23 junio 2019
Lc 9, 11b-17
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: “Despide a la gente: que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado”. Él les contestó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío”. Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se lo sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
TODO ES CUERPO DE CRISTO
El texto parece subrayar el contraste entre dos actitudes: la de los discípulos –que se inclinan por despedir a la gente para que puedan buscarse comida y alojamiento– y la de Jesús que insta a asumir como propio el problema de los demás.
La primera tiene el color de la indiferencia o, al menos, de la comodidad. La segunda, el del compromiso que nace del amor y, en último término, de la comprensión.
Todos los detalles que aparecen en la narración nos hacen ver que se trata de un relato cargado de simbolismo: cinco y dos, cinco mil, grupos de cincuenta, doce… Tras el simbolismo, de lo que se habla –más allá de la compasión que Jesús manifiesta– es de cómo “alimentar” al pueblo, cómo ayudar a vivir a los demás, saliendo de nuestra cápsula narcisista y comprendiendo que todo otro es no-separado de mí.
En realidad, si no hubiera quedado enredado en ritos y creencias que, con el tiempo, se fueron complicando y enmarañando cada vez más, ese sería el sentido que podríamos percibir en la celebración de la eucaristía.
El “Corpus Christi” es una metáfora de la unidad. Porque todos somos “Cuerpo de Cristo” –todos participamos de la llamada “naturaleza crística”–, si utilizamos el término “Cristo” para nombrar nuestra verdadera identidad. En lenguaje más simple puede expresarse así: Lo que es Jesús, lo somos todos; él es un “espejo” en el que, sencillamente, podemos vernos reflejados.
Y solo así parece entenderse el significado de la llamada “Última Cena”, en la que Jesús, tomando el pan, dijo: “Esto soy yo”. El pan, alimento básico de aquella cultura, era un símbolo de todo lo real. Con lo cual, Jesús estaría diciendo: “No hay nada que no sea yo”. A quien le extrañe este modo de presentarlo, puede recordar una expresión de Jesús, del todo equivalente a esta, que aparece recogida en el Evangelio de Tomás, donde el Maestro de Nazaret afirma: “Yo soy todas las cosas”. Quien habla así es alguien que ha comprendido experiencialