ERES PERFECTO/A TAL COMO ERES // Yongey Mingyur Rinpoche

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¿Por qué te sientes mal contigo mismo cuando eres naturalmente consciente, amoroso y sabio? 

El mundo moderno se ha enamorado de la práctica de la meditación. Meditadores sonrientes adornan las portadas de las revistas. Los CEO están llevando el mindfulness al lugar de trabajo. Incluso estamos enseñando a los niños a meditar en la escuela. Al ver todas estas imágenes y escuchar las historias, sería fácil pensar que la meditación es simplemente sentarse en una determinada postura siguiendo una determinada técnica.

Pero el verdadero poder de la meditación no está en el método. Está en que cambia nuestra perspectiva. En el budismo Mahayana, llamamos a esto «la visión». La visión no es una técnica. Se trata de cómo nos vemos y cómo nos relacionamos con nuestros propios pensamientos y emociones. Sin un cambio en nuestra visión, incluso las técnicas de meditación más poderosas solo reforzarán los viejos patrones y hábitos.

La visión esencial de la naturaleza de Buda es tan profunda como simple: Tú eres perfecto, tal como eres, en este mismo momento.

El problema con esta visión es que no nos parece real. Centrándonos en las negatividades que oscurecen nuestra naturaleza de Buda, parece que no podemos experimentarla por nosotros mismos.

Yo no podía.

Crecí en medio del Himalaya, justo al pie del monte Manaslu, la octava montaña más alta del mundo. Mi familia estaba repleta de grandes meditadores y yo mismo fui reconocido como un lama reencarnado, conocido en el Tíbet como un tulku, cuando tenía solo unos pocos años. Nací en un cuento de hadas.

Pero eso era solo superficialmente.

A pesar del hermoso entorno en el que crecí y de la familia cariñosa y los modelos espirituales que me rodearon, mis primeros años estuvieron llenos de ansiedad. Tenía siete años cuando comencé a tener ataques de pánico. El pánico me siguió como una sombra durante la mayor parte de mi infancia.

Esto fue casi al mismo tiempo que comencé a escuchar sobre la naturaleza de Buda. Mi padre, un famoso maestro de Dzogchen, me contó sobre la visión de la naturaleza de Buda, pero no lo creí. Al menos, no creía que fuera verdad para mí. Mi realidad era el miedo y el pánico; la naturaleza de Buda sonaba como una fantasía. Era la experiencia de otra persona, no la mía.

Cuando aprendí a meditar por primera vez, esperaba que me ayudara a deshacerme de todos mis defectos y deficiencias. Todos los demás que conocía parecían tan tranquilos y confiados, pero yo estaba lleno de ansiedad. Me atraía la meditación porque me imaginaba a un nuevo y mejorado yo. Uno sin miedo y ansiedad. Uno que no fuera tan sensible y fácilmente abrumado.

Intenté e intenté meditar en mi camino hacia la libertad. La meditación se convirtió en mi arma en mi batalla contra mi propia mente. Pero no funcionó. Hubo momentos en que mi mente estaba tranquila y el pánico parecía desaparecer, pero luego resurgiría con aún más fuerza, y cualquier pequeña cantidad de confianza que había desarrollado se desvanecía como la niebla.

El gran avance llegó cuando finalmente me rendí. Había estado luchando contra mis emociones durante tanto tiempo, con tan poco éxito, que finalmente me permití considerar una nueva posibilidad: tal vez yo no podía ser reparado, no porque tuviera un defecto fundamental, sino porque no estaba roto.

Así que dejé de jugar el viejo juego y comencé uno nuevo. En lugar de luchar contra mi pánico y alejar mis pensamientos temerosos y ansiosas expectativas, los dejé entrar. No me concentraba en ellos, pero no los ignoraba. Dejé todo el «hacer» y finalmente me di permiso para simplemente «ser».

Me gustaría decir que entonces fue cuando la tierra tembló y los cielos se abrieron, pero al principio, dejar de lado el impulso de estar siempre «haciendo» algo era incómodo y desconocido. Mis impulsos no desaparecieron, pero los dejaba entrar y salir sin seguirlos, incluso el impulso de «meditar». Ni siquiera estaba haciendo eso. Yo solo estaba allí.

Era tan simple y ordinario, pero fue un cambio radical: ya no estaba intentando ganar el viejo juego.

En este momento de dejar ir, comencé a ver que había perdido completamente el punto de la meditación. En mi búsqueda interminable para mejorar el momento presente, me estaba cegando a lo que ya estaba ahí, y siempre está. La Naturaleza de Buda. Nuestra perfección inherente. Nuestra verdadera naturaleza.

Como lo demuestra mi experiencia, no es fácil dejar de lado la opinión de que somos fundamentalmente defectuosos. Recibimos tantos mensajes en nuestra vida cotidiana que nos dicen exactamente lo contrario. No somos lo suficientemente inteligentes, lo suficientemente hermosos o lo suficientemente exitosos. Si pudiéramos trabajar más duro, comer más saludablemente o estar un poco menos estresados, entonces tal vez, solo tal vez, finalmente nos sentiríamos bien.

