Entrevista de Bibiana Ripol,
tras la publicación del libro “Psicología transpersonal para la vida cotidiana. Claves y recursos”, Desclée De Brouwer, Bilbao 2020.
“Visto desde el lado «práctico», el libro contiene un conjunto de claves y de recursos para comprendernos, vivir más plenamente y ayudar a vivir”.
“Nuestro modo de ver la realidad será siempre deudor del modo como nos vemos a nosotros mismos”.
“La resistencia genera sufrimiento, la resignación paraliza; la aceptación regala paz y, a la vez, moviliza”.
En su libro habla de la importancia de “descorrer el velo”.
Sí, porque todo se ventila en “poder ver” con claridad, es decir, en alcanzar la verdad de lo que somos.
Alcanzar la verdad, una tarea nada fácil…
Comulgo con los sabios presocráticos griegos que entendían la verdad como “aletheia” –ese término lo utilizó ya Parménides en el siglo VI a.C.–, que significa justamente eso: “descorrer el velo” (o “des-ocultar”: letheia = ocultar; a = sin; en latín se convertiría en “lateo” = estar oculto, de donde proviene el término “latente”).
Entonces, “descorrer el velo” ¿significa enseñar a desaprender?
La verdad no es un concepto o una creencia. Tampoco la construimos nosotros. La verdad es una con la realidad, ya está ahí. Lo que nos queda es descubrirla. Pero eso requiere “quitar los velos” que nos impiden verla. Y el mayor velo es la identificación con la mente. Así que sí: necesitamos desaprender tantas cosas –ideas, creencias, maneras de ver y de pensar…– que habíamos dado por “definitivas”. Por eso es tan importante practicar la meditación para aprender a acallar la mente porque, como bien supo ver Krishnamurti, “solo una mente en silencio puede alcanzar la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”.
¿Así se “descorre el velo”?
Así es: el velo no se descorre pensando, sino acallando la mente. Ahí puede darse la genuina comprensión, que no es algo mental o puramente conceptual, sino experiencial o vivencial.
¿Qué puede decirse, de entrada, sobre la psicología transpersonal?
La psicología transpersonal es considerada como la “cuarta ola” de la psicología moderna, tras el psicoanálisis, el conductismo y la corriente humanista. Valora e integra las aportaciones anteriores –por ello, algunos autores prefieren hablar de “psicología integral”–, pero da un paso más. Apenas ha cumplido cincuenta años, pero está ya influyendo decisivamente en la comprensión de nosotros mismos y de la realidad.
¿Qué es lo más característico de la psicología transpersonal?
Si la palabra clave de la psicología humanista es “autorrealización”, podría decirse que en la psicología transpersonal la palabra central es “autotranscendencia”. Dicho brevemente: somos más que nuestra mente y más de lo que nuestra mente piensa que somos; más que la persona (“trans-personal”). Somos más que todo aquello que podamos observar; somos Eso que observa (Testigo, Consciencia).
¿Autotranscendencia?
No me extraña el interrogante, porque aquí las palabras ya se quedan cortas. Ese término no quiere significar un yo autosuficiente o inflado, que encontraría en sí mismo su propia “transcendencia”, sino más bien al contrario, es el reconocimiento de que nuestra identidad transciende por completo el yo que pensamos o creemos ser.
Algo de eso había intuido Abraham Maslow.
Así es. En cierto sentido, Maslow hace de puente entre la psicología humanista y la transpersonal. Y lo expresó en una frase iluminadora: “Todo proceso de autorrealización que no se aborta desemboca en un proceso de autotranscendencia”. Cuando no bloqueamos el proceso de autoconocimiento, llegamos a comprender que somos más que el yo separado que la mente piensa que somos.
¿Qué ha supuesto la psicología transpersonal en el intento de comprensión del ser humano?
Tal como lo veo, supone un salto cualitativo en el campo de la psicología y, más ampliamente, en la cultura moderna, porque la “mirada transpersonal” ha transcendido el ámbito de la psicología y colorea cada vez más espacios culturales.
La psicología transpersonal, conectando con las grandes intuiciones de la sabiduría perenne, constituye una herramienta imprescindible para responder adecuadamente a la pregunta decisiva: ¿qué soy yo? Es la primera pregunta porque, como señalara Kant, “el autoconcimiento es el principio de toda sabiduría”. Nuestro modo de ver la realidad será siempre deudor del modo como nos vemos a nosotros mismos. Y me parece que el “modo de ver” adecuado requiere una mirada transpersonal.
