasciende el espacio-tiempo, sin principio y sin final.

Lo que sucede es que el yo no se conforma con ello y se apropia de esa esperanza, erigiéndose en sujeto de la misma, hasta decir: “Yo resucitaré”. Sin embargo, lo que llamamos yo es solo una forma transitoria y fugaz. En nuestra ignorancia, soñamos con un yo eterno -al yo le encantaría perpetuarse-, sin advertir que eso es algo en sí mismo contradictorio: ninguna forma puede ser eterna.

Distintas tradiciones sapienciales invitan a aprender a “morir antes de morir”. Saben que, solo en la medida en que morimos a la identificación con el yo, encontramos nuestra verdad profunda. Lo que muere es el yo; lo que vive es la consciencia -la vida- que somos. “Morir antes de morir” significa, por tanto, reconocer que somos vida -tal como decía Jesús- y “hacer el duelo” del yo y de sus expectativas.  

¿Cómo veo el hecho de la muerte? ¿Qué vivo ante ella?

EL CEREBRO DEPRE // Anders Hansen

Entrevista de Nieves Salinas al psiquiatra Anders Hansen, en El periódico de España, 12 de marzo de 2023.
https://www.epe.es/es/sanidad/20230312/depresion-ansiedad-psiquiatra-anders-hansen-84394725

«La visión moderna de la felicidad es completamente irreal».

Médico y divulgador del Instituto Karolinska (Estocolmo, Suecia), en ‘El cerebro depre’ (Libros Cúpula) sostiene que la depresión y la ansiedad son mecanismos de defensa porque no estamos programados para estar siempre bien.

El 9% de la población tiene algún problema de salud mental y, el 25%, lo tendrá en algún momento, a lo largo de su vida, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero, ¿por qué nos sentimos tan mal si, en realidad, vivimos más tiempo y con mejor salud que nunca? A la pregunta responde el doctor Anders Hansen, especialista en psiquiatría del Instituto Karolinska (Estocolmo, Suecia) y reconocido autor de divulgación científica en su país, en su último libro (El cerebro depre, Libros Cúpula). Un texto en el que reflexiona sobre cómo funciona nuestro cerebro y advierte: no estamos preparados para ser siempre felices, así que mejor que dejemos de obsesionarnos por la búsqueda de semejante estado de gracia. En entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, Hansen sentencia: «La visión moderna de la felicidad es completamente irreal».

Autor de títulos como “La verdadera píldora de la felicidad” e “Insta-brain. Cómo nos afecta la dependencia digital en la salud y en la felicidad” -los dos publicados por RBA-, el psiquiatra plantea los mecanismos biológicos que están detrás de la depresión y la ansiedad. Defiende que son estados naturales del ser humano. Es decir, que suelen ser mecanismos de defensa desde tiempos inmemoriales. Explica que debemos ver las depresiones desde la perspectiva del cuerpo y la fisiología, no sólo desde la psicología y las relaciones con los demás. Que los genes son importantes, pero que el entorno suele serlo todavía más y que el ejercicio físico protege tanto de las depresiones como de la ansiedad. Y advierte, la soledad no deseada puede llegar a ser devastadora.

Pregunta. Arranca preguntándose por qué estamos tan mal si vivimos tan bien. La respuesta, dice, es que somos seres biológicos. ¿A qué se refiere?

Respuesta. Quiero decir que hemos olvidado que somos producto de la evolución, no sólo nuestros cuerpos, también nuestro cerebro. La psicología y los sentimientos son resultado del lento proceso de la evolución. Lo más importante que aprendí en la Facultad de Medicina es que nuestros cerebros no han cambiado durante los últimos 10.000 o, incluso, 20.000 años. El trabajo principal del cerebro no es hacernos felices, sino mantenernos vivos. Evolucionamos para comer todas las calorías que pudiéramos encontrar porque el hambre era una gran amenaza para nuestros antepasados. Hoy, tenemos tantas calorías como queremos, pero el cerebro todavía piensa que quiere que comamos todos los alimentos que encontramos, especialmente los alimentos ricos en calorías. El punto es: cuando buscamos constantemente lo que sienta bien en ese momento, eso nos tiende una trampa. Nuestros instintos nos ayudaron a sobrevivir en un mundo peligroso donde las calorías y los recursos eran escasos, pero no nos hacen felices en un mundo seguro de sobreabundancia.

