NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

10 septiembre 2023

Mt 18, 15-20

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

NORMAS COMUNITARIAS Y REALIDAD ABIERTA

El capítulo 18 del evangelio de Mateo contiene una serie de normas que habían de regir la vida comunitaria de aquellos primeros grupos de discípulos de Jesús que se iban constituyendo.

No son, por tanto, palabras del propio Jesús, sino una creación posterior, exigida por la situación. La constitución de cualquier grupo humano requiere normas que regulen su funcionamiento.

El problema aparece cuando las normas se absolutizan, otorgándoles valor por encima de las personas. Suele ser una tendencia habitual en grupos sectarios y, más en general, en comunidades impregnadas de autoritarismo, y dan lugar a un modo de vida legalista y moralista. Riesgos que no están ausentes en el texto que comentamos, que insta a considerar como “pagano” o “publicano” a quien no se ajuste a las normas.

Sea como sea el modo en que los diferentes grupos tratan de solventar la cuestión de su propio funcionamiento, lo que parece obvio es que tanto el legalismo como el moralismo mostrarán pronto sus efectos negativos: no solo porque se coloca la norma o la ley por encima de la persona -en contra de lo que el propio Jesús había advertido: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”-, sino porque se ignora el carácter abierto de lo real.

Que la realidad sea abierta significa que, en contra de lo que suele ser la rigidez mental -que casa mejor con actitudes legalistas y moralistas-, permite diferentes niveles de consciencia, de los que brotarán, lógicamente, lecturas y comportamientos diversos.

Esto no significa caer en un relativismo vulgar para el que todo vale lo mismo y que justifica cualquier cosa, sino reconocer el modo abierto como se expresa lo real. No todo vale igual, pero cada persona tiene un camino propio que recorrer. Caminos bien diferentes que, sin embargo, tienen cabida y son acogidos dentro de la realidad, esencialmente abierta.

Sin embargo, el nivel mítico de consciencia -que, en mayor o menor medida, pervive en todos nosotros- impide verlo. Porque para ese nivel, solo existe una verdad -la propia- y un único modo correcto de ver y de hacer las cosas. Solo un nivel de consciencia pluralista y aperspectivista regala una mirada omnicomprensiva, respetuosa, tolerante y constructiva.

GRACIAS INMENSAS / MILA ESKER

Me siento colmado y desbordado de gratitud ante vuestra cercanía amorosa -tras la partida de Ana-, que me llega a través de todos los medios. Emocionado ante tantas expresiones de amor, apoyo e incluso ayuda concreta. Recibo y acojo cada palabra, cada deseo, cada gesto, percibiendo el amor que lo sostiene, como si fuera un “guiño” de Ana queriendo regalarme paz.

Desearía poder contestar a cada uno, a cada una, de manera personal, como acostumbro hacer -me parece que nunca he dejado un correo o un mensaje sin respuesta-, pero en esta ocasión me resulta literalmente imposible. Así que quiero haceros llegar desde aquí un abrazo sentido y sostenido, de la misma manera que vuestra presencia me ayuda a sostenerme a mí. ¡GRACIAS infinitas!, ¡Eskerrik asko!

Y me gustaría compartiros el regalo que estoy viviendo y que no es otro que la sensación densa, prolongada y liberadora de la presencia de Ana. Su presencia despierta mi gratitud y atenúa el dolor de su ausencia física. Su sonrisa hace que se dibuje otra espontánea en mi rostro. Tal como lo siento, ha sido la gratitud la que me ha ido haciendo sentir, de manera inimaginable, intensa y profunda su Presencia, grabando su sonrisa en lo más profundo de mí. Ella me sostiene. Y, acompañándome de ese modo, me regala aprender, no solo a sentirla de un modo nuevo -es «otra forma» de presencia-, sino a vivir compartiendo con ella de manera consciente todo lo que vivo. En ello estoy, en lo que percibo como un aprendizaje continuo…

Desde que empezamos a compartir la vida, hacíamos con frecuencia una práctica -la vivíamos como práctica meditativa-, que le gustaba mucho y que ella llamaba “una de miradas”. Consistía en sentarnos frente a frente y, simplemente, mirarnos, acogiendo todo lo que ahí pudiera surgir.

Pues bien, estos días hago esa misma práctica ante una fotografía suya en la que mira de frente. Y al permanecer mirando su fotografía, me parece notar cómo su rostro va cambiando de expresión -sin duda, el recuerdo de lo que ocurría en aquellos momentos- pero, sobre todo, experimento cómo “su” mirada y “mi” mirada, poco a poco, se transforman en una sola y única mirada. Acallados los “yoes”, solo hay mirada y silencio, silencio sonriente y cómplice, solo presencia gozosa. 