Háblenos de las dos dimensiones del ser humano que menciona en el libro: la psicológica y la espiritual
La realidad es paradójica, y el ser humano también lo es. En nuestro caso, eso significa –como afirma la psicología transpersonal– que lo que somos no se agota en la personalidad que tenemos. Nuestra paradoja se halla constituida por dos niveles que podemos designar como “personalidad” –plano psicosomático– e “identidad” –plano profundo o espiritual–. El crecimiento integral de la persona requiere atender ese doble nivel: cuidar lo psicosomático desde la comprensión profunda (o espiritual) de lo que somos, atender la persona en la que nos experimentamos desde la consciencia que somos.
Favorecer el crecimiento integral de la persona: ¿ese es el objetivo que persigue con este libro?
Sí. Visto desde el lado «práctico», el libro contiene un conjunto de claves y de recursos para comprendernos, vivir más plenamente y ayudar a vivir. Es muy difícil vivir con gusto y sentido y resulta prácticamente imposible establecer relaciones constructivas con los otros si no comprendemos qué somos y cómo funcionamos.
Cita a su abuela: “Lo que viene, conviene” ¿Qué nos podría explicar de esta frase tan sabia?
Además de entrañable para mí por haberla recibido de mi abuela, me parece una frase plenamente sabia, en armonía además con lo que han dicho personas sabias de todos los tiempos. Sé que a algunos oídos les resulta extraña…, hasta que se comprende su significado profundo. He tratado de desarrollar ese significado en otro libro publicado en estas fechas: “Vida” (publicado por la editorial «San Pablo»).
Adelantando algo en una sola frase…
La expresión “lo que viene, conviene” no se refiere tanto a los acontecimientos –mucho menos a la justificación o aprobación de los mismos–, sino a la actitud adecuada desde la que vivirlos. No significa que me guste, apruebe o justifique “lo que viene” –la lucidez y el espíritu crítico no se dejan nunca de lado–; significa que la sabiduría requiere alinearse en todo momento con lo real. Una vez alineados o alineadas con ello, brotará la acción adecuada en cada circunstancia.
Y conviene porque…
Cuando le preguntaban eso a mi abuela, ella contestaba: “porque viene”. Bromas aparte, es claro que todo lo que nos duele no le conviene al yo, que exige que las cosas que ocurren respondan a sus expectativas y lleva muy mal la frustración.
Conviene para algo…
Esa es la pregunta adecuada: ¿para qué conviene lo que viene? En un primer plano, la respuesta correcta me parece simple: “No lo sé”. Pero en un plano más profundo, bien puede decirse que conviene para que comprendamos que no somos ese yo separado que puede verse tambaleado por lo que viene, sino la consciencia que no es afectada por nada de lo que nos sucede. En este sentido, “lo que viene” es siempre nuestro maestro: viene para que aprendamos a comprender experiencialmente lo que somos, “Eso” que permanece inafectado, siempre a salvo, más allá de lo que se remueve en nuestro psiquismo. Por decirlo metafóricamente: a los personajes de una película les ocurren infinidad de cosas; a la pantalla, sin embargo, nada de ello le afecta. Con todo, para ver así lo que viene, es preciso que estemos en actitud de aprender, de abrirnos a nuestra verdad más profunda.
Pero no se trata de resignarse…
En absoluto. La aceptación profunda es exactamente lo contrario, tanto a la resistencia inútil como a la resignación. La resistencia genera sufrimiento, la resignación paraliza; la aceptación regala paz y, a la vez, moviliza. Pero no desde el “no” a la vida, sino desde el “sí” lúcido de quien se sabe alineado con ella.
Eso requiere una consciencia abierta…
Exacto; significa pasar de la errónea y nociva “consciencia de separatividad” –la creencia errada de estar separados de la vida es la fuente de todo sufrimiento– a la “consciencia de unidad” con todo y con todos. Somos diferentes, pero somos lo mismo.
Comenta que el secreto de la sabiduría consiste en la aceptación…
Así lo veo. Y eso mismo es lo que encuentro en el testimonio de hombres y mujeres de toda época. Te pongo solo dos muestras: el místico cristiano del siglo XVI, Juan de la Cruz, llegó a escribir: “Me parece que el secreto de la vida consiste simplemente en aceptarla tal cual es”. Y el sabio hindú Nisargadatta, en el siglo XX, afirmaba: “La esencia de la sabiduría es la total aceptación del momento presente”.
También cita, entre otros, a Sócrates y a Nietzsche ¿Qué han aportado ambos a la psicología transpersonal?