P. El cerebro, asegura, está diseñado para sobrevivir y reproducirse, no para sentirse bien. ¿Somos capaces, en una sociedad como la actual, de comprender algo así?

R. Creo que sí. Por primera vez en nuestra historia, podemos mirar “debajo del capó” y ver cómo funciona la maquinaria del alma, el cerebro. Podemos seguir a miles de personas durante décadas y aprender lo que realmente nos hace felices. No a corto plazo, sino feliz como una vida significativa y gratificante. El más importante de estos hallazgos lo he presentado en el libro. El cerebro quiere permanecer en equilibrio. Como resultado, lo que fue grandioso ayer es lo que sentimos con derecho a recibir hoy y lo que no será suficiente mañana. Si realmente entiendes que el cerebro está conectado de esa manera, es una de las cosas más importantes que puedes aprender sobre ti mismo. Después de haber tratado a miles de pacientes, entiendo que para aprender cómo y por qué funcionamos, tendemos a cambiar el comportamiento y volvernos no sólo más amables con los demás, sino más amables y más indulgentes con nosotros mismos.

P. Hábleme de la ínsula (una pequeña región de la corteza cerebral). Dice que es la parte más fascinante del cerebro.

R. Es importante ya que los sentimientos no son algo que nos invada como resultado de lo que sucede a nuestro alrededor; son creados por el cerebro y lo que sucede en el cuerpo es extremadamente importante cuando eso sucede. La ínsula es una parte importante de eso, ya que es donde se combinan el mundo que nos rodea y el mundo interior. A partir de esto te das cuenta de la importancia de la actividad física para la salud mental ya que fortalece el cuerpo, y eso llevará al cerebro a crear sentimientos más positivos.

«Ver el mundo como peligroso ayudó a los humanos a sobrevivir. Ver el mundo como peligroso es lo que llamamos ansiedad».

P. Hablemos de la ansiedad. Lo llama “estrés por adelantado” y sostiene que no es peligroso. También que es inútil pensar en acabar con ella. ¿Es peor?

R. No es inútil, pero es difícil. La ansiedad es natural y un infierno al mismo tiempo. Durante el 99 % de la historia de nuestra especie, la mitad de todos los humanos murieron antes de convertirse en adultos. No morían de cáncer ni de enfermedades cardiovasculares, sino de infecciones, asesinatos, accidentes y hambre. Somos los descendientes de los sobrevivientes, y tenemos en nuestro cerebro mecanismos que nos protegen contra infecciones, asesinatos, accidentes y hambre. Ver el mundo como peligroso ayudó a los humanos a sobrevivir. Ver el mundo como peligroso es lo que llamamos ansiedad. Si lo ves desde la perspectiva del cerebro, te das cuenta de que no estás roto si tienes ansiedad. Recientemente tuve un paciente con ataques de pánico. Cuando se dio cuenta de que es una falsa alarma y que su cerebro está tratando de ayudarlo, entendió que “está bien tener un ataque de pánico”. ¡Entonces sus ataques llegaron con menos frecuencia! No hace falta decir que recibió tratamiento, medicación y terapia, pero el conocimiento en sí mismo fue curativo para él. Dejó de verse dañado.

«Alrededor del 40 % de la tendencia, tanto a la ansiedad como a la depresión, proviene de nuestros genes».

P. Dice que hay tantas formas de ansiedad como personas. Pero también hay quienes, a menudo, no sienten ansiedad. ¿Qué nos diferencia a unos de otros?

R. Una combinación de genes y medio ambiente. Alrededor del 40 % de la tendencia, tanto a la ansiedad como a la depresión, proviene de nuestros genes. Así, gran parte del riesgo de problemas de salud mental ya está fijado cuando nacemos. Sin embargo, si desarrolla depresiones y ansiedad depende del entorno. Esto se puede resumir, “los genes cargan el arma, el entorno aprieta el gatillo”, por lo que lo que hacemos para protegernos contra las depresiones y la ansiedad es extremadamente importante.

«Buscar ayuda es un signo de fortaleza y es tan normal buscar ayuda para la ansiedad como para la diabetes».

P. Para la ansiedad recomienda terapia y ejercicio físico. También, si es necesario, medicamentos. ¿Es mejor combinarlo todo o cada uno debe encontrar su camino?