La suposición básica en todos estos mensajes es que no somos lo suficientemente buenos, y tal vez nunca lo seremos. No importa lo que logremos en la vida, cómo nos veamos o cuán lejos subamos la escalera del éxito. Siempre hay algo que falta.

Si no cuestionamos esta suposición, la meditación puede convertirse fácilmente en una forma sutil de agresión. Podríamos tener éxito en calmar las aguas turbulentas de la mente por unos momentos fugaces, pero terminaremos reforzando el viejo hábito de ver solo nuestros defectos. Al igual que todo lo demás en la vida, no importa lo que hagamos y no importa cuánto lo intentemos, siempre habrá otra colina más para escalar. No hay forma de ganar en este juego.

La Naturaleza de Buda no es una manera mejor de jugar el mismo juego de siempre. Es un juego completamente diferente. El principio de la naturaleza búdica nos invita a explorar nuestra experiencia de una manera nueva, no con el objetivo de corregir lo que está mal, sino de darnos cuenta de lo que siempre ha estado bien.

Nuestra conciencia sin esfuerzo

Una de las primeras cualidades de la naturaleza búdica que me presentaron mis maestros fue la conciencia. La conciencia es como un hilo que atraviesa cada experiencia que tenemos. Nuestros pensamientos y emociones cambian constantemente. Nuestras reacciones y percepciones van y vienen. Sin embargo, a pesar de estos cambios, la conciencia siempre está presente. Está abierta y acomodada como el cielo, inmensamente profunda y vasta como el océano, y estable y duradera como una montaña.

La conciencia no mejora cuando tenemos un pensamiento inspirado o una emoción sublime. No empeora cuando somos completamente neuróticos. La conciencia simplemente es. No es algo que hacemos. Es lo que somos.

Dado que la conciencia siempre está ahí, lo único que debemos hacer es reconocerla. No necesitamos mejorarla, y no podríamos incluso si lo intentáramos.

El mayor desafío con la conciencia es que está tan cerca que no la vemos. Es tan ordinaria que no la creemos. Es solo presencia consciente sin esfuerzo.

¿Quién está leyendo esto ahora? ¿Quién está teniendo esta experiencia? Es la conciencia. Esta conciencia es quien tú eres ahora, en este mismo momento.

Hagamos una breve práctica para experimentar esta conciencia sin esfuerzo:

Antes de seguir leyendo, haz una pausa por un momento.
Deja de hacer por un momento y permítete ser.
No medites en la respiración… solo respira.
No medites en el sonido… solo escucha.
Ahora no hagas nada. Solo sé aquí.
Lo que sea que este momento te depare, simplemente vívelo tal como es.

La conciencia misma es total y completa. Siempre está aquí y puede acomodar cualquier cosa. Puedes hablar, puedes moverte, incluso puedes leer, como estás ahora. Todo esto está sucediendo dentro de la conciencia.

Nuestro amor y compasión natural

Esta presencia sin esfuerzo no es un estado en blanco y sin vida. Está vivo y profundamente comprometido con el mundo.

Cuando simplemente estamos presentes con lo que sucede dentro y alrededor de nosotros, surge un sentido natural de amor y compasión. Al igual que la conciencia, estas cualidades no son algo que tengamos que desarrollar o cultivar. Son cualidades permanentes de nuestra verdadera naturaleza.

Las semillas de la compasión están presentes en nuestro simple deseo de evitar el dolor y la incomodidad. El amor está presente en el movimiento hacia la felicidad y la realización. En cada momento experimentamos estos movimientos. Cuando cambiamos nuestra postura o parpadeamos para evitar molestias, expresamos compasión. Cuando disfrutamos de un sorbo de agua o respondemos a la sonrisa de un amigo, experimentamos amor.

El amor y la compasión están presentes cuando menos esperamos que lo estén. Incluso están presentes dentro de emociones dolorosas como el miedo y la ira, ya que estas reacciones están enraizadas en el impulso de evitar el dolor y la incomodidad y experimentar felicidad y bienestar. Estaban presentes en mis ataques de pánico. No quería sufrir más. Quería sentirme a salvo y seguro. Simplemente no sabía dónde mirar. Pero lo que no vi fue que el instinto de ser feliz y libre de sufrimiento siempre estuvo ahí.

Haz una pausa por un momento y ve si puedes sentir estas cualidades.

¿Sientes el impulso de alejarte del malestar o evitar cualquier cosa desagradable?
Solo date cuenta de eso.
Ese sentimiento es compasión.
¿Puedes sentir el deseo de experimentar felicidad, satisfacción o simplemente sentirte completo?
Descansa un momento y mira lo que notas.
Ese movimiento sutil hacia la felicidad es amor.

Cuando hayas terminado de leer esto y continúes con tu día, observa estas cualidades en otras personas también. Son como los rayos del sol. Mientras la conciencia esté presente, el amor y la compasión también están presentes.

Nuestra sabiduría innata

Otra cualidad esencial de nuestra naturaleza de Buda es la sabiduría. Cada uno de nosotros tiene una visión o percepción profunda. Puede que no siempre lo notemos, pero está ahí.

Todos estamos buscando desesperadamente algo. No siempre sabemos qué es, pero sentimos que falta algo. Así que seguimos mirando y buscando.