Más allá del término “transpersonal”, que es muy reciente, hay una corriente de sabiduría que siempre ha compartido grandes intuiciones: la importancia decisiva de la comprensión experiencial (para Sócrates el único vicio es la ignorancia) y la actitud sabia de alinearse con lo real, de vivir diciendo sí a la vida (Nietzsche).
¿Qué papel juega la meditación en la psicología transpersonal?
La práctica meditativa es el camino para acallar la mente (trans-cenderla) y saborear la verdad (trans-mental o trans-personal) de lo que somos. Ese es el lugar del silencio consciente que se vive en el estado meditativo o contemplativo.
¿Erramos por ignorancia?
Sin ninguna duda. Me vienen de nuevo las palabras de Sócrates: “Solo hay una virtud: la sabiduría; y solo existe un único vicio: la ignorancia”. Cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede, teniendo en cuenta su nivel de consciencia y su “mapa” representacional. Tal como escribo en el libro, todas las grandes tradiciones sapienciales afirman que el ser humano se halla constitutivamente orientado hacia el bien.
¿Cómo ha pasado de una religiosidad teísta a una espiritualidad transreligiosa?
Fue todo un proceso que se dio de manera tan inesperada como evidente para mí. A partir de determinadas experiencias, fui testigo de que caían todas las creencias para quedarme anclado en lo que podría llamar una “espiritualidad sin adjetivos”, una espiritualidad que es sinónimo de profundidad humana y de fraternidad universal. Desde mi perspectiva, las religiones son “mapas”, más o menos acertados; la espiritualidad es el “territorio” compartido.
¿Su espiritualidad está relacionada con Dios?
¿Qué queremos decir con la palabra “Dios”? Si se entiende como un Ente separado, ciertamente no. Pero si con ese término aludimos al fondo último de lo real, a Aquello inefable que transciende todas las formas y que constituye la mismidad última de todo lo que somos –nuestra más profunda identidad, hablando ahora en clave transpersonal y no dual–, la respuesta solo puede ser afirmativa: es “espiritual”, no quien tiene unas determinadas creencias o cumple unas normas concretas, sino quien comprende y vive Eso que somos en profundidad; quien vive, no en estado mental, sino en estado de presencia.
Su libro tiene una vertiente práctica: “claves y recursos para la vida cotidiana”.
Sí; he querido que fuera eminentemente práctico, además de pedagógico. Por eso me pareció adecuado dividirlo en los cuatro capítulos que lo componen: 1) ¿qué es una “persona integrada”?, ¿qué es necesario tener en cuenta para crecer en unificación personal y en relaciones armoniosas?; 2) si estamos bien hechos/as, ¿por qué funcionamos mal?, ¿dónde está el origen de nuestro sufrimiento y qué nos cabe hacer?; 3) ¿cómo llegar a comprender y a ser lo que, paradójicamente, ya somos?; y 4) ¿con qué “herramientas” o prácticas podemos contar para todo ello?
¿Cree que podría ayudar a tantos afectados por la Covid-19? ¿Cómo?
He planteado todo el libro como una herramienta de ayuda, particularmente para quienes se ven más atrapados por el dolor, la incertidumbre, el desconcierto… La ayuda eficaz requiere comprensión experiencial de lo que somos –al comprender, sabemos que lo que realmente somos se halla siempre a salvo: podemos perder lo que tenemos, nunca lo que somos– y requiere, también, vivir un triple cuidado, que puede expresarse en tres palabras, que aluden a su vez a tres tipos de prácticas.
¿Cuáles son esas palabras y esas prácticas?
Las palabras son: acogerse, atender y estar (ser). Y las prácticas que necesitamos para favorecer una vivencia integrada y armoniosa son psico-afectivas, atencionales y expresamente meditativas o contemplativas.
Necesitamos cuidar el amor humilde e incondicional hacia nosotros mismos, educar la capacidad de atender –acallando la mente pensante, que rumia y cavila sin cesar– y saborear el silencio permaneciendo en el “solo estar”, la pura presencia consciente que somos, más allá de la persona en que nos estamos experimentando.
A mi modo de ver, ese triple cuidado garantiza la armonía y la plenitud de la persona.
Ver más detalles del libro: Editorial Desclée De Brouwer.
Para adquirir el libro en Latinoamérica:
Red de distribuidores de Desclée De Brouwer en Latinoamérica
En Argentina, me dicen que se puede conseguir en:
Librería «Ágape» (cuenta con varias sucursales).
Casa central: telf: 011-4571 6001.
Mail: agape@agape-libros.com.ar
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