R. En primer lugar: busca ayuda. Es un signo de fortaleza y es tan normal buscar ayuda para la ansiedad como buscar ayuda para la diabetes. Pero dado que la ansiedad es poderosa, es necesario tratarla de muchas maneras: terapia, ejercicio y, posiblemente también, medicación antidepresiva. El hecho de que la ansiedad sea natural no significa que debamos aceptarla.

P. Sostiene que el estrés a largo plazo desencadena la depresión. Pero no es toda la explicación. Usted pone sobre la mesa que algunas depresiones realmente pueden estar relacionadas con el sistema inmunológico.

R. Sí, alrededor de un tercio de todas las depresiones pueden estar relacionadas con el sistema inmunológico. Sólo en los últimos 20 años, hemos aprendido que puede enviar señales al cerebro. Cuando tenemos una infección, el cerebro recibe esa señal y regula a la baja el estado de ánimo y el impulso. Nos sentimos azules y queremos descansar. Esto tiene sentido porque durante una infección debes conservar energía, y cuesta energía tener un intersistema funcionando a toda velocidad. Sin embargo, nuestro actual estilo de vida -sedentario, privado de sueño, con mucho estrés y mucha comida procesada-, conduce a la inflamación. La inflamación es también lo que tenemos durante una infección. Por lo tanto, nuestro estilo de vida actual corre el riesgo de enviar la misma señal al cerebro que cuando estamos infectados. El cerebro malinterpreta esta señal: “Estoy infectado por virus y bacterias, debo esconderme debajo de la manta para ahorrar energía”. Como consecuencia, te sientes deprimido. Esto puede parecer sólo una teoría, pero varios estudios muestran que un tercio de todas las depresiones se deben a la inflamación. Esto no significa que cualquier alimento antiinflamatorio funcione contra la depresión; no es tan simple, pero creo que debemos ver las depresiones desde la perspectiva del cuerpo y la fisiología, no sólo desde la psicología y las relaciones con los demás.

«La soledad involuntaria a largo plazo es devastadora, no sólo para nuestra salud mental».

P. ¿Es esa la explicación de por qué tantos de nosotros somos vulnerables?

R. Sí, es probablemente una de varias explicaciones. Los sentimientos oscuros siempre están cerca de los humanos, y por una buena razón, el cerebro quiere que planifiquemos lo peor. Esto significa que estamos condenados a sentirnos mal, pero cuanto más sepamos sobre nuestro cerebro, mejor podremos solucionar sus “talones de Aquiles” y sus limitaciones.

P. También asocia la vida moderna con la inflamación. Y los problemas que causa. ¿Qué debemos hacer? ¿Mejorar nuestros hábitos?

R. Al aprender la conexión entre la inflamación y el estado de ánimo, comprenderá por qué el sueño, la reducción del estrés y el ejercicio son tan importantes para su estado de ánimo y luego cambiará sus hábitos. Todos sabemos que debemos periodizar el sueño, hacer ejercicio y asegurarnos de encontrarnos con amigos en la vida real. Pero cuando aprendas cómo estas cosas afectan al cerebro, estarás más motivado para hacerlas. Ha sido así para mí y para muchos de mis pacientes. Por eso quise escribir este libro. Hay un tremendo poder en este conocimiento.

P. El libro habla de la soledad. ¿Cómo afecta a nuestra salud mental?

R. La soledad involuntaria a largo plazo es devastadora, no sólo para nuestra salud mental. Somos una especie ultra social porque estar fuera del grupo era extremadamente peligroso para casi todas las generaciones de humanos que han vivido, ser parte del grupo era tan importante como tener comida. Cuando estamos solos, experimentamos un bajo nivel de estrés constante. ¿Por qué? Porque la soledad significaba que corrías el riesgo de que te mataran. Por supuesto, no corremos el riesgo de que nos maten hoy, pero nuestro cerebro no ha cambiado e interpreta el aislamiento como un peligro y enciende el sistema de estrés. No sólo está relacionada con las depresiones, sino también con un peor pronóstico para todas las formas de enfermedades cardiovasculares; de hecho, muchos investigadores creen que es tan peligrosa como fumar 15 cigarrillos al día. Las razones probables son el estrés a largo plazo que viene con la soledad. No hace falta tanto contacto para romper la soledad. Si llamas a tus padres o abuelos, envías una señal de que “perteneces al grupo”. Mejorará tu estado de ánimo y reducirá el estrés y te dará una vida más larga.

