RECORDATORIO: Taller online de psicología en Semana Santa, 17-20 abril.

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LA SOMBRA DEL INQUISIDOR

Comentario al evangelio del domingo 6 abril 2025

Jn 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al Monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él y, sentándose, les enseñaba. Los letrados y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último. Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Ve en paz, y en adelante no peques más”.

LA SOMBRA DEL INQUISIDOR

Todo inquisidor -quien acecha, espía, juzga y condena al otro- proyecta en los demás su propia sombra oscura. De manera inconsciente, para crear y sostener su propia imagen de persona “honorable” -buena, honesta, fiel, coherente, comprometida…-, ha debido ocultar, negar, rechazar o reprimir aquellos rasgos suyos que la amenazaban. Por tanto, no solo proyecta y rechaza en el otro lo que vive (reprimido) en él mismo, sino que no se conoce en toda su verdad. Vive tan identificado con la imagen que quiere dar que no tolera en los demás aquello que, de reconocerlo en sí mismo, la tiraría abajo.

Al final, quien condena a los otros, se está condenando, sin saberlo, a sí mismo. Quien “tira la piedra” contra otros, la está lanzando, sin ser consciente, contra sí mismo.

El inquisidor es una persona oscura, que no se conoce y que vive interiormente fracturado entre la imagen que intenta dar y la sombra que se empeña en mantener oculta. La falta de conocimiento y de empatía hacia sí lo hacen incapaz de vivir empatía y compasión hacia los otros. Presume de su rigidez, mientras se arroga un estatus de superioridad moral y se eleva sobre el pedestal que su propia ignorancia ha construido.

La trampa en que se ve atrapado el inquisidor -y en cada uno de nosotros yace ese personaje- solo se puede soltar gracias al autoconocimiento. Cuando, entre otros, los místicos cristianos Bernardo de Claraval o Teresa de Jesús afirmaban que el conocimiento propio constituía la mejor escuela de humildad acertaban de pleno. Solo el conocimiento de sí deshace el engaño y el hecho de al iluminar la propia sombra, nos hace humanos, humildes y compasivos. Solo entonces es posible soltar el papel de “inquisidores” y vivir en la aceptación y el no-juicio.

“NO SOMOS LIBRES” // Robert Sapolsky

Entrevista de Paka Díaz a Robert Sapolsky, Robert Sapolsky, neurocientífico de la Universidad de Stanford, en La Vanguardia 2 de marzo de 2025:
https://www.lavanguardia.com/vivo/longevity/20250302/10424868/robert-sapolsky-neurocientifico-universidad-stanford-67-anos-tonteria-creer-gente-merece.amp.html

“Es una tontería creer que la gente tiene lo que se merece”.

El autor del bestseller sobre la conducta humana ‘Compórtate’, regresa con un libro en el que dinamita los argumentos a favor del libre albedrío. “No somos libres”, asegura, y razona cada uno de los condicionantes biológicos tras nuestro comportamiento.

Dueño de una mente analítica y brillante, a los diez años Robert Sapolsky (Nueva York, 1957) ya soñaba con estudiar a los primates. Más tarde le empezaron a interesar los humanos, y es uno de los mayores expertos en comportamiento. Profesor de Ciencias Biológicas y Neurología de la Universidad de Stanford, tras firmar el bestseller Compórtate, publica Decidido, donde desbarata el libre albedrío. “No somos libres”, apunta, aunque afirma que a la mayoría de la gente le cuesta “aceptar la posibilidad de que no somos más que máquinas biológicas. Muy lujosas y complejas, sí, pero máquinas”.

El prestigioso neuroendocrinólogo recuerda con melancolía a uno de sus héroes, el médico alemán Rudolph Virchow. “En el siglo XIX ya señalaba una conexión absoluta entre ser científico y luchar por la clase trabajadora. Decía que los médicos eran abogados naturales de los pobres”, cuenta. Su alumno favorito, prosigue, “era chileno y regresó a su país para implementar esas ideas. Se llamaba Salvador Allende…”. La política actual de Estados Unidos la califica de “desastre, pesadilla” pero, advierte, quienes podrían parar a Donald Trump “no lo harán por miedo o avaricia”.

¿Cómo recuerda su infancia, a usted de niño?

Extremadamente afortunada. Mis padres eran estables, responsables y me querían. Pude ir a buenas escuelas y nunca pasamos hambre. Así que, para los estándares humanos, tuve una infancia muy privilegiada.

¿Cuándo empezó a interesarse por el comportamiento humano?

