Entrevista / Presentación del libro «Pérdidas y Comprensión»
Teruel, 25 noviembre
17 diciembre 2023
Jn 1, 6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él contestó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor» (como dijo el profeta Isaías)”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
TESTIGOS DE LA LUZ
Me encanta la expresión “ser testigos de la luz”. Y para entenderla adecuadamente me parece imprescindible recurrir, una vez más, a la paradoja que somos. En nuestra identidad somos luz, del mismo modo que somos verdad, bondad y belleza. Sin embargo, fácilmente el ego tiende a apropiarse e incluso a presumir de todo ello. De ahí que sea importante reconocer que, en el plano psicológico o de nuestro personaje (yo), no hay nadie que sea sujeto o poseedor de la luz: únicamente podemos ser testigos de ella. Ocurre igualmente con la vida: ningún yo es sujeto de la vida -ni de la verdad, ni de la bondad, ni de la belleza-; en ese plano somos únicamente cauces o canales por los que la vida, la verdad, la bondad o la belleza se expresan.
Ser testigos de la luz no es algo que se improvise, como tampoco obedece a cálculo alguno. Requiere, fundamentalmente, dos condiciones: conexión consciente con la luz y desapropiación.
Solo puede ser testigo de la luz quien vive en la luz. Pero no se trata, como alguien podría pensar, de alcanzar un ideal de perfección, sino de vivir en verdad: en la verdad de lo que somos, más allá del yo y de la mente, aceptando o abrazando nuestra realidad completa.
Dicho de modo más simple: uno no es testigo de la luz porque sea “perfecto” -algo incompatible con el ser humano-, sino porque es “completo”, es decir, verdadero, humilde, transparente…, ya que esas son las condiciones que posibilitan que la vida, la verdad, el amor, en definitiva, la luz, fluyan e iluminen, aun sin darnos cuenta, a nuestro alrededor.
No «hay que…», ni «se debe…», ni «tenemos que»… ser testigos de la luz. Ese lenguaje moralista produce efectos no deseados, porque fomenta la imagen ideal y, en último término, constituye un sabroso alimento para el ego. La vela encendida no se preocupa por alumbrar ni presume de ello; va en su naturaleza. La persona sabia no se “exige” ser luz, ni tampoco se la apropia; simplemente, la luz pasa a través de ella. No te preocupes por brillar; vive, sencillamente, lo que eres.
https://pijamasurf.com/2016/12/el_universo_es_inmaterial_mental_y_espiritual_concluye_fisico/
El profesor de física y astronomía de la universidad Johns Hopkins, Richard Conn Henry, llegó a esta conclusión que parece asombrosa para la ciencia, pero en realidad es bastante lógica si se comprenden las implicaciones de la mecánica cuántica.
En un multicitado artículo publicado en el 2005 en la revista Nature, el profesor de física y astronomía de la Universidad Johns Hopkins, Richard Conn Henry, concluye que el universo «es inmaterial, mental y espiritual». Sobra decir que su afirmación resulta polémica y un tanto extraña al ser publicada en la revista Nature, una especie de institución del paradigma científico materialista dominante. Desglosemos un poco el artículo de Conn Henry, el cual puede leerse aquí en español o en su formato original en Nature.
La tesis de Conn Henry se basa en que, a diferencia de los postulados de la física clásica que han modificado nuestra visión de mundo -como el establecer que la Tierra gira alrededor del Sol-, los postulados de la física cuántica que han sido comprobados no han sido igualmente asimilados a nuestra perspectiva, quizás porque son aún más radicales que los de Copérnico, Galileo o Newton, ya que necesariamente sostienen que no existe un universo material independiente de nuestra mente. Sobre esto Conn Henry escribe:
La más reciente revolución de la física de los últimos 80 años todavía no ha transformado el conocimiento general del público de manera similar. Aun así, una comprensión correcta de la física era accesible incluso a Pitágoras. De acuerdo con Pitágoras, “los números son todas las cosas”; y los números son mentales, no mecánicos. De la misma manera, Newton se refirió a la luz como “partículas”, sabiendo que este concepto era una “teoría efectiva”, útil si bien no verdadero. Como reconoció el biógrafo de Newton, Richard Westfall: “La causa última de ateísmo, aseguró Newton, es ‘esta idea de que los cuerpos tienen, por decirlo así, una realidad completa, absoluta e independiente en sí mismos’”. Newton conocía el fenómeno de los anillos de Newton y no le preocupaba lo que trivialmente se conoce como “dualidad onda-partícula”.
El párrafo anterior requiere un breve comentario. No se sugiere que Newton conocía la dualidad onda-partícula, tal cual como ha sido revelada en la física cuántica (donde la luz se comparta como onda o partícula según la medición que se realiza). Newton estaba en contra de la noción cartesiana de que la materia existe de manera separada e independiente; creía que la materia dependía de Dios y que no podíamos conocer su esencia, solo podíamos describirla (es en esto que existe una similitud). Hay que recordar que Newton fue un teólogo y un alquimista y creía que la materia era animada por un solo principio espiritual.
Siguiendo con el artículo, Richard Conn Henry afirma que la mecánica cuántica resolvió a grandes rasgos el problema de la naturaleza del universo, la cual es mental, esto en tanto que no podemos probar que exista la materia más allá de nuestra observación de la misma. Parafraseando a Heisenberg, no observamos la naturaleza, sino solo la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación.
De acuerdo con James Jeans: “el caudal de conocimiento se dirige hacia una realidad no-mecánica; el universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina. La mente ya no es semejante a un intruso accidental en el reino de la materia… más bien deberíamos recibirla como la creadora y regente del reino de la materia”. Pero los físicos aún no han seguido el ejemplo de Galileo y no han convencido a todos de las maravillas de la mecánica cuántica. Como lo explicó Arthur Eddington: “Es difícil para el físico realista aceptar la visión de que el sustrato de todo es de índole mental”.
Luego, Conn Henry explica que las llamadas partículas no son realmente cosas en sí, sino solamente un concepto, una herramienta lingüística, una narrativa que superimponemos al mundo. Cita a Michael Frayn, autor de la obra de teatro Copenhague, sobre Niels Bohr y su interpretación de la mecánica cuántica: «ni las historias ni las narrativas son elementos independientes del universo, sino conceptos humanos, tan subjetivos y restringidos en su punto de vista como en el acto de la observación”.
Nos repetimos ciertas narrativas y les proyectamos un carácter de solidez y estabilidad para encontrar sentido en el mundo. El mismo Bohr había sugerido que si entendiéramos la mecánica cuántica, el mundo en el cual estamos parados se estremecería, y es por ello que sigue existiendo una cierta resistencia a adoptar la visión que se deriva de la mecánica cuántica, la cual literalmente cuestiona la solidez del suelo en el que estamos parados. Hay una especie de divorcio entre la perspectiva de la realidad de la física cuántica y la realidad que experimentamos comúnmente, lo cual no tiene que explicarse diciendo que la mecánica cuántica no debe aplicarse al mundo macroscópico clásico, sino que puede explicarse justamente como un efecto de que el universo es mental: su solidez es una proyección de nuestras creencias.
Los físicos evitan la verdad porque la verdad es tan ajena a la física cotidiana. Una forma común de evitar el universo mental es invocar “decoherencia cuántica”, la noción de que “el ambiente físico” es suficiente para crear realidad, independiente de la mente humana. Sin embargo, la idea de que cualquier acto irreversible de amplificación es necesario para colapsar la función de onda está equivocada: en experimentos “tipo Renninger”, la función de onda es colapsada simplemente por tu mente humana al no ver nada. El universo es puramente mental.
[…] El mundo es mecánico-cuántico: debemos aprender a percibirlo como tal.
No parece que estemos listos para asumir la visión cuántica de la realidad; sin embargo, algunas culturas menos materialistas han concebido algo similar, como ocurre con el budismo mayahana (y vehículos superiores como el vajrayana y el dzogchén), donde se enseña que se deben ver todos los fenómenos como si fueran sueños, en tanto que no tienen una realidad sustancial independiente a la mente. Asimismo, algunas corrientes del hinduismo, como el vedanta o el tantrismo de Cachemira conciben el mundo como solamente consciencia. Así que es posible que, si dejamos de identificarnos con nuestros conceptos y no nos aferramos a nuestras proyecciones, podríamos encontrar soltura y libertad e incluso la dicha de la ligereza, si bien el suelo primero parecería temblar y podríamos sucumbir al terror. Conn Henry concluye:
Una ventaja de corregir la percepción de la humanidad sobre el mundo es la alegría resultante de descubrir la naturaleza mental del universo. No tenemos idea de lo que implica esta naturaleza mental, pero lo más grande, es que es verdad. Más allá de adquirir esta percepción, la física ya no puede ayudar. Puedes hundirte en el solipsismo o en el deísmo, o en algo más si lo puedes justificar, pero no le pidas ayuda a los físicos.