Hay todavía momentos a lo largo del día en que el dolor de su ausencia física me muerde violentamente, y otros en los que la angustia de no tenerla recorre todo mi cuerpo, inundando la boca y el estómago. Aparecen también oleadas de soledad y tristeza que, aunque apaciguadas por la aceptación y el silencio, pueden permanecer un tiempo como trasfondo apenado, y que necesitan un tiempo de llanto para ser evacuadas.

Esta situación me está mostrando en toda su crudeza la paradoja que somos: cómo es posible sentir un vacío lacerante que se despierta en cada rincón de la casa, en cada calle y en cada camino que recorríamos -un vacío que me oprime el pecho y se agudiza al reverberar las palabras que me repetía continuamente: “No sabes bien cuánto te quiero”- y, al instante, sentir su presencia plena y amorosa asegurándome que “todo está bien”. En esa paradoja me muevo: entre la angustia, que en ocasiones parece insoportable, de mi organismo cuerpo-mente-psiquismo (lo que llamamos el «yo») y la plenitud atemporal que somos.

¡Claro que hay momentos de vacío y de pena, de desgarro y de llanto -oleaje inevitable, consecuencia de lo que ha sucedido-, pero todo es Plenitud, solo la Vida es y todo es Vida!

Desde la creencia que tiende a identificarme con el yo, esto suena a locura y desvarío. El yo tiene bien delimitado lo que es «bueno» o «malo» para él y no admite el menor cuestionamiento sobre ello. Pero basta soltar aquella creencia errónea, acallando la mente pensante, para caer en la cuenta de que todo, sencillamente, es. Y Eso que es -Plenitud, Consciencia, Vida…-, es lo que somos. «Ahí», Ana y yo somos lo mismo.

Eso que se me va regalando hace que, aun en medio de la vulnerabilidad y de los miedos que la acompañan, se vaya abriendo ante mí el camino de la paz. Ese es el regalo cotidiano de Ana: su mirada profunda y luminosa y su sonrisa juguetona pacifican mi sensibilidad alborotada, me conducen a la profundidad, relativizan tantas cosas… y me hacen mejor persona. Y por si me olvidara, aparte su sonrisa profunda y serena que me habita, descubro «guiños» suyos por doquier, señales para mí inequívocas de su presencia cuidadora. Todo ello está produciendo la «magia» de poder vivirme en un «diálogo» constante con ella… y sus «bromas». Me llena de tanta Gratitud su presencia luminosa…

Gracias también de corazón a cada una y cada uno de vosotros, cada cual con su modo particular de expresar el afecto y el apoyo. Recibid este mensaje como si fuera un abrazo “personalizado” y único. Es lo que quiere ser y lo que vivo en mi corazón. Os abrazo.

Zizur Mayor, 27 de agosto de 2023.

EL EGO ANTE EL DOLOR

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

3 septiembre 2023

Mt 16, 21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparle: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”. Entonces dijo a los discípulos: “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.

EL EGO ANTE EL DOLOR

El guion por el se rige el ego es muy simple: “La vida está ahí para responder a mis expectativas”. A partir de ese axioma, traza una línea divisoria entre aquello que le agrada y aquello que lo frustra. Mientras trata de aferrar lo primero por todos los medios, rechazará con la misma fuerza lo segundo. Nace así la conocida como “ley del apego y de la aversión”. Y así discurrirá la existencia del ego, entre el apego insaciable y el rechazo airado.

Con tales premisas, resulta sencillo entender que para el ego será “bueno” aquello que le agrada y “malo” aquello que lo amenaza; será “verdadero” aquello que lo sostiene y fortalece y “falso” aquello que lo pone en peligro.

En consecuencia, lo más temido por el ego es el dolor y la muerte. Mientras el primero hace aflorar su vulnerabilidad dolorosa, la segunda significa su final. ¿Cómo podría no temerlos? Y dado que, en último término, no se pueden evitar, tratará de ocultarlos o incluso de vivir como si no existieran. Desde el ego no hay salida posible.

Y se produce una paradoja inesperada, sabiamente denunciada por Jesús: cuanto más queremos que el ego esté a salvo, más estamos perdiendo la vida. Y la perdemos porque nos hemos encerrado en la ignorancia de base, olvidando que no somos el ego -con el que nos habíamos identificado, viviendo según sus criterios-, sino la vida misma que se halla siempre a salvo.