La sabiduría es la compañera constante de toda esta búsqueda interminable. En algún nivel profundo, sabemos cuándo estamos buscando en el lugar correcto. Y cuando nos entregamos a un viejo hábito, sabemos cuándo nos estamos desviando. No siempre escuchamos esa voz, pero está ahí. Somos como un pájaro, volando de árbol en árbol buscando nuestro nido. Conocemos el hogar cuando lo encontramos, y mientras no estemos allí, sabemos que tenemos que seguir buscando.

Cuando comenzamos a cambiar del hacer al ser, comenzamos a sentir esa sensación de estar finalmente en casa. Podemos dejar de lado la búsqueda y relajarnos. Nadie necesita decirnos esto cuando sucede. Ese conocimiento intuitivo es sabiduría. Cada pensamiento, cada emoción y cada impulso están enraizados en esa sabiduría. Solo necesitamos reconocerla.

Siendo la Naturaleza de Buda

Si la conciencia, la compasión y la sabiduría fueran cualidades que pudiéramos alcanzar o desarrollar, tendría mucho sentido hacer algo para cultivarlas. Pero no tenemos que cultivarlas porque son parte de nuestra naturaleza básica. Ya las tenemos.

Cualquier intento de cambiar, arreglar o mejorar lo que está sucediendo en el momento presente refuerza la vieja creencia de que nos falta algo. Por otro lado, si no hacemos nada, estamos justo donde comenzamos. Nada cambiará.

La clave de esta paradoja es el reconocimiento. La naturaleza de Buda no es algo que hacemos, pero es algo que debemos reconocer.

Una manera simple de explorar esto en tu práctica de meditación es hacer una pausa de vez en cuando para simplemente ser. Si tu meditación habitual es enfocarte en la respiración, deja la meditación de vez en cuando y simplemente sé. No controles tu atención de ninguna manera. La atención es como una brisa; la conciencia es como el cielo mismo. No necesitas calmar la mente. La conciencia ya está en calma.

Cualquier pensamiento y sentimiento que surja déjalo ser. No hay una sola experiencia que pueda obstaculizar la conciencia. Solo deja que todas sean/estén ahí, y observa que la conciencia siempre está ahí también. Si eres consciente de tu conciencia, es suficiente.

Esto parecerá extraño al principio. Incluso puede ser inquietante, y es casi seguro que experimentarás el residuo del impulso de hacer. Eso es normal. A medida que te vayas familiarizando con esta cualidad de ser, comenzarás a ver que la compasión y la sabiduría están aquí. Te darás cuenta de que nunca serás más perfecto de lo que eres ahora, en este mismo momento.

Yongey Mingyur Rinpoche.

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA

Domingo XVI del Tiempo Ordinario

23 julio 2023

Mt 13, 24-30

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo: pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?». Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho». Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». Pero él les respondió: «No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero»”.

CUANDO LA RELIGIÓN AMENAZA

Indudablemente, el surgir de las grandes religiones -no hace más de siete mil años- constituyó un momento importante en la evolución de nuestra especie: se desarrollaron ahí capacidades simbólicas, organizativas, relacionales, en definitiva, se creció en el proceso de humanización.

De la misma manera, resulta igualmente innegable la capacidad de la religión para movilizar a las personas y despertar lo mejor de ellas mismas, en forma de solidaridad, compasión, servicio, amor… Esto se produce cuando religión y humanización caminan en paralelo.

Sin embargo, a lo largo de la historia, la religión no solo no ha estado libre de perversiones -todo lo humano puede ser ambiguo y, tal como rezaba el adagio latino, “corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo mejor se convierte en lo peor)-, sino que ha generado sufrimiento tan intenso como inútil.

Eso se ha producido siempre que, en un contexto social determinado, la religión se hizo fuerte, adquiriendo un lugar de dominio y detentando un poder más o menos absoluto.

En tales situaciones, la religión ha implementado mecanismos poderosos que han tenido como objeto controlar las conciencias para forzar que la población se sometiera a su propio proyecto. Aquí han ocupado un lugar preponderante las amenazas, los castigos y el sentimiento de culpa -tan omnipresente como nocivo-, sostenido todo ello por un “corpus” doctrinal, que se presentaba como incuestionable.

En las épocas de mayor poder religioso, ese cuerpo doctrinal adoptó la forma de absolutismo, tanto cognitivo como moral. La institución, que se consideraba a sí misma como poseedora de la verdad absoluta, se erigía igualmente como juez inapelable y, llegado el caso, como implacable verdugo.

La religión podía, por ejemplo, etiquetar a personas y comportamientos como “trigo” o “cizaña” -por utilizar la imagen de la parábola de Jesús- pero, en lugar de reconocer que ambas realidades se dan siempre de forma inseparable -tal como había sugerido el propio Jesús en la citada parábola-, promovían la condena e incluso la extirpación de todo aquello que, según su particular criterio, se consideraba “cizaña”. No es extraño que asistamos ahora a todo un proceso de desafección religiosa y rechazo de la religión institucional. Desafección y rechazo provocados, no solo por actitudes y comportamientos autoritarios, sino por creencias míticas que resultan inasumibles para la conciencia moderna.

