ASOCIACIÓN «ESPIRITUALIDAD PAMPLONA-IRUÑA» – MECENAZGO

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La Asociación «Espiritualidad Pamplona-Iruña», en creciente desarrollo y actividad, tanto en Navarra, como online, ha sido declarada este año, por parte del Departamento de Cultura, del Gobierno de Navarra, como Asociación de interés social, dentro del MECNA (Mecenazgo de Navarra).

Esta calificación permite que las contribuciones a los gastos para la actividad de dicha Asociación conllevan una importante desgravación fiscal. 

Más información: Mecenazgo Espiritualidad Pamplona-Iruña

Quien desee hacerse mecenas de la Asociación, debe cumplimentar y enviar el siguiente FORMULARIO.

SOLO EL AMOR PUEDE VER

Comentario al evangelio del domingo 20 abril 2025

Jn 20, 1-9

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo como las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

SOLO EL AMOR PUEDE VER

Simón y el discípulo amado ven exactamente las mismas cosas, pero solo el segundo sabe ver la realidad más allá de la apariencia. Esta forma de “ver”, que equivale a comprender, requiere, de entrada, dos condiciones: no reducirse a la mente y mantener vivo el amor.

La tradición mística cristiana ha hablado de los “tres ojos del conocimiento”: el ojo de la carne, el ojo de la razón y el ojo espiritual.  Únicamente este “tercer ojo” (del silencio de la mente o de la contemplación) nos capacita para acceder a lo que transciende a la mente. “Si no se cultiva el tercer ojo –escribe la maestra zen Ana María Schlüter–, este permanecerá ciego. Estar fuera del paraíso es exactamente esto: no percibir ya la Presencia, carecer del órgano capaz de experimentar, de «ver» a Yavé, al-que-es, al-que-está-con… La cultura occidental, que ha desarrollado preponderantemente el ojo de la razón, sufre ahora esta ceguera de un modo especial”.

La mente es incapaz de entender ni de explicar lo que ocurre ahí, porque se pierde por completo fuera del mundo de los objetos. Pero justo ahí, donde, la mente se pierde de manera irremediable, el amor aporta sabiduría. Si nos hemos liberado de la tiranía de la mente, comprobaremos que quien ama, ve, y quien ve, ama.

El amor amplía siempre la mirada y permite alcanzar una profundidad que, sin amor, no puede percibirse. Podemos comprobarlo en el campo de las relaciones humanas. Y lo verificamos cuando muere una persona amada. La mente no capta nada, ni siquiera es capaz de poner palabras a lo experimentado, pero quien lo vive sabe que es verdad. El discípulo amado vio a Jesús porque lo amaba.

«EL SABER QUE DA EL SABOR» // Esther Fernández Lorente

Sé muy pocas cosas

con el saber que da el sabor.

Repleta de nombres prestados,

de defensas aprendidas,

cada día me sorprendo

con todo lo que no veo,

lo mucho que no comprendo,

porque…

sé muy pocas cosas

con el saber que da el sabor.

 

Cierro mis ojos de juicio,

con las manos muy abiertas,

llenas de posibilidades,

acaricio el misterio y 

todo es mucho más,

mucho más hondo,

mucho más amplio, 

diferente

de lo que mis limitadas imágenes

han entendido,

de lo que mis limitadas creencias

han grabado…

porque

no saben 

que sé muy pocas cosas.

 

Pero sé ciertamente,

con el saber que da el sabor,

que el amor es el suelo y el horizonte,

que no hay nada fuera 

de su amplia y amorosa mano,

que la vida es confiable

y no existe ser,

en quietud o en movimiento, fuera 

de este bello y amoroso espacio,

que no sea amable,

que no sea amado.

Lo sé ciertamente,

sin duda, 

con ese saber que da el sabor,

porque en mí está el saber,

porque en mí está el sabor.

 

                                         Esther Fernández Lorente