Tenía unos 10 años cuando decidí que quería estudiar primates salvajes en el campo. Pero, en aquel momento, tenía cero motivación por entender a los seres humanos. Más tarde me di cuenta de que también eran interesantes. Mi interés surgió lentamente.

¿Sigue yendo cada año a Kenia a estudiar a los primates?

Lo dejé hace unos 12 años, después de 33. Aquel era mi segundo hogar. Y no quería que terminara, pero tuve que hacerlo, no podía continuar para siempre.

¿Qué aprendió de ellos?

Que lo que creía haber aprendido era una pérdida de tiempo. Lo que más me interesaba era saber cómo soportaban el estrés en términos de salud. Eran un modelo de estudio maravilloso, porque un babuino de la sabana que habita en el Serengueti, en África oriental, vive una vida de gran privilegio entre los primates. Es un ecosistema fantástico, y viven en grupos lo bastante grandes como para enfrentarse a leones y leopardos con facilidad. Y, lo más importante, por ese ecosistema, solo tienen que pasar alrededor de tres horas al día para buscar comida, a diferencia de una cebra que come durante 20 horas, o algo así. Si solo tienes que trabajar tres horas al día, tienes el resto del día para dedicar tu tiempo a la complejidad de las relaciones sociales que, para los babuinos, consisten en estresarse psicológicamente entre sí. Manifiestan un comportamiento terrible.

¿Nos parecemos, los babuinos y los seres humanos?

Sí, te pongo un ejemplo. Ningún humano tiene hipertensión por tener que luchar contra los depredadores, sino que contraemos enfermedades relacionadas con el estrés porque tenemos este lujo occidentalizado de poder dedicar nuestro tiempo a la tontería psicosocial, y nos estresamos por ello. Los babuinos hacen exactamente lo mismo. Si eres un babuino en el Serengueti y te sientes miserable, es casi seguro porque otro babuino ha trabajado duro para hacer que te encuentres así. Así que son un modelo maravilloso para estudiar el estrés psicosocial occidental y las enfermedades relacionadas con él.

¿Y qué es lo que aprendió de ellos, que luego no le pareció tal aprendizaje?

Lo que pensé que había descubierto después de los primeros 20 años de trabajo es que si eras un babuino macho querías ser de alto rango porque era significaba estar más sano, ya que tenían un menor estrés psicológico. Yo debí de ser muy joven y muy idiota para concluir que el mundo de los babuinos giraba en torno a jerarquías de dominación. Me tomó alrededor de 20 años empezar a darme cuenta, en cambio, de que si los babuinos querían ser de alto rango era para tener un montón de compañeros de aseo social, reproducirse con más hembras fértiles y tener acceso a los mejores alimentos.

Así que los babuinos tienen estrés como nosotros…

Sí. El 50% de las agresiones entre babuinos se producen porque alguien pierde una pelea, se da la vuelta y ataca a alguien más pequeño y más débil. Se trata de estrés psicológico, falta de control y miseria psicológica. Y son grandes en eso. Son mezquinos, infantiles, vengativos, forman coaliciones y luego resultan ser indignos de confianza porque morderán a su compañero por la espalda a la primera oportunidad. Te pasarás una mañana viendo a una hembra de bajo rango cavando alguna raíz de tubérculo del suelo para comer, y una hembra de alto rango se acercará y la hará levantarse y alejarse 10 metros. Y 30 segundos más tarde, volverá a hacerlo, solo porque puede. Así que sí, son geniales y bastante similares a nosotros. Ah, y también son depresivos.

Hablemos de su último libro en España, Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío (Capitán Swing, 2024). Entonces, ¿el libre albedrío es una ilusión?

Sí, creo que no hay libre albedrío en absoluto.

¿Por qué cree que no existe?

Creo que no existe, pero creo que el 95% de los humanos en Occidente creen firmemente en el libre albedrío porque es un fastidio psicológico para la mayoría de la gente aceptar la posibilidad de que no somos más que máquinas biológicas. Muy lujosas y complejas, sí, pero máquinas. Para la mayoría de la gente esa idea es inquietante y les parece deprimente porque echaría por la borda el sentido de la responsabilidad personal y cosas por el estilo. Sin embargo, pienso si la gente aceptara que no existe el libre albedrío, el mundo sería un lugar mucho mejor para vivir, en lugar de causar anarquía y desmoralización.

Por partes, ¿eso significa que no somos libres?