Tampoco es casual que la perversión que he mencionado se produjera siempre en situaciones de poder cuasi omnímodo, porque este, que únicamente busca perpetuarse e imponerse, no se lleva nunca bien con la verdad.

TODOS ESTAMOS SEMBRADOS

Domingo XV del Tiempo Ordinario

16 julio 2023

Mt 13, 1-23

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por la falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga”. Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”. Él les contestó: “A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure». Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador. Si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ese dará fruto y producirá ciento o setenta o treinta por uno”.

TODOS ESTAMOS SEMBRADOS

(«Estar sembrado»: expresión coloquial para indicar que una persona ha sido especialmente acertada, ocurrente, ingeniosa o graciosa con su forma de hablar o actuar).

La interpretación habitual de esta parábola -como la de tantas otras- se halla condicionada por un marcado dualismo: un dios separado hace llegar su palabra a los humanos, quienes serían responsables de hacerla o no fructificar. ¿Es posible leerla con otra clave, desde un marco no dualista? ¿Hacia dónde apuntaría, en ese caso, su contenido?

Cuando se comprende que nuestro “Fondo” es uno y el mismo que el Fondo de todo lo que es -que el Fondo de lo real solo es uno y compartido: aquello que las religiones han llamado “Dios” y lo han imaginado como un ser separado-, la lectura se modifica radicalmente. Y, por lo que se refiere a nosotros mismos, alcanzamos a percibir nuestra naturaleza paradójica, los dos niveles que nos constituyen: la personalidad (nivel psicológico) y la identidad (nivel profundo o espiritual).

En el plano de la personalidad, aparecemos como seres frágiles, vulnerables y, en último término, impermanentes: formas transitorias e incluso fugaces. La identidad -el “Fondo” al que he hecho referencia-, sin embargo, es consciencia pura, plenitud de presencia. Con lo cual, podría decirse que somos la consciencia una que se despliega en una forma (o persona) particular. Podemos así comprendernos -de nuevo la paradoja- como realidad plena que, a la vez, se despliega en un proceso histórico: plenitud que notamos, al mismo tiempo, como potencialidades que buscan materializarse; aspiraciones que anhelan tomar cuerpo. Por decirlo metafóricamente, como personas, nos descubrimos habitados por “semillas” que aspiran a fructificar.

En ese mismo sentido, podemos decir que el Fondo último se visualiza en nosotros como dinamismo fecundo, sabio y poderoso que, en condiciones adecuadas, florece en belleza, verdad y bondad. Para ello, todo el conjunto de condiciones requeridas ha de posibilitar que la persona pueda vivirse en una consciencia de unidad, en una actitud de aceptación profunda, de rendición a lo que es, de alineamiento y docilidad a la vida, de vivir diciendo sí, o más exactamente, dejando que la vida pueda vivirse en ella.

EFECTOS DE LA MEDITACIÓN // Steven Laureys

Entrevista de Lucía Cancela al neurólogo Steven Laureys, en La Voz de Galicia, 16 de mayo de 2023:

https://www.lavozdegalicia.es/amp/noticia/lavozdelasalud/salud-mental/2023/05/13/steven-laureys-neurologo-belga-utilizo-ciencia-explicar-meditacion-loco-magico-relevante/00031683971494921177573.htm

“El efecto de la meditación puede ser tan grande como el de la medicación… Se la prescribo a mis pacientes”.

Conectamos con el doctor Steven Laureys a través de una videoconferencia. Este neurólogo belga es mundialmente reconocido por su estudio clínico y científico de la conciencia. Es director de investigación del Fondo Nacional Belga para la Investigación Científica y profesor y director del Centro del Cerebro del Hospital Universitario de Lieja.

Ha sido presidente de la Asociación para el Estudio Científico de la Conciencia, y es un autor superventas a escala internacional. Su último libro publicado en España, Medita: una guía científica y útil para practicar la meditación (RBA, 2023) parece un ensayo científico sobre esta disciplina. El experto, firme defensor y practicante, ha estudiado los beneficios de incorporarla en su consulta. En una de sus investigaciones midió la actividad cerebral de varios monjes budistas mientras meditaban. Con ello, vio cómo el número de conexiones era mayor que en personas de la misma edad que no trabajan su atención. Tanto que, entre sus efectos, encontró que le restaba años a la edad de sus cerebros.

Dice que prescribe meditación a sus pacientes. ¿Qué beneficios encuentra en ello?

—Como doctor especialista en neurología, prescribo meditación a mis pacientes por muchas razones. Primero de todo, pienso que el estrés puede hacer que todos los síntomas y los problemas empeoren. Veo a gente que viene a consulta, tanto de forma presencial como telemática, con dolores de cabeza, dolor crónico, problemas de sueño, ansiedad o depresión. Creo que, si a la gente se le ofrece una forma diferente de lidiar con los retos de la vida, tanto en un plano personal como profesional, puede ser un método muy poderoso. Por supuesto, no estoy diciendo que la meditación sea un analgésico, un hipnótico o ansiolítico, pero es complementaria a las herramientas más tradicionales de mi práctica diaria.

—El mecanismo de supervivencia que tenemos los humanos es la razón por la que, como especie, hemos llegado tan lejos en materia de evolución. Sin embargo, usted relaciona este mecanismo con un estado de estrés permanente. ¿Por qué se mantiene pese al paso de los años?