Todo ello no niega la dureza del dolor ni el desgarro que, en ocasiones, puede llegar a producir, como cuando se te parte el corazón por una pérdida y te ves envuelto en completa oscuridad. Ante el dolor de las personas, necesitamos descalzarnos, en actitud de respeto y compasión eficaz. Cuando nos alcanza a nosotros mismos, tal vez -aun en medio de la secuencia de oleajes que se suceden y parecen arrasar con todo- podamos abrirnos al silencio y, desde él, a la Vida y al Amor que somos en profundidad, y que sostienen el dolor despertado. Sin duda, la sabiduría se halla en el Silencio de la mente. Y, con ella, la comprensión experiencial de lo que somos.

“Perder la vida por mí” significa morir a la identificación con el ego -a esa creencia errónea- porque hemos comprendido que no somos el ego, sino el “Yo soy” (el “mí”, que nombra Jesús)) que constituye el Fondo último de todo lo que es.

El trabajo de desidentificación del ego requiere silencio mental. Porque solo acallando el griterío de la mente y sus discursos aprendidos y repetitivos, podremos acceder a “aquello” que no tiene nombre, pero que percibiremos nítidamente en nuestro interior…, cuando mantenemos el silencio consciente.

¿QUÉ SOMOS?

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

27 agosto 2023

Mt 16, 13-20

En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

¿QUÉ SOMOS?

La gran pregunta del ser humano -a la que han intentado responder todas las mitologías, religiones y filosofías- es la que se refiere a su identidad: “¿quién soy yo?”.

En realidad, desde una comprensión profunda, la pregunta se desdobla para dar razón de la paradoja que nos constituye: en el nivel psicológico indagamos sobre nuestra personalidad y nos preguntamos quién soy yo; en el plano profundo (espiritual) nos abrimos a nuestra identidad y nos preguntamos qué soy yo.

La respuesta de Pedro a Jesús –“Tú eres el Hijo de Dios”-, más allá del contexto teísta en que se produce, apunta a nuestra identidad, por lo que resulta válida para todo ser humano. Lo que es Jesús lo somos todos, aunque -como señala Javier Melloni- “nos da miedo reconocerlo”.

En nuestra personalidad somos todos y todas diferentes; la identidad, sin embargo, es una y compartida. Somos -toda realidad es- consciencia pura, expresándose o desplegándose en formas (y personas) particulares.

Nuestra identidad, por tanto, no es “personal” -ahí estaríamos hablando de nuestra personalidad-, sino en todo caso “transpersonal”, en el sentido de que trasciende la forma concreta en la que nos experimentamos. Y en eso consiste la sabiduría: en captar-comprender la consciencia que somos y vivirnos desde ella en la forma personal y concreta de cada cual.

Esta es la comprensión no-dual. Si el evangelio no se expresa en ella -a excepción de algunos textos de Juan y del apócrifo de Tomás-, no es porque en aquel tiempo no hubiera un lenguaje no-dual apropiado, sino porque la tradición bíblica es dualista.

La comprensión no-dual, así como los textos en que se expresa, pueden encontrarse al menos seiscientos años antes de que se redactaran los evangelios: en India (hinduismo), en China (taoísmo) y hasta en Grecia (Parménides). Que la tradición bíblica sea dualista no quita nada a la sabiduría que contiene, ya que la comprensión no-dual permite hacer una “relectura” en consonancia con la experiencia vital de la persona que lee esos textos.

Somos “hijos e hijas de Dios”: uno con el Fondo de todo lo que es –“el Padre y yo somos uno”, dirá el evangelio de Juan-, plenitud de consciencia, de presencia y de vida.

EN LA PARTIDA DE ANA

Queridos amigos y amigas: Al enviar el boletín de esta semana, me resultaba imposible hacerlo como si nada hubiera pasado. Permitidme, pues, por lo compartido durante tantos años a través de estos envíos, un “desahogo” ante un hecho que me desgarra el corazón y pone mi vulnerabilidad en carne viva.

El día 15 de agosto, disfrutando de un paseo en bici, al atravesar por un paso adecuado con el semáforo en verde, Ana, mi esposa y cómplice compañera de vida, fue arrollada de manera violenta por un auto. Tras dieciséis horas de lucha por sobrevivir y de esfuerzos de los profesionales sanitarios por sacarla adelante, fallecía a las seis de la mañana del día 16. Tenía 57 años.

Con este compartir, quiero haceros llegar la gratitud más profunda por vuestros correos y mensajes, hechos de cercanía y amor. Perdonad que no pueda responderos personalmente, pero recibid desde aquí, cada uno y cada una, mi abrazo más cordial y sostenido que nunca.