Exactamente, no somos libres. Cuando tomamos una decisión parece libre albedrío, pero estamos mirando en el lugar erróneo para saber de dónde procede nuestro comportamiento. Cada día, todo el mundo tiene que tomar alguna decisión: qué sabor de helado comprar, o si van o no a asesinar a alguien. Para la mayoría de la gente, claramente puedes elegir, y eso es suficiente para decidir que existe el libre albedrío, o para considerar a alguien penalmente responsable de sus actos. Pero, desde mi punto de vista, eso supone tomar en cuenta tan solo el último 1% de lo que ha ocurrido para explicar por qué la persona tomó la decisión. Haces preguntas como ¿era consciente de la intención? ¿Comprendían sus implicaciones? Pero no la única pregunta relevante que es, ¿cómo se convirtieron en el tipo de persona que decidiría?

¿Y cómo se convirtieron en esa clase de persona?

Debido a la neurobiología, a factores sobre los que no teníamos control: los estímulos ambientales, las hormonas, décadas de influencias sobre nuestra función cerebral, nuestra adolescencia, infancia, entorno fetal… También por nuestros genes, la cultura que inventaron nuestros antepasados y cómo evolucionamos como especie. Cuando juntas todas estas piezas, entiendes por qué esa persona hizo lo que acaba de hacer. Por todo lo que vino antes, desde un segundo hasta un millón de años antes. Todo lo que somos es la biología y sus interacciones con el medio ambiente, sobre los que no teníamos ningún control. Preguntarle a la persona si tenía la intención de hacer algo es como pedirle a alguien que revise un libro cuando solo ha leído el último párrafo del mismo. Cuando lo diseccionas, la respuesta es que actuamos por cosas sobre las que no teníamos control.

¿Cuáles son las consecuencias del libre albedrío?

Carga sobre nosotros muchas culpas. Por ejemplo, si soy responsable de ser un sin techo, un drogadicto o un refugiado de algún lugar… Ese es el sistema en el que estamos, que se está volviendo más y más opresivo para todos. Espero de verdad que los jóvenes encuentren la manera de acabar con ello, pero es difícil. Ya es bastante malo cuando los ricos están convencidos de que los pobres merecen ser pobres, pero es aún peor cuando los pobres han sido convencidos de pensar que se lo merecen. Y de eso se trata en la mayoría de estos mecanismos.

¿Este es el discurso actual?

Se está diciendo que las personas que han ganado tienen derecho a cómo les han ido las cosas. Y eso no es así en absoluto, nos lo muestra la ciencia. Pero va a ser increíblemente difícil cambiarlo. Yo mismo soy capaz de pensar y sentir y funcionar como si no hubiera libre albedrío solo el 1% del tiempo. Y caigo en enfadarme con esta persona, o sentir orgullo por esto o aquello.

También hemos avanzado en muchas cosas…

Sí, la gente ya no es quemada en la hoguera, eso es progreso. Dejamos de considerar que la epilepsia era señal de posesión demoníaca. Eso tomó un par de siglos. A la psiquiatría le llevó todo el siglo pasado descubrir que la esquizofrenia no es causada por madres que inconscientemente odian a sus hijos, sino un trastorno neurogenético. Se ha tardado 40 años para saber que los niños con dislexia no son perezosos, ni estúpidos. Tal vez en cinco años pensemos que la identidad sexual no es un acto de libre albedrío, ni que algunas personas con sobrepeso tienen falta de autodisciplina y no quieren ser felices, sino que tienen una versión de un gen en su hipotálamo para que no recibe la señal de estar llenos. Pero vamos muy lentos, cambiarnos es muy complicado.

Cuando se llega al final de la vida, mucha gente empieza a creer en la religión y el más allá…

Yo espero seguir pensando como hasta ahora, en lugar de tener una horrible demencia con la que tengo pesadillas. Espero que el resultado de mis investigaciones ayude a que la gente entienda que no tiene sentido culpar a nadie, ni castigar o recompensar. Y que odiar a la gente es como odiar a un tornado o un terremoto. Simplemente, resultaron ser de tal forma. La noción de que nosotros, en el mundo occidental, unos siglos después de la Ilustración, somos seres racionales y lógicos es una completa tontería, como creer que la gente tiene lo que se merece, que hay un propósito para todo o que hay un Dios que es responsable de todo.

¿Qué cosas le parecen más importantes en la vida?

Oh, acicalarse socialmente, como hacen los babuinos. A los 10 años decidí que quería vivir solo en una tienda de campaña con primates salvajes. Esa fue una muy buena lección. Hay momentos en que, de repente, todo tiene sentido y sientes gratitud por haber tenido la suerte de que un montón de moléculas se unieran temporalmente para ser esto que soy.