—Es muy interesante ser capaces de predecir qué va a suceder y anticiparnos a las cosas. Pero muchas veces, eso nos hace no vivir el momento, en el presente, y estar continuamente en el futuro. O, por el contrario, quedarnos en el pasado. Claro que está muy bien aprender de nuestra experiencia personal, y esto es por lo que somos muy buenos lidiando con las cuestiones del día a día, pero algunas veces puede ser demasiado y hace que esa voz pequeñita de nuestra cabeza dé vueltas y vueltas, nos cree ansiedad e impida que nos quedemos dormidos. La vara de medir está demasiado alta en algunas ocasiones; sentimos la presión de ser un buen padre, un buen marido, un buen trabajador o un buen jefe. Eso se suma a que estamos conectados todo el tiempo, debido a las redes sociales, al correo o al teléfono. Es lógico que sea demasiado. Pienso que la meditación, que es una especie de gimnasia mental, exige que conectemos la atención en algo y tengamos el control de esa conciencia que no para de gritar y que puede convertirse en una espiral negativa que solo enfatiza las cosas malas.

—¿Piensa que el sobrepensamiento es la razón por la que en ocasiones la gente reacciona de forma exagerada ante las nimiedades?

—Bueno, es normal que pensemos mucho las cosas porque somos seres analíticos y racionales. Y, al mismo tiempo, somos emocionales, tenemos necesidades de este tipo. De hecho, creo que necesitamos enseñar a los niños a conectar con todas esas partes. El problema es que pensemos mucho en las cosas y nos sintamos saturados o desbordados por todas esas emociones. Creo que en ese caso hay que desconectar un poco. Tomar perspectiva y mirar la foto completa, porque algunas veces estamos ansiosos o enfadados por algo que al final no es tan importante. Como neurólogo, también trabajo en cuidados paliativos, veo morir a mucha gente y eso me ayuda a crear algo de perspectiva. Hay que encontrar un equilibrio entre nuestra parte emocional y la racional.

—¿Cuál es el mecanismo por el cual la meditación ayuda a relajarse?

—La meditación puede conseguir muchas cosas. Es como hacer ejercicio, que en función de las necesidades de cada persona pueden elegir una disciplina u otra. Lidia con todas las redes neuronales, por eso ayuda a calmarse y a mucho más, potencia la creatividad o la memoria y concentración. Si la intención de una persona es puramente relajarse, se puede recurrir a la meditación a través de la respiración. En esta, se tiene que concentrar en una sola cosa y cuando aparecen pensamientos, los deja ir y vuelve al ancla de la atención que es la respiración.

—Ya que menciona la respiración, ¿cuál es su efecto en el sistema simpático o parasimpático?

—Tenemos dos sistemas: el simpático, que se activa cuando existe un peligro, una amenaza real para luchar o escapar, por eso suben las pulsaciones, la presión arterial o las hormonas del estrés; y el sistema parasimpático, que se encarga de la relación. Este es el que se activa con la respiración, porque cada vez que inspiro y espiro, estimulo este sistema.

—Su equipo midió la actividad cerebral de Matthieu Ricard, un monje budista, mientras estaba meditando. ¿Qué observaron?

—Trabajar con los monjes budistas, entre ellos Matthieu Ricard, es una oportunidad maravillosa porque meditan muchísimo y es más fácil, para nosotros, ver los cambios en la estructura del cerebro o el funcionamiento del cerebro. Sin embargo, no solo queremos ver el efecto en ellos porque son maestros de esta disciplina, sino que también nos sirve para tomar y aprender aquello que puede resultar útil en cada uno de nosotros. Con esta investigación, vimos que cambia, especialmente, el volumen de la materia gris. Él tiene más de 70 años, pero neurológicamente hablando, tiene 15 años menos. Algunas de las partes de su cerebro están más desarrolladas; son las que tienen un papel muy importante en la atención, en la memoria o en el control emocional. Pudimos ver que mientras meditaba, su cerebro cambiaba de una forma impresionante. Pero, ojo, porque todo esto también sucede en cada uno de nosotros. Por ejemplo, el mindfulness tarda ocho semanas en provocar los efectos en las conexiones cerebrales.

—¿Los beneficios de la meditación tardan hasta ocho semanas en verse?

—Puede ser menos, pero el programa de meditación más estudiado y validado en la actualidad se llama mindfulness based stress full option. Está creado por psicólogos, lo que significa que las personas están en buenas manos. Se reúnen una vez a la semana y después tienen deberes para casa y tienen que meditar dos veces durante semana 20 minutos. Esto es como un deporte, puedes hacer un poquito o ir a por las Olimpiadas. Yo no creo que haga falta llevarlo a ese extremo. De hecho, en el libro menciono la meditación informal, porque tengo cinco niños, mi mujer trabaja y como es lógico no puedo decirle que atienda todo mientras yo dedico 20 minutos a mi práctica.

—Es decir, que mientras pasea se pone a meditar.

