CONTRA EL PROSELITISMO

Domingo de la Ascensión

12 mayo 2024

Mc 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”. Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

CONTRA EL PROSELITISMO

Casi todas las religiones -en realidad, casi todas las ideologías- han nacido con afán proselitista. Creyéndose portadoras de la verdad absoluta, consideraban que debían hacer llegar su verdad al mayor número posible de personas. En el caso del cristianismo, es proverbial la insistencia en el carácter universal de su misión.

No es extraño. Una lectura literal de los evangelios lleva a creer que esa misión habría sido encomendada por el propio Jesús -es decir, por Dios mismo- y habría de alcanzar nada menos que “a toda la creación”.

Sin embargo, una mayor comprensión del texto desmonta aquella lectura y la pretensión que conlleva. Por una parte, en cuanto a la forma, parece seguro que esas palabras no fueron pronunciadas por Jesús, sino que nacieron en el seno de aquellas primeras comunidades donde se fraguaron los relatos evangélicos. Por otra, yendo más al fondo, su contenido tiene un carácter mítico que a la conciencia moderna le resulta literalmente inaceptable.

Una vez que hemos superado la consciencia mítica, en la que esos textos están escritos, entendemos que aquella “creencia proselitista”, justamente característica del nivel mítico de consciencia, resulta insostenible en una consciencia racional y pluralista. No solo es un rasgo típicamente sectario -como la creencia de ser el “pueblo elegido”-, sino que todo intento de convencer, constituye, al decir de José Saramago, “una falta de respeto y un intento de colonización del otro”.

El error de base de aquella creencia mítica radica en confundir la verdad con una creencia o un dogma, en definitiva, con un concepto mental y su correspondiente formulación. Pero ningún concepto, ninguna creencia puede ser la verdad. Por definición, como hace siglos enseñaba el taoísmo, la verdad que puede ser nombrada no es la verdad. Porque esta trasciende todo objeto mental. Y lo que podemos nombrar son únicamente objetos que nuestra mente ha delimitado.

Comprendo que este planteamiento sea percibido como amenaza para quien ha puesto su seguridad en una creencia. Pero parece indudable que no hay creencia que pueda aportar seguridad. Sin contar con que una creencia de ese tipo resulta en la práctica sumamente peligrosa. La seguridad es una con lo que somos, anterior a la mente, y nos sostiene cuando permanecemos en la certeza de ser.

AMOR Y ALEGRÍA

Domingo VI de Pascua

5 mayo 2024

Jn 15, 9-17

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os ha elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros”.

AMOR Y ALEGRÍA

El cuarto evangelio muestra un reiterado interés en presentar unidas estas dos realidades: el amor y la alegría. Junto con la paz -otro tema recurrente en este mismo evangelio-, constituyen los tres signos característicos de la madurez psicológica y espiritual.

No es difícil de comprobar: cuando está realmente bien, la persona es amorosa, alegre y serena. Como se suele decir, la persona feliz es buena. Cuando lo que percibimos en alguien es odio, tristeza o agitación, la causa hay que buscarla en algún sufrimiento, presente o pasado, todavía no resuelto o en la ignorancia radical acerca de lo que realmente somos.

El amor y la alegría brotan de la vida y de la unidad que somos. La vida, siempre que no esté bloqueada por sufrimientos no resueltos o por mecanismos defensivos nacidos de aquellos, se expresa en alegría. Por eso, acertaba plenamente Henri Bergson al decir que “la alegría es la señal inequívoca de que la vida triunfa”. Y Michel de Montaigne cuando afirmaba que “la señal más manifiesta de sabiduría es una alegría continua”.

Por su parte, la consciencia de unidad es certeza de no-separación, y esa es justamente la más adecuada definición de lo que es amor. Antes que un sentimiento o una emoción, el amor que merece tal nombre es certeza que sabe ver que, aun siendo diferentes, somos lo mismo. Es lo que se percibe cuando vivimos en la consciencia de unidad.

Podría decirse que la alegría nace del amor y que este se hace más “cercano”, incluso más vivo, gracias a la alegría. Uno y otra fluyen en tanto en cuanto permanecemos anclados en la profundidad que somos, en ese “lugar” siempre disponible, al que en todo momento podemos volver.

DE PÉRDIDAS Y DUELOS

Presentación de los libros «Perdidas y comprensión. ¿Cómo vivir los duelos?» y «Cuando muere la persona amada», en Logroño, Librería Santos Ochoa, el pasado 25 de abril de 2024.

DAR FRUTO

Domingo V de Pascua

28 abril 2024

Jn 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca: luego los recogen y los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará”.

DAR FRUTO

El fruto no llega porque la planta se contraiga en un esfuerzo voluntarista, sino cuando se han dado las condiciones adecuadas. Al ofrecerlo, la planta tampoco se lo apropia; sencillamente, lo entrega.