¿Ha pensado alguna vez en la jubilación?

Siempre supuse que iba a ser uno de esos ancianos de 90 años que sigue con tubos de ensayo y en el laboratorio con ratas haciendo el siguiente experimento. Pero hace unos 12 años, decidí que era hora de dejar de hacerlo. Así que, cerré mi laboratorio y dejé de investigar. Y he estado sentado en casa leyendo y escribiendo desde entonces y, ocasionalmente, enseñando cuando mi universidad se enfada lo suficiente conmigo. Estos son mis planes.

¿Cuáles son las lecciones más útiles que ha aprendido?

Una de las más importantes, la aprendí de los babuinos, y es que las relaciones sociales son cruciales. Es irónico que un primatólogo de campo lo descubra cuando lo que hace para ganarse la vida es vivir solo en una tienda con un montón de monos. Para mí fue un avance querer estar en una relación estable. Mi esposa y yo llevamos juntos 34 años y es maravilloso. Aprender a reconocer el propio grado de privilegio y, en vez de tener orgullo, tener gratitud es otra lección increíblemente importante.

Aprovecho para preguntarle algo de actualidad, ¿qué se esconde detrás del comportamiento de alguien como Donald Trump?

La respuesta más fácil es simplemente resumir su carácter: es un matón incapaz de sentir empatía, que solo se preocupa por el poder y la adoración, y con una profunda inclinación a la crueldad. Un narcisista totalmente tóxico. Pero yo no creo en el libre albedrío, no creo que las personas sean responsables de lo que se han convertido, así que tengo que aplicarle lo mismo a él; como tal, no es casualidad que se haya convertido en quien es. Tuvo una madre que era como un congelador, un padre que se parecía mucho a él; vio a un hermano mayor beber hasta morir. Y sospecho que lo ha carcomido toda su vida es que, debido a la riqueza en la que nació, siempre ha estado rodeado de personas a las que se les ha pagado para que pretendan que lo aman.

VOLVER A CASA

Comentario al evangelio del domingo 30 marzo 2025

Lc 15, 1-3.11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna». El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a su campo a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: ʽPadre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornalerosʼ». Se puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercó a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le comentó: «Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Él le replicó a su padre: «Mira, en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha gastado tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado». El padre le dijo: «Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado»”.

VOLVER A CASA

Tengo para mí que una de las metáforas más adecuadas para entender nuestro momento cultural es aquella que habla del “regreso a casa”. Aunque hay demasiados ruidos en esta sociedad incierta y estresada que parecen ahogarla, no resulta difícil percibir un anhelo que se expande y que puede resumirse en esta expresión: “Ven a casa”.

El ser humano anhela vivir en casa y, a mayor lejanía de la misma, más fuerte es el sentimiento de nostalgia. Pareciera que nos hemos hecho expertos en el arte de entretenernos, compensar, correr, huir…, vivir en la superficie. Las múltiples actividades, los crecientes pretextos para distraernos, los condicionamientos mentales y emocionales de cada cual parecen jugar a favor de una vida marcada por la superficialidad e incluso la inanidad. Con frecuencia, nos resignamos a sobrevivir y dejar pasar el tiempo.

Y, sin embargo, a poco que prestemos atención -en medio de alguna crisis o, simplemente, en un breve “descuido” por nuestra parte-, vuelve a hacerse presente el anhelo -la voz interior, el “instinto de vida”, el maestro o maestra interior- que una y otra vez susurra: “vuelve a casa”.

En la vida de la persona se produce una transformación radical cuando es capaz de experimentar, en sí misma, ese “lugar” interior al que nos referimos con la metáfora de la “casa”. Un lugar de quietud, en medio de cualquier oleaje; de calma, en medio de cualquier tempestad; de luz, en medio de cualquier oscuridad; de gozo o alegría serena, en medio de cualquier malestar o angustia… Ese es el lugar donde, finalmente, nos reconocemos a nosotros mismos: ahí nos sentimos ser, más allá de lo que hacemos. Y solo ahí es posible el descanso, en el sentido más hondo de esa palabra. Y es justamente de ese lugar de donde sale la invitación que nos repite: “vuelve a casa”. Quien lo ha experimentado, sabe que ese es el tesoro escondido -tan cercano, tan íntimo- capaz de transformar nuestra vida, nuestro modo de ver, de relacionarnos y de actuar.