—Sí. Yo lo hago mientras voy al trabajo, entre consultas, en la cola del supermercado, en la ducha. También se puede hacer mientras una persona cocina o vacía el lavavajillas. Este tipo de momentos, que todos tenemos, nos permiten conocer la meditación desde una perspectiva diferente y las investigaciones muestran que también tiene sus beneficios. Así es la realidad, no es cuestión de hacerlo durante 20 minutos y luego estar todo el día estresado, sino que se trata de hacer las cosas diferentes a través de tu práctica. Es una experiencia personal y no es una solución rápida.

—En el libro habla de la neuroplasticidad, ¿qué significa este concepto?

—[El neurólogo coge una figura del interior del cerebro en la que pueden verse todas las conexiones] Es el cerebro por dentro, los miles de millones de conexiones que aquí (en la figura) se pueden ver con tanta facilidad. Es lo que lleva a mis células a comunicarse, es toda esa red neuronal de conexiones capaz de cambiar cuando aprendo cosas nuevas; o de transformarse si me estreso. El covid, por ejemplo, también propició la neuroplasticidad solo que de forma negativa. Esto es lo que estudiamos en mi especialidad por todos los medios y lo que vemos que cambia durante la práctica de la meditación.

—¿Entiende que las personas sean escépticas respecto a la meditación y duden de sus efectos?

—Sí, por supuesto. Soy científico, así que soy un escéptico profesional. Pienso que hay muchos mitos, muchos prejuicios y muchas creencias falsas que llevan a conectar la meditación con el budismo, con alguna relación, con lo esotérico o alternativo. Es una pena porque, al final, esta práctica te ayuda a cuidar de tu bienestar mental, de tu atención y tratar de convertirte en una persona mejor. Aparte, es universal porque está presente en todas las culturas durante todos los tiempos. Nosotros estudiamos a los monjes budistas, pero también estamos estudiando a los nativos americanos o las tradiciones de Mongolia. Yo me veo construyendo un puente entre la medicina muy especializada, muy tecnológica, con todos sus fármacos y conocimientos, a la vez que doy un rol más activo a mis pacientes. Eso es complementario. Espero que, como científico que ha publicado mucho y como neurólogo, logre convencer a la gente. Estoy muy contento de poder utilizar la ciencia para explicar que la meditación no es algo loco o mágico, sino algo relevante. A veces tenemos problemas para encontrar equilibrio y para ello es muy importante que se le preste atención al bienestar mental. Así que pienso que será cuestión de tiempo que todo esto se aprecie. La meditación es mucho más que una habilidad menor o blanda, es lo que nos hace diferentes de un ordenador.

—Pienso en un problema tan común como es el insomnio. ¿De qué forma le ayuda la meditación?

—El siguiente libro que voy a publicar es sobre el sueño. A un paciente con problemas de dormir le puedo prescribir un hipnótico y, efectivamente, tendrá la sensación de tener una buena noche, porque es básicamente como un coma farmacológico. Pero si recurre a estas prácticas de relajación, él o ella encontrará maneras de lidiar con las voces de su cabeza y podrá tener un buen descanso. Por eso creo que es algo de lo que hay que sacar ventaja. Pero insisto, es complementario. Pienso que mi papel va más allá de establecer un diagnóstico y prescribir un fármaco, trata más de cambiar y entender los hábitos de la gente y motivarlos a que los hagan. Hay que entender por qué el estrés es dañino y lo que cada uno puede hacer. No me refiero solo a meditar, sino a la actividad física, a dormir, a una dieta de calidad, a las relaciones sociales o al ambiente en el trabajo. Hemos ignorado todo esto y por eso me tomo como un reto poder integrarlo; poder sacar lo mejor de los dos mundos: los fármacos cuando se necesitan y, mientras tanto, trabajar en los hábitos de vida.

—De hecho, en el libro cuenta que el estrés tiene un enorme impacto, no solo en el trastorno del sueño, sino también en otros problemas como los dolores de cabeza.

—Así es. Pero aun así, hay que huir de las explicaciones simples. Si alguien tiene migraña, tiene una enfermedad. Si tiene párkinson o ictus, necesita un buen doctor pero, al mismo tiempo, el paciente puede tener un rol activo e invertir en un estilo de vida saludable, que es básicamente sentido común, porque es muy fácil ver cómo el estrés influye en nuestro bienestar o sistema inmune. Yo animo a tomar las pastillas cuando se necesiten, pero al mismo tiempo, veo cómo la gente tiene menos dolores de cabeza y con menos frecuencia cuando ellos hacen mindfulness. Es más, hay una serie de ensayos clínicos que muestran el efecto que la meditación puede ser tan grande como el efecto de la medicación. Esto se vio con analgésicos, fármacos contra la ansiedad, de la depresión, así que no necesitamos tirar los fármacos, sino combinar una cosa con otra. Además, pienso que podemos experimentar los síntomas de una forma diferente, reducir la progresión y ser eficiente en términos de prevención.

—Antes mencionaba que es importante que los niños conecten con su parte racional y analítica, así como con la racional. ¿Debería haber mindfulness en los colegios?, ¿resultaría útil?

—Sí, totalmente. En España y en cualquier otro país, hay una asignatura de Educación Física que forma parte del currículo escolar. Pienso que al igual que lo hacemos por un bienestar físico, deberíamos hacer lo mismo por el bienestar mental, y que tengan un profesional que les enseñe a conectar con sus necesidades emocionales, hablar de ellas, prestar atención a los otros e interactuar unos con otros.