«Deberíamos sentirnos mejor en la sociedad actual, nos hemos centrado demasiado en el crecimiento económico y muy poco en el bienestar».

P. También menciona el consumo de antidepresivos, pero dice que no se puede medir si nos sentimos peor que antes sólo por ese consumo. ¿Es porque pedimos más ayuda?

R. El aumento del consumo de antidepresivos podría deberse a que las personas buscan ayuda con más frecuencia o a que los médicos recetan más. En realidad, no podemos decir con certeza que nos sentimos mucho peor ahora que hace 10, 20 o 30 años, pero yo, que he analizado esto intensamente, puedo concluir que ciertamente no nos sentimos mejor que hace 10, 20 o 30 años. Y eso es extraño dado que la economía ha crecido. Deberíamos sentirnos mejor en la sociedad actual, pero nos hemos centrado demasiado en el crecimiento económico y muy poco en el bienestar. Obviamente estamos haciendo algo mal.

«En las redes sociales se nos hace creer que debemos sentirnos bien todo el tiempo y como no es así, nos preguntamos: ¿Qué me pasa? Mi mensaje es: ‘Estás funcionando normalmente'».

EL MITO DE LA SALVACIÓN

Domingo de Pasión

2 abril 2023

Mt 27, 11-54

 

En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
– ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le respondió:
– Tú lo dices.
Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
– ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
– ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, al que llaman el Mesías?
Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
– No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
– ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?
Ellos dijeron:
– A Barrabás.
Pilato les preguntó:
– ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
Contestaron todos:
– Que lo crucifiquen.
Pilato insistió:
– Pues, ¿qué mal ha hecho?
Pero ellos gritaban más fuerte:
– ¡Que lo crucifiquen!
Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
– Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
Y el pueblo entero contestó:
– ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
– ¡Salve, rey de los judíos!
Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron la ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: “La Calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; el lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con esta inscripción: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
– Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
– A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
Elí, Elí, lamá sabaktaní. (Es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:
– A Elías llama este.
Uno de ellos fue corriendo; enseguida tomó una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
– Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
– Realmente este era Hijo de Dios.

EL MITO DE LA SALVACIÓN

La doctrina cristiana de la salvación es la contracara de la doctrina del pecado original, hasta el punto de reclamarse mutuamente: por eso se habla de “salvación del pecado”.

Tal conexión explica la dificultad que encuentra la teología para asumir como mito lo relativo al llamado “pecado original” o “caída de nuestros primeros padres”. Porque si esto se cuestionaba, parecía quedar vacía de contenido la doctrina de la salvación. Es decir, se vendría abajo toda la construcción teológica en torno a la salvación por la cruz y la misma figura de Jesús como “el Salvador”.

Sin embargo, ¿cómo podría sostenerse hoy la realidad del pecado original, de manera literal, tal como lo narra el relato bíblico? Incluso la propia teología reconoce que Adán (= “hecho de tierra”) y Eva (= “vitalidad, madre de los vivientes”) no han sido personajes históricos, sino símbolo de cada ser humano. ¿Qué homínidos habrían sido el “primer hombre” y la “primera mujer”? ¿Y qué dios sería aquel que, por desobedecerle, necesita castigar a toda la especie nacida de ellos?…

La conclusión parece evidente: tanto el “pecado original” como la “salvación” son mitos, es decir, relatos portadores de verdad que han de ser comprendidos de manera simbólica. ¿Cuál es su significado?

El pecado original es la ignorancia acerca de lo que somos. Ignorancia que nace con nuestra especie -en concreto, con la emergencia de la mente separadora- y que reduce nuestra identidad al yo, encerrándonos en una consciencia de separatividad y, en consecuencia, de soledad, ansiedad, miedo y culpa.

Si el pecado original fue (es) ignorancia, la salvación es sinónimo de comprensión de lo que somos: nuestra verdadera identidad está ya salvada, siempre lo ha estado. Lo único que necesitamos es caer en la cuenta, comprenderlo.

No hablo, por tanto, de que el yo se salve a sí mismo, como el barón de Münchhausen, que pretendía salir del pozo tirando de sus propios cabellos; ni siquiera de que haya que salvar al -hablando con rigor- inexistente yo: no se trata de salvar (perpetuar) al yo -como plantean las religiones-, sino de liberarnos de la identificación con él, al reconocer que no constituye nuestra verdadera identidad.