Hay otra ventaja de ver el mundo como mecánico cuántico: quien haya aprendido a aceptar que no existe nada sino las observaciones, se encuentra mucho más adelantado que sus colegas, que trastabillan a través de la física esperando encontrar “qué son las cosas”. Si podemos “hacer un Galileo” y lograr que la gente crea la verdad, descubrirán que la física es muy simple.
El universo es inmaterial, mental y espiritual. Vive y disfruta.
Por supuesto, sería completamente dogmático y poco inteligente asumir que esto es verdad simplemente porque lo dice un físico -especialmente cuando muchos otros físicos dicen lo opuesto-. Sin embargo, rescatamos la interpretación de Richard Conn Henry porque creemos que en ella existe un argumento bastante lúcido y libre del dogma materialista que predomina en la física. Es decir, es una conclusión natural de lo que ha descubierto la física cuántica cuando se analiza filosóficamente; más allá de que cuando se mezcla la filosofía con la mecánica cuántica inmediatamente los científicos hablan de seudociencia y demás argumentos peyorativos que revelan un deje de fundamentalismo (a diferencia de lo que creen algunos científicos, no vivimos en la objetividad; todo lo que tenemos es nuestra experiencia subjetiva y por lo tanto es indispensable darle sentido desde ahí a la ciencia). La proposición más clara en un sentido meramente lógico que podemos hacer es que la mecánica cuántica muestra que la materia, sus componentes básicos, no existen de manera independiente de nuestra observación, es decir son relativos a nuestra percepción mental y por lo tanto no tienen una existencia absoluta. Asimismo, las cosas que llamamos los ladrillos fundacionales del mundo -los átomos- en realidad no son cosas, sino algo más misterioso, que Heisenberg describió en alguna ocasión como tendencias o posibilidades. Y en su libro Physics and Philosophy: «De hecho, las unidades más pequeñas de la materia no son objetos físicos en el sentido ordinario; son formas, ideas, que pueden expresarse sin ambigüedad solo en el lenguaje matemático». La realidad está más allá de una descripción científica que la divide en sujeto y objeto: «los conceptos científicos cubren siempre sólo un aspecto muy limitado de la realidad, la otra parte que no ha sido entendida todavía es infinita». En palabras de Bohr: «Creo que la división del mundo en objetivo y subjetivo es arbitraria. El hecho de que las religiones a lo largo del tiempo hayan hablado con imágenes, parábolas y paradojas significa solamente que no hay otra forma de asir esas realidades a las que se refieren». Quizás debemos asumir, como sugirió John Wheeler, que el esquema sujeto-objeto es muy limitado y por lo tanto entender que el universo es participativo o, usando un término budista, coemergente.
10 diciembre 2023
Mc 1, 1-8
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Está escrito en el Profeta Isaías. Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonaran los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”.
EL CAMINO COMO METÁFORA
El camino es una metáfora universal para referirnos a nuestra existencia, constante y “obligado” caminar, incluso a pesar nuestro. En cierto modo, podría decirse que estamos “obligados” a caminar, de la misma manera que estamos “obligados” a ser libres. No salimos nunca de la paradoja.
En otros momentos de la historia, los humanos creyeron que se trataba de un camino hacia “algo” o “Alguien” fuera: el nivel mítico de consciencia no puede imaginarlo de otro modo, por cuanto creía en otro mundo paralelo habitado por dioses. Así, la vida se entendía como un camino hacia Dios (hacia el cielo) o incluso, como en la tradición bíblica, se hablaba de Dios que caminaba hacia nosotros. Así hay que entender el texto que se lee hoy, en la cita de Isaías con la que Marcos inicia su evangelio: “Preparad el camino al Señor”.