—Por último, ¿qué consejos daría para cuidar el cerebro?

—Lo recomendable es evitar el estrés crónico. Meditar es una buena forma para ello porque los estudios no solo muestran sus beneficios a nivel inmunitario, sino también en los cromosomas. Así que si alguien quiere ser más activo, más funcional, tener un envejecimiento más saludable, hacerlo es una buena idea. Todo esto, unido a la práctica regular de actividad física, a una buena dieta y a dormir los eficiente. Todas estas cosas merecen más atención. No es una simple opinión, sino que tiene evidencia científica.

EL BUEN LUGAR DE LA GRATITUD

Domingo XIV del Tiempo Ordinario

9 julio 2023

Mt 11, 25-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis agobiados y cansados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

EL BUEN LUGAR DE LA GRATITUD

Cuando hay comprensión experiencial o profunda, la gratitud fluye. En ausencia de comprensión, únicamente podrá vivirse, en el mejor de los casos, cuando lo que acontezca resulte favorable a los intereses del yo o ego. Porque este no puede dar gracias por nada que lo frustre o que lo ponga en peligro.

La comprensión se traduce en dos certezas, que van de la mano: no somos el yo que nuestra mente piensa -con lo cual nos liberamos de su tiranía, así como de la lectura que hace de las cosas-, sino que somos uno con la totalidad, con la consciencia o la vida -con lo cual, somos situados en la aceptación profunda que culmina en la rendición a lo que es y en la gratitud incondicional-.

El yo -la mente- no solo no puede dar gracias por aquello que lo frustra; ni siquiera puede entender la gratitud en tales circunstancias. ¿Cómo dar gracias por algo que me hace mal?, ¿cómo dar gracias en una situación de injusticia flagrante?

Lo que ocurre es que, tal como se vive desde la comprensión, la gratitud no se parece en nada a lo que la mente entiende con ese nombre. Y aquí aparece una paradoja exquisita: la gratitud nace de la comprensión -solo es posible vivirla desde ahí- y, al mismo tiempo, al activarse, nos conduce precisamente a ese mismo lugar. Este es precisamente el poder de la gratitud: nos transforma por dentro, transportándonos al “lugar” de la comprensión; nos libera de la errónea consciencia de separatividad y nos sitúa en la consciencia de unidad.  

Y lo que sucede en ese lugar es que se agranda nuestra mirada para poder ver en profundidad. La mente solo alcanza a ver la “superficie” de lo real, por lo que hace una lectura indefectiblemente reduccionista. La comprensión permite ver más allá, en una paradoja siempre presente.

No se da gracias por la injusticia ni por lo que hace daño. Se ve desde otro lugar, en una mirada que tiene en cuenta, no solo datos aislados -como hace la mente-, sino el tapiz completo, la totalidad en su conjunto. Visto desde ahí, caes en la cuenta de que “todo es como tiene que ser” y “todo será como tenga que ser”, aunque sin olvidar nunca la paradoja de que, en el nivel de las formas, todo es mejorable.

Pero no será la mente -la mirada mental– quien se percate de ello. La paradoja únicamente se resuelve en la comprensión no-dual, es decir, desde una mirada transpersonal o espiritual capaz de captar y de abrazar los dos polos de lo real, el plano profundo y el plano de las formas.

UNA EXPERIENCIA CERCANA A LA MUERTE // Álex Gómez-Marín

Entrevista de Emilio Martínez a Álex Gómez-Marín, científico del CSIC, físico teórico del Instituto de Neurociencias de Alicante, tras participar en las XVI Jornadas ‘La muerte y el morir’, en El Español, 30 de abril de 2023.

https://www.elespanol.com/alicante/vivir/salud/20230430/experiencia-muerte-alex-gomez-marin-cientifico-csic-no/759674353_0.html

Gómez-Marín (Barcelona, 1981) es un físico teórico atípico. Investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), desde 2016 dirige el laboratorio de Comportamiento de Organismos en el Instituto de Neurociencias de Alicante. Últimamente anda integrando la física fundamental con la biología computacional y la filosofía continental para intentar averiguar más sobre la consciencia humana. Se trata de una etapa en la que ha coincidido con una experiencia vital que considera «un regalo», todo lo que vio en su experiencia cercana a la muerte. De todo esto habló el pasado viernes en las XVI jornadas “La Muerte y el Morir” de Elche, que este año se centraron en la conciencia en el proceso de morir. 

Cómo nos cuesta hablar de la muerte en Occidente.

Sí, parece que sea un tema que, con solo decirlo no apetece. Cuando hablo en unas jornadas como las de Elche, lo hago desde la ciencia, pero también de mi experiencia personal. Como el Martini de James Bond, ‘agitado, pero no mezclado’, hablo como neurocientífico y como persona con una experiencia propia que no es muy larga ni la voy a dramatizar, pero que, como estudioso de la mente humana, me provocó una pequeña crisis.