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Nunca pensé que el dolor pudiera llegar a tales extremos ni que alcanzara semejante intensidad. Un dolor oscuro, ciego y pegajoso, tan agudo como desgarrador, cargado de tristeza, soledad y abatimiento. Dolor…

Pero tampoco nunca pensé que podría encontrar la calidad, luminosidad, y frescor del amor que he hallado en Ana. Un amor humilde, alegre, confiado, entregado, servicial, cuidadoso, detallista, paciente, desbordante, sostenido. Un amor hecho sonrisa, cercanía, ayuda y mimo. Un amor envolvente y liberador. Amor…

El dolor sentido no es sino el reflejo del amor que siento haber perdido, con la partida de Ana. ¡Es tan duro verla en todos los sitios y no poder encontrarla en ninguno!… ¡Es tan grande el hueco de su ausencia y el vacío de su luz!… ¡Tan dura la forma violenta en que la han arrebatado! ¡Tan oscura la frustración de sus sueños, proyectos e ilusiones! ¡Tan desgarrador y desolador vivir sin ella! ¡Tan hiriente no encontrarla cada día ni poder estrecharla en un abrazo como cada vez que volvía a casa! ¡Tan pesarosa la soledad sin ella!…

¡Cuánto me has querido, Ana querida! ¡Cuánto me has dado y cuánto he aprendido! ¿Cómo no habría de doler hasta la extenuación la pérdida de tanta luz, de tanta alegría, de tanta vida? Nos conocíamos desde un poco antes, pero nos “vimos” en agosto de 2014 y supimos –“¡qué cosa misteriosa!”, solíamos repetirnos- que nos habíamos estado esperando desde siempre. Y estos nueve años han sido una confirmación cotidiana de aquella intuición primera. ¿Cómo no sentir ahora una soledad abismal cuando ha partido tu misma vida? ¿Cómo no sentir que me “rompo” cuando ahora mismo intento pronunciar tu nombre?

Solías decirme que veía en ti cosas que no estaban o que tú misma no percibías. Pero sé el motivo: era justamente la presencia de tanta luz en ti la que no te permitía ver tu belleza; eso es precisamente la humildad.

Nunca un enfado, ni una mala cara, ni un gesto displicente, ni una actitud hostil, ni una distancia fría, ni un enfado calculado, ni siquiera un juicio… Muchas veces me preguntaba cómo podía caber en ti tanto amor. Pero no, no cabía; eras Amor. Por eso te echo tanto de menos y me pregunto por qué has tenido que partir. Si fuera una persona religiosa, diría que un dios celoso te arrebató porque te quería junto a él. Pero prefiero permanecer en silencio… y permitir que la vida, tras esta removida que me tambalea, vuelva a tomar la iniciativa.

Ahí encuentro tu presencia. Contemplo tu mirada eterna plasmada en una fotografía. Y te hablo. Y descubro que, al hablarte, solo me sale una palabra: “Gracias”; una expresión -“Eskerrik asko”- que nunca te abandonaba. Y aun con mi sensibilidad rota, no puedo sino sentirme embargado por la gratitud, en la que fuiste mi maestra.

Y te escucho… Me desahogo contigo, te cuento lo que siento, te digo cuánto te echo de menos, te pregunto por qué… Y me quedo a la escucha. Siento entonces que me sonríes -como siempre lo hacías, como tú sabes hacerlo- y en esa sonrisa me hablas: “Deja que la vida sea”… Y la paz vuelve a mi corazón. Estoy entreviendo otra forma de tu presencia, otra manera de sentirte, un modo nuevo de amarte.

Sigo echando de menos tu cuerpo, el contacto, el abrazo, tu mirada, tus gestos, tu estar… Y eso me duele. A veces me siento perdido por la calle, sin tu mano amiga. Se me hace el día interminable, sin el sonido de tu voz. Cada cosa que veo, te recuerda, y me hace sentir una punzada aguda en la boca del estómago. Pero vuelvo al silencio y te veo. Y ahí se me hace presente, de otro modo, tu sonrisa, tu voz y tu presencia. Miro tu foto y, si bien es cierto que aparece la nostalgia de lo que ya no puede ser, cobra fuerza, aunque sea entre mis lágrimas balbucientes o desgarradas, tu presencia luminosa, radiante, amorosa, que me vuelve a repetir: “Deja que la vida sea en ti”. Con esa sonrisa tuya, humilde, casi tímida, pero radiante a la vez; la sonrisa luminosa y sabia de quien, más allá de cualquier problema, sabe que, en lo profundo, “todo está bien”.

Y llego a sentir tu voz y a percibir tu gesto que me invitan a confiar y a entregarme. Y es en esa entrega, finalmente, donde me siento fundido contigo. Más allá del tiempo, más allá del espacio, más allá de las formas, somos.

