En los últimos años, cada vez más gente se ha planteado la cuestión “¿Cómo puedo ayudar?”. Quizás debería considerarse una cuestión más profunda. Quizás la auténtica pregunta no sea: “¿Cómo puedo ayudar?”, sino “¿Cómo puedo servir?”.
Servir es distinto que ayudar. Ayudar se basa en la desigualdad; no es una relación entre iguales. Cuando ayudas, utilizas tu propia fuerza para ayudar a aquellos que no la tienen. Si presto atención dentro de mí cada vez que ayudo a alguien, veré que siempre ayudo a alguien que no es tan fuerte como yo, que lo necesita más que yo. La gente percibe esta desigualdad. Cuando ayudamos, puede que, sin darnos cuenta, estemos quitando a la gente más de lo que nosotros podríamos darles jamás; puede que estemos dañando su autoestima, su sentido de valía, integridad y entereza. Cuando ayudo soy muy consciente de mi propia fuerza. Pero, al servir, no servimos con nuestra fuerza, servimos con nosotros mismos. Sacamos de nuestra propia experiencia. Nuestras limitaciones sirven, nuestras heridas sirven, incluso nuestra oscuridad puede servir. Nuestra integridad sirve a la integridad de los demás y a la integridad de la vida. La integridad que hay en ti es la misma que la integridad que hay en mí. El servicio es una relación entre iguales.
La ayuda entraña deuda. Cuando ayudas a alguien, te deben una. Pero el servir, al igual que el curar, es recíproco. No hay deuda. Soy tan servido como la persona a la que sirvo. Cuando ayudo tengo un sentimiento de satisfacción. Cuando sirvo tengo un sentimiento de gratitud. Son cosas muy distintas. Servir también es distinto que arreglar. Cuando arreglo a una persona, la estoy viendo como a alguien roto y esto es lo que me hace actuar.
Cuando sirvo, veo y confío en la persona como ser completo. Desde ese punto de vista respondo y colaboro con ello.
Existe una distancia entre nosotros y aquello o aquella persona a la que arreglamos algo. Arreglar es una forma de enjuiciar. Todo juicio crea una distancia, una desconexión, una experiencia de diferencia. Al arreglar existe un desequilibrio entre competencias que se puede convertir fácilmente en un alejamiento moral. No se puede servir a distancia. Sólo podemos servir a aquello con lo que estamos profundamente conectados, aquello con lo que voluntariamente estamos en contacto. Este es el mensaje principal de la Madre Teresa. Servimos a la vida, no porque lo necesite, sino porque es sagrada.
Si el ayudar es una experiencia de fuerza, arreglar es una experiencia de maestría y capacidad. El servicio, al contrario, es una experiencia de misterio, rendición y asombro. Una persona que arregla tiene la ilusión de que ha sido fortuito. Una persona que sirve sabe que él o ella está siendo utilizado y tiene la disposición para ser utilizado al servicio de algo mayor, algo esencialmente desconocido. Arreglar y ayudar son cosas muy personales; son muy particulares, concretas y específicas.
Nuestra voluntad de arreglar y ayudar se dirige a cosas muy diferentes a lo largo de nuestra vida, pero cuando servimos estamos siempre sirviendo a la misma cosa.
Cualquiera que haya servido alguna vez a lo largo de la historia sirve al mismo propósito. Somos servidores de la totalidad y del misterio de la vida. La conclusión es, por supuesto, que podemos arreglar sin estar sirviendo. Y que podemos ayudar sin servir. Y que podemos servir sin arreglar ni ayudar. Me atrevería a decir que arreglar y ayudar vienen desde el ego y el servicio, es más bien una obra del alma. Puede que parezcan similares si los ves desde el exterior, pero desde la experiencia interior son diferentes. El resultado suele ser también distinto.
Nuestro servicio nos sirve a nosotros mismos al igual que a los demás. Aquello que nos utiliza, nos refuerza también. Con el tiempo, arreglar y ayudar nos seca y nos agota. Con el paso del tiempo acabamos quemados. El servicio es siempre renovador. Cuando servimos, nuestro servicio por sí mismo nos sostiene.
Servir descansa en la premisa básica de que la naturaleza de la vida es sagrada, que la vida es un completo misterio, que no tiene un propósito conocido. Cuando servimos, sabemos que pertenecemos a la vida y para ese propósito.
Básicamente, ayudar, arreglar y servir son formas de ver la vida. Cuando ayudas, ves la vida como algo débil, cuando arreglas, ves la vida como algo roto. Cuando sirves, ves la vida como un todo.
Desde el punto de vista del servicio, todos estamos conectados. Todo el sufrimiento es mi sufrimiento y toda alegría es mi alegría. El impulso de servir emerge natural e inevitablemente desde esta forma de ver la vida.
Por último, arreglar y ayudar son la base de la curación, pero no de la sanación. Durante cuarenta años de enfermedad crónica, he sido ayudado por mucha gente y he recibido soluciones de otros tantos que no reconocieron mi totalidad.
Todas esas soluciones y ayudas me han dejado dañado en importantes y fundamentales aspectos. Sólo el servicio sana.
Rachel Naomi Remen.