Una experiencia que puede ser un regalo, porque puede abrir puertas hasta preguntarse si la mente es más allá; si la mente es más que el cerebro o la actividad cerebral; esas son cuestiones que parecen filosóficas, pero no lo son. Y cuando hablo de la muerte, suelo relacionarlo con otros fenómenos, que a mí me gusta llamar fenómenos que están a los márgenes de la conciencia, que tienen que ver con las experiencias cercanas a la muerte; los psicodélicos, que no solo se están poniendo de moda ahora, sino que se están estudiando mucho sobre ellos; o los sueños lúcidos.

En este momento, diría, estamos empezando a estudiar científicamente todo esto y, de alguna forma, saliendo del armario.  

¿Qué te pasó cuando casi mueres?

Pues, aparentemente, algo no muy problemático. No lo sabía entonces, ¿no? Pero perdí mucha sangre durante muchos días por unas venitas en el estómago, casi cuatro litros me tuvieron que reponer. Yo entonces me fui quedando muy débil hasta que me tuvieron que intervenir para cerrar esa herida. Por eso estuve al borde de la muerte, no por un accidente de tráfico gravísimo, ni estuve en coma ni nada, es lo que me pasó; es un incidente que hace 50 años me habría muerto, ahora si te lo encuentran, en media hora te lo resuelven. En mi caso, pues, estuvo entre una cosa y otra.

¿Y qué fue lo que viste?

Me vi a mí mismo, pero no en un túnel, que es horizontal, yo estaba en un pozo y miraba hacia arriba, donde entraba mucha luz y se asomaban tres figuras que venían como a recibirme. Entonces yo sentí que, si les pedía ayuda para salir del pozo, pues que me iba al otro barrio, al otro mundo, y que si no, pero que si les decía ‘no gracias, ahora no, todavía no’, pues me quedaba. Y eso fue lo que pasó, dicho así, a lo mejor fueron 10 segundos aunque, como en los sueños, no sabes si fueron 10 segundos o una hora, pero sí tuve esa sensación de estar en un umbral.

¿Lo notaste claramente o fue como un sueño borroso?

Sí, sí, claramente, y eso también depende de cada uno como sueña, hay gente que tiene sueños muy vívidos y los describe con mucho detalle y yo no, normalmente, no, pero a mí me estaba claro dónde estaba y lo que estaba haciendo. Y, aunque ya te digo que no sucedieron cosas mucho más estrambóticas, ni se me aparecieron ángeles ni miles de colores, ni un viaje por el universo con mucho detalle, pero lo que estaba pasando estaba bastante claro para mí en aquel momento, estaba en ese pozo y había luz al otro lado, y si salía no volvía y si me quedaba, sí.

¿Y eras consciente en esos 10 segundos de que te estabas muriendo?  

No sé, ahora yo te lo cuento con mi recuerdo y mi interpretación es un poco inevitable, pero no, no creo que fuera consciente de que me estuviera muriendo, pero sí que tuve la lucidez de saber, que luego podemos discutir qué fue eso realmente, pero en mi experiencia fue la lucidez de saber que si salía de ese túnel, de ese pozo, me moría, eso sí. No era algo que pensaba, era algo que sabía con seguridad. Sabía que si salía me moría.

Esas tres personas que afirmas haber visto en este proceso, ¿quiénes eran? ¿Quizás los sanitarios que te atendieron? 

Sé quiénes son esas personas, pero nunca lo he contado porque he preferido preservarme algo de privacidad. Te avanzo que no eran sanitarios ni eran familiares, podríamos decir que eran figuras, guías, yo les llamo guías. Figuras a las que yo tengo un apego particular mío, yo les llamaría guías.

¿Cómo se toman sus compañeros científicos en un campo como el de la ciencia, basado en la demostración, su experiencia tan singular cuando se la cuentas? 

Cuando les he contado mi experiencia me escuchan con atención y con cariño incluso, te diría. Algunos de mis compañeros, quizás la mayoría, me dicen ‘qué bonito viaje’, pero añaden, ‘pero esto de realidad, poca, será más bien una ilusión, ‘será tu cerebro cuando te está dejando de funcionar bien’, ‘¿qué otra cosa puede ser? ¿verdad?’ Claro.  ¿Qué podría ser, si no? Una alucinación, una ilusión, es que le faltaría oxígeno a tu cerebro, todo lo que tú quieras, menos atreverte a sugerir una hipótesis que nos mueve los cimientos de nuestra visión del mundo.

Y nos incomoda, ¿no? 

Sí, claro, incomoda porque estamos acostumbrados a lo familiar, y lo familiar es en neurociencia, y la ciencia en general, que la mente no es nada más que la actividad del cerebro, que todo está hecho de materia, y además ahí yo me río, siendo físico, me río con cariño también, porque siendo físico sé que los físicos sabemos que no sabemos muy bien qué es la materia. Entonces, cuando yo escucho a un neurobiólogo compañero mío, y digo, pero Alex, ya sabemos que en el fondo todo está hecho de materia, y que estas cosas que tú cuentas no es nada más que materia, y yo me río, digo que si los físicos ya hemos dejado esta idea de materia, ya hace 100 años que la hemos dejado atrás, porque nos hemos dado cuenta que no es tan fácil, no es tan sencillo, ¿no?

Entonces, bueno, ahí hay algunos compañeros que igual les interesan seguir discutiendo, y otros dicen, bueno, ‘me tengo que ir, tengo cosas urgentes’.