Ana querida, te dejo ir. Me duele enormemente pensar que se han truncado tus proyectos, tus sueños, tu vitalidad. Pero sé que, aunque a mí me duela y desconcierte, ya has recorrido tu camino. ¡Feliz de ti! Acojo el dolor de tu ausencia, pero te dejo ir…

Y acojo también tu invitación a “dejar que la vida sea”, sin pretender que se ajuste a mis planes. Agradezco a tantas personas que están aquí, incondicionales, apaciguando el dolor y sosteniendo mi fractura y desconcierto, desde mi querida hermana Puri -tan parecida en ello a Ana- hasta personas anónimas y desconocidas de quienes me llega impulso, pasando por amigos y amigas siempre fieles y siempre disponibles. No puedo no verlos a todos ellos, querida Ana, como “mensajeros” tuyos, otro guiño de tu amor. Te abrazo como a ti te gustaba y quedo compartiendo contigo el silencio pleno que ahora ya eres.

Zizur Mayor, 20 de agosto de 2023.

LOS EVANGELIOS, ¿HISTORIA O CATEQUESIS?

Domingo XX del Tiempo Ordinario

20 agosto 2023

Mt 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Él les contestó: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: “Señor, socórreme”. Él le contestó: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó curada la hija.

LOS EVANGELIOS, ¿HISTORIA O CATEQUESIS?

Gracias a los estudios historiográficos y exegéticos, cada vez somos más conscientes de que los evangelios no son tanto crónicas históricas -al menos, en el sentido en que nosotros entendemos esa expresión-, cuanto catequesis surgidas en el seno de las diferentes comunidades.

Con el objetivo de fortalecer la fe de aquellas comunidades y de marcar pautas de comportamiento, los redactores de los textos no tenían ningún reparo en poner en boca de Jesús afirmaciones que él nunca pudo haber pronunciado, así como tampoco les creaba problema “inventar” episodios que pudieran iluminar la situación de las comunidades de finales del siglo I.

Esto es lo que, según los estudios más rigurosos, sucede con el texto que comentamos hoy. Quienes hacen una lectura literal -como yo mismo la hice en algún momento- entienden que Jesús vivió aquí una especie de “conversión”, al ser cuestionado por una mujer pagana; conversión que lo habría sacado de una actitud exclusivista –“solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”- para conducirlo a otra universal.

Sin embargo, parece seguro que nada de eso ocurrió. Porque la problemática a la que se refiere el texto no tuvo lugar en tiempos de Jesús, sino que surgió más tarde, cuando algunas personas provenientes, no del judaísmo sino del paganismo, se interesaron por formar parte de aquellas comunidades que seguían “el camino” del Maestro de Galilea. Ahí se planteó el problema y ese sería el contexto donde nació el texto en cuestión.

Los paganos -que eran llamados habitualmente “perros”- solicitan entrar en la comunidad. Tras un debate que no debió resultar fácil ni rápido, el evangelista pone la respuesta -favorable- de los responsables comunitarios en boca de Jesús. Con ello buscaba sencillamente dotar de autoridad a la decisión recién tomada.  

La superación del literalismo en la lectura de los evangelios nos acerca más a la historia y, sobre todo, permite una lectura simbólica mucho más rica, que facilita captar la sabiduría atemporal que contienen, al igual que todo libro sapiencial. Por definición, todo escrito sapiencial es atemporal y universal.

Por el contrario, el literalismo -la absolutización de cualquier texto (da igual que sea el Evangelio, la Bhagavad Gita o Un Curso de Milagros)- conduce al dogmatismo y al fundamentalismo. Y el dogma es la anticomprensión. Por lo que el hecho de ver un texto como intocable y tratar de justificarlo a toda costa constituye el mayor obstáculo para abrirse a la verdad.

Todos los textos son únicamente “mapas” que quieren apuntar hacia al “territorio”; “menús” que la nombran y la ofrecen, pero no la “comida” misma. El drama -con sus secuelas de engaño, confusión y sufrimiento- se produce cuando los mapas se presentan como el territorio mismo, y el menú como si fuera ya la comida, es decir, como la verdad absoluta. Ciertamente, unos textos y unos menús son más acertados o elaborados que otros, pero no pueden ser absolutizados. Porque el territorio o la comida -la verdad- no se pueden poseer, solo se pueden habitar o saborear. La paradoja que somos -una clave a no olvidar siempre que hablemos de lo humano- muestra que no podemos poseer (tener) la verdad -ningún texto puede pretender estar en posesión de ella-, aunque, sin embargo, en nuestra identidad profunda, la somos.