Las tradiciones sapienciales y espirituales, sin embargo, siempre han entendido que el camino del ser humano es un “camino sin camino”, por cuanto la meta a la que habría que llegar no se halla lejos, ni fuera, ni en el futuro. Somos ya eso que andamos buscando. Se trata, en consecuencia, no de perseguir algo externo, sino sencillamente de caer en la cuenta de lo que ya somos. No hay que alcanzar algo; solo hay que reconocerlo.
Es cierto que todo empieza por la búsqueda, que nace, no solo de la necesidad, sino también del anhelo profundo que nos habita. Necesitamos cosas que nos llenen, pero anhelamos también aquello que trasciende el mundo de los objetos. El ser humano es un buscador desde el inicio mismo de su existencia. En un primer momento, se volcará hacia fuera, pensando que así encontrará aquello que lo sacie. Con el pasar de los años y tras varias crisis y frustraciones padecidas, tal vez dirija la mirada hacia su interior y llegue un momento en que se haga consciente de que no hay nada que buscar, porque ya es, en su dimensión profunda, todo aquello que anhelaba.
“El libre albedrío es un espejismo mental. Nos ayuda a dar sentido a nuestras acciones y a responsabilizarnos de ellas, pero no es real” (Robert Sapolsky, neurocientífico).
Eduardo Martínez de la Fe, en Levante, 25 octubre 2023.
El libre albedrío es una ilusión que nos lleva a creer que somos los responsables de nuestro comportamiento, cuando en realidad nuestras decisiones están determinadas por una compleja red de causas y efectos que se remontan a nuestro pasado más remoto y que no podemos modificar. Todo un órdago a la idea tradicional de que somos agentes racionales y autónomos que actúan según su voluntad.
¿Qué determina nuestras decisiones? ¿Somos libres de elegir entre diferentes opciones o estamos condicionados por factores que escapan a nuestro control? Estas son algunas de las preguntas que plantea el neurocientífico Robert Sapolsky en su nuevo libro Determined: Life Without Free Will (“Determinados: La vida sin libre albedrío”), una obra que explora la ciencia de las decisiones humanas.
Sapolsky, profesor de biología, neurología y neurocirugía en la Universidad de Stanford e investigador asociado en el Museo Nacional de Kenia, es uno de los mayores expertos mundiales en el estudio del estrés y sus efectos en el cerebro y el cuerpo.
Múltiples factores
Ha recibido diversos reconocimientos, como el Premio John P. McGovern de Ciencias del Comportamiento, otorgado en 2007 por la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia, tanto por sus trabajos de investigación como por los numerosos artículos publicados en diferentes revistas científicas.
En su libro, Sapolsky combina su amplio conocimiento de la neurobiología, la genética, la psicología, la sociología y la historia para examinar los múltiples factores que influyen en nuestro comportamiento, desde los niveles hormonales hasta el entorno social, pasando por la cultura y la evolución.
Una ilusión mental
Sapolsky sostiene que el libre albedrío es una ilusión, una construcción mental que nos ayuda a dar sentido a nuestras acciones y a responsabilizarnos de ellas.
Sin embargo, según él, nuestras decisiones están determinadas por una compleja red de causas y efectos que se remontan a nuestro pasado más remoto y que no podemos modificar.
Así, Sapolsky desafía la idea tradicional de que somos agentes racionales y autónomos que actúan según su voluntad.
Base neurológica
Se basa en un enfoque neurológico: “para que exista libre albedrío, tendría que funcionar a nivel biológico de forma completamente independiente de la historia de ese organismo. Sería capaz de identificar las neuronas que causaron un comportamiento particular, y no importaría qué estuviera haciendo cualquier otra neurona en el cerebro, cuál era el ambiente, cuáles eran los niveles hormonales de la persona, o en qué cultura había crecido. Muéstrame que esas neuronas harían exactamente lo mismo con todas estas otras cosas cambiadas, y me habrás demostrado que existe el libre albedrío”, explicó al NYT.
Y añade que la neurociencia se está volviendo realmente buena en dos niveles. Uno es comprender qué hace una parte particular del cerebro, basándose en técnicas como la neuroimagen y la estimulación magnética transcraneal. El otro está al nivel de cosas pequeñas y reductivas: las diferentes interacciones entre genes y enzimas.
Problema sin resolver
Sin embargo, el problema radica en que todavía no hemos podido comprender cómo de estos pequeños componentes puede surgir la consciencia y el comportamiento.