Se encuentran ahí dos características que acompañan al fruto genuino, creativo y constructivo: no hay voluntarismo ni apropiación. Más bien al contrario, el fruto fluye de la vitalidad y lo hace de manera desapropiada.

Sin duda, para evitar engañarnos y no dejar de tocar tierra, puede ser adecuado preguntarse qué frutos brotan de uno mismo. Pero, quizás, tan importante como esa pregunta es esta otra: ¿qué rasgos presentan los frutos que brotan de mí?

En una planta sana y bien enraizada, el fruto está asegurado; viene solo. De la misma manera, cuando la persona vive en la comprensión, conectada conscientemente al fondo o verdad profunda, vendrá el fruto adecuado. 

En una lectura o creencia cristiana, ese fondo se nombra como Jesús. De ahí que se ponga en su boca esta afirmación: “Sin mí no podéis hacer nada”. En otras creencias, el mismo fondo recibirá un nombre diferente. No importa: el Fondo siempre es uno y el mismo; más allá de nombres -siempre limitados y proyectados por nuestra mente-, todos ellos aluden a la profundidad que somos. Profundidad, que no es una dimensión más entre otras, sino aquella que nos constituye y que sostiene a todas las demás.

Pues bien, solo de esa profundidad, única y compartida, podrán brotar, de manera fluida y desapropiada, los frutos adecuados en cada momento. Sin esa conexión, “no podemos hacer nada”. Hasta el punto de que todo lo que hagamos desconectados de ella, no hará sino incrementar la locura del mundo.

NO SOY HINDÚ… // Rumi

No soy hindú, budista, sufí o zen.
No soy cristiano, ni judío,
ni parsi, ni musulmán.
No soy del este, ni del oeste,
ni de la tierra, ni del mar
[…]

No soy de este mundo,
ni del próximo,
ni del paraíso,
ni del infierno
[…]

Mi lugar es el sin lugar,
mi señal es la sin señal.
No tengo cuerpo ni alma,
pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad,
he visto que los dos mundos son uno.
Uno busco,
Uno conozco,
Uno veo,
Uno llamo.
Y ese Uno llama y sabe.
Estoy embriagado con la copa del Amor,
los dos mundos
han desaparecido de mi vida
[…]

Ven, ven, quienquiera que seas,
escéptico, devoto, amante
de la aventura, no importa.
No somos una caravana de esperanza.
Aunque hayas roto tu promesa
cientos de veces.
Ven, de nuevo, ven
[…]

Muy cerca, más allá del pensamiento,
más allá de los conceptos
de lo bueno y lo malo,
hay un campo,
te encontraré allá.
                                                                          Rumi (1207-1273).

DESCONFIAR DE LOS PASTORES

Domingo IV de Pascua

21 abril 2024

Jn 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para quitarla y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre”.

DESCONFIAR DE LOS PASTORES

Una sociedad rígidamente jerarquizada se basaba en una obediencia ciega, incuestionable, a la autoridad, fuera esta paterna, política o religiosa. Autoridad, que se dotaba a sí misma de un halo de infalibilidad o incluso se hacía aparecer como constituida por Dios. De este modo, se aseguraba la sumisión completa de aquellos que, con frecuencia sin advertirlo, terminaban alienados.

Aquel estilo de sociedad quebró formalmente. Sin embargo, parecen quedar todavía, en el inconsciente colectivo, rasgos que lo caracterizaban. Por lo que no es raro encontrar en la actualidad “pastores” que, en forma de líderes o de gurús, siguen manteniendo una postura de superioridad y exigiendo, más o menos veladamente, sumisión y seguimiento acrítico.

Su “éxito” viene asegurado por el hecho de que todavía muchas personas prefieren la seguridad a la autoindagación. Les resulta más gratificante y tranquilizador asentir a un planteamiento con promesas de contener la verdad que buscar por ellas mismas fiándose de su propia intuición o “maestro interior”. Prefieren quedarse con creencias de segunda mano que adentrarse en la incertidumbre del no saber. Prefieren la sumisión cómoda al coraje que requiere la soledad.

Frente a tanto equívoco, parece urgente afirmar que no existen “pastores” ni maestros a tiempo completo: todos y todas somos, sin excepción, maestros y discípulos, a veces incluso sin ser conscientes de ello. Quien se asienta en su saber y renuncia a abrirse a lo nuevo y aprender, ha dejado, por ello mismo, de ser maestro fiable. Nadie se halla ni puede hallarse en posesión de la verdad. Esta se nos regala y se nos va mostrando en la medida en que estamos abiertos, y juega a hacernos guiños a través de lo que percibimos en los demás.