Es la comprensión, no un “sacrificio expiatorio”, lo que nos salva. ¿Nos salva Jesús? Ciertamente no, en el sentido en que habitualmente se ha entendido. En todo caso, nos “salva” -ilumina nuestro camino de comprensión, como tantas otras personas sabias a lo largo de la historia humana- al mostrarnos cómo vivir con acierto o sabiduría. Él vivió hasta el extremo la fidelidad al Fondo de sí mismo (“Abba”, Padre) y el amor y la entrega a los demás.

¿Qué ideas tengo del “pecado” y de la “salvación”?

CORRUMIACIÓN Y PENSAMIENTO OBSESIVO // Karelia Vázquez

«¡Para de hablar de lo tuyo!»: así nos afecta el ‘pensamiento rumiante’ y obsesivo de un amigo.

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos.

Karelia Vázquez, en El País, 18 de febrero de 2023.

https://elpais.com/salud-y-bienestar/2023-02-18/para-de-hablar-de-lo-tuyo-asi-nos-afecta-el-pensamiento-rumiante-y-obsesivo-de-un-amigo.html

Una tesis doctoral puede escribir Silvia L. del asunto X. Todos sus amigos y conocidos saben de qué se trata porque nadie ha podido librarse de las largas tertulias en las que, por supuesto, hay que ir con una opinión formada y tomar partido. El tema ha pasado de ser periférico a vertebrar todas las conversaciones, y cuando parece que se va a agotar desgastado después de tantas vueltas, Silvia encuentra una nueva arista y el bucle renace con fuerzas renovadas. A Silvia, como es lógico, el asunto X la trae de cabeza. No piensa en otra cosa, y todos con ella.

Estas ideas obsesivas, que entran y salen, se repiten una y otra vez y colonizan su mente se conocen como pensamiento rumiante. Piense en una vaca o en cualquier otro mamífero que rumia. Son animales que digieren los alimentos en dos etapas: primero los consumen y luego realizan la rumia, que consiste en la regurgitación del material digerido. Pues este viaje de ida y vuelta del mismo asunto, siempre a medio elaborar y sin digerir, ilustra la manera de Silvia de abordar el asunto X. ¿La ayudan sus amigos entrando en el bucle o alguien debería parar esto?

“Sería mejor no rumiar, pero no se elige, es parte del trauma”, dice la psicoanalista Mariela Michelena que describe gráficamente cómo ve la vida alguien con un pensamiento obsesivo. “Cuando tienes un trauma parece que el mundo se llena de pos-its recordándote todo, todo el tiempo. Haces encuestas entre los amigos y sesudos análisis de texto de cada WhatsApp. Lo peor es que poco se saca en claro porque cada quien opina y el resultado no es vinculante”, añade. Al final Silvia L. solo se va a quedar con la versión que le reafirme lo que quiere creer. Hará lo que quiera.

Cuando los amigos de Silvia L. quedan para hablar del asunto X —y lo hacen varias veces al mes, y tres o cuatro veces al día en WhatsApp— la están apoyando, demostrándole que están ahí para ella, en las buenas y también en el bucle infinito. Esta circunstancia se denomina corrumiación. Imaginen ahora a un rebaño de vacas masticando y pasándose el bolo ruminal —así se llama— del carrillo izquierdo al derecho, y viceversa.

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está tan claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos y contaminando a tu círculo social, que quizás podría ayudarte a salir del agujero si fuera posible hablar de otra cosa. En este estudio, publicado en la revista Cognitive Therapy and Research, definen la corrumiación como “la actividad de analizar repetitiva y pasivamente un problema con alguien cercano, usualmente un amigo”. Sus conclusiones son ambiguas. Por un lado, dicen que es un comportamiento “predictor de la depresión”, pero por otro conceden que fortalece los vínculos y las relaciones personales. En este trabajo se encontraron algunas diferencias de género. Los autores apuntaron que las mujeres eran más proclives que los hombres a corrumiar con su círculo más cercano.

“Las mujeres comparten con más intimidad que los hombres, que suelen hablar más de hechos y acontecimientos que de sus emociones”, corrobora la psicoterapeuta Isabel Larraburu. En su opinión, “la rumiación conjunta, si tiene un matiz negativo como son las quejas, las críticas, el malestar, la rabia, y todas las emociones que implican sufrimiento, tiene el efecto de engordar y cronificar”.