El libro de Sapolsky no es solo un análisis científico, sino también una reflexión ética y filosófica sobre las implicaciones de vivir sin libre albedrío. ¿Qué significa para nuestra moralidad, nuestra justicia, nuestra política y nuestra felicidad aceptar que no somos libres? ¿Cómo podemos convivir con la idea de que estamos determinados por fuerzas que no podemos controlar ni comprender? ¿Qué papel juega el azar en nuestras vidas?
Preguntas sin respuesta
Sapolsky no ofrece respuestas definitivas, sino que invita al lector a cuestionar sus propias creencias y a explorar las posibilidades de una vida sin libre albedrío. Señala que una gran parte de la miseria de la humanidad se debe a mitos sobre el libre albedrío.
Aborda la cuestión de cómo deberíamos vivir en ausencia del libre albedrío y señala que es una razón para vivir con profundo perdón y comprensión, para ver «lo absurdo de odiar a cualquier persona por cualquier cosa que haya hecho», ya que según su planteamiento en realidad esa persona no ha elegido libremente lo que ha hecho.
Considera que esto es “liberador” para la mayoría de las personas, para quienes “la vida ha consistido en ser culpados, castigados, privados e ignorados por cosas sobre las que en realidad no tienen control”.
¿Qué somos y qué hacemos?
En su libro, Sapolsky nos hace replantearnos lo que somos y lo que hacemos. Aborda temas tan diversos como el origen biológico de la religión, la influencia del clima en la violencia, el papel del sueño en la memoria, el efecto placebo, el altruismo, el amor, el odio, la culpa, el perdón y mucho más.
Con ejemplos reales y experimentos sorprendentes, Sapolsky muestra cómo nuestro cerebro procesa la información y cómo nuestras emociones afectan a nuestro juicio. También analiza cómo nuestra cultura y nuestra historia moldean nuestra forma de pensar y de actuar.
Sapolsky reconoce que su visión del libre albedrío puede resultar incómoda o incluso deprimente para algunas personas. Sin embargo, opina que hay motivos para ser optimistas y para buscar formas de mejorar nuestra sociedad y nuestra vida personal.
Según él, aceptar que no somos libres no significa renunciar a nuestros valores o a nuestros sueños, sino entender mejor cómo funcionamos y cómo podemos cambiar. Y sentencia: “no es cierto que en un mundo determinista nada pueda cambiar”.
3 diciembre 2023
Mc 13, 33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”.
VIVIR EN LA ATENCIÓN
Algunas parábolas, probablemente por influjo de los responsables de las primeras comunidades, acabaron tomando un tono, no ya solo moralizante, sino incluso amenazador: el “dueño de la casa” podría aparecer en el momento menos pensado, dispuesto a castigar el menor descuido.
Es una pena, porque el tono moralizante y amenazador, no solo desvirtúa la sabiduría que la parábola contiene, sino que hace que sea desechada por una mente adulta.
La sabiduría se mueve en otra dirección: no hay que “velar” para que no nos castiguen, sino para vivir cada vez más en plenitud, es decir, en coherencia con lo que realmente somos.
Velar significa estar despierto, por contraposición al sueño, que es sinónimo de despiste, ignorancia y confusión, que acaban en sufrimiento. Así entendida, la parábola plantea esta cuestión: ¿quieres vivir despierto, consciente de quien eres, acogiendo la vida y permitiendo que la vida se viva en ti, o prefieres seguir sobreviviendo en la superficie, a merced de lo que suceda, ignorante de tu referencia interna o brújula interior?
Pues bien, lo que marca la diferencia entre vivir despierto o sobrevivir adormilado es la atención: eso significa la invitación a “velar”. Atención no es tensión, como alguien parece entenderla, sino todo lo contrario: descanso consciente apoyado en la confianza.
Vivir en la atención -la única manera de vivir con gusto y sentido- significa vivir en presente. Desde ahí, podemos recordar el pasado e incluso preparar el futuro, utilizar la mente -como una herramienta- cuando la necesitamos y comprometernos en procesos de cambio individual o colectivo. Peri nada de eso tiene por qué sacarnos del presente y, en último término, de la presencia que somos.
Vivir en la atención significa vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, en ese “lugar” donde, más allá de los movimientos mentales y emocionales, experimentamos de manera estable la paz y la vida.