“Rumiar unas veces amplifica los problemas y otras, los desgasta”, tercia Michelena. Para esta psicoanalista, la rumiación que viene después de un trauma es parte del duelo y sirve para agotar los recuerdos. “Por ejemplo, tras la muerte de un ser querido hay una necesidad de repetir obsesivamente sus recuerdos porque esa persona está muy presente, pero esa reiteración también ayudará a irlos borrando.

¿Por qué corrumiamos?

Durante la corrumiación revisitamos mil veces lo sucedido, imaginamos nuevos finales, lo que hubiéramos dicho y hecho con lo que hoy sabemos, y cómo nuestro comportamiento podría haber cambiado las cosas. Nuestro público nos dará o nos quitará la razón, aportará soluciones, lo que hubieran dicho o hecho ellos, o peor, nos recordará cuántas veces nos advirtieron de que el asunto X iba a pasar. Para los expertos, el problema de la corrumiación es que, por un lado, es pasiva y, por otro, suele centrarse en pensamientos negativos o en giros hipotéticos de guion que ya no van a suceder. Un exceso de conjugaciones en subjuntivo que paraliza y sumen al rumiante en la más absoluta pasividad. “La rumiación muchas veces es una ilusión de control, la fantasía de que hay algo que hubieras podido cambiar o que puedes cambiar ahora. Y lo cierto es que los “y si hubiera hecho” o “y si hubiera dicho” son inútiles. Hay que concentrarse en lo que está pasando aquí y ahora”, dice Michelena que recuerda que la rumiación suele ser contraria a la acción.

Corrumiamos porque nos hace sentir mejor. El apoyo social que supone que todos, incluso los pseudoconocidos, se alíen con tu causa es importante para la salud física y emocional. Sin embargo, varios estudios, entre ellos este metaanalisis reconocen que, si bien la rumiación conjunta, repetitiva e improductiva de un problema se asocia con una alta satisfacción hacia los amigos, también tiene “componentes desadaptativos” que se relacionan con niveles moderados de depresión y ansiedad. En este trabajo también se señala que potencia una actitud pasiva.

“Yo distinguiría entre rumiar, que es un relato en bucle, y compartir. Compartir implica un intercambio saludable de información con amigos o seres queridos. Un intercambio de “ida y vuelta”, dice Isabel Larraburru que cree que rumiamos para “buscar alivio a una obsesión hipocondríaca, o amorosa, o una queja que no busca respuesta. La rumiación puede surgir de una queja habitual y enquistada, de la necesidad de repetir una idea que no tiene solución porque es hipotética o futura”.

La queja como herramienta social

La psiquiatra estadounidense Tina Gilbertson, autora del bestseller Constructive Wallowing, explica en su libro que, dado que en las sociedades modernas no somos muy buenos expresando nuestros sentimientos, es bastante común quejarse para expresar una emoción. “Compartir contenido emocional con alguien es un vehículo para vincularnos, nos gusta especialmente usar las quejas como una herramienta social”, escribe. Pero lo que advierten los estudios citados es que hacer de la queja el enfoque principal de nuestras relaciones nos hace quedarnos demasiado tiempo en nuestros dramas, sean grandes o pequeños, y desencadenan una respuesta de estrés. Además, los lazos que se construyen exclusivamente sobre la insatisfacción mutua son frágiles, y suelen disolverse una vez que se haya solucionado el problema de uno de los rumiantes.

“Creo que sería bueno identificar nuestros pensamientos antes de compartirlos. La negatividad en general, si se comunica y comparte, puede contagiar e influir al entorno, la rumiación compartida podría perpetuar ciertas obsesiones y el catastrofismo depresivo”, dice Larraburu que, al igual que Michelena, no cree que la corrumiación en sí misma pueda causar ni transmitir a otras personas una depresión. Es la duración del bucle lo que puede intoxicar nuestras relaciones.

Una buena manera de darse cuenta de que uno está metido en el bucle de la corrumiación es hacerse estas tres preguntas que recomienda la APA (Asociación Americana de Psicología, por sus siglas en inglés): ¿Ya hemos hablado antes de este problema? ¿Tengo algo nuevo que contar o me estoy repitiendo? Y, por último, ¿Estoy especulando sobre lo que podría haber sido y no fue? Si usted ha entrado en bucle ya conocerá las respuestas, y probablemente sea un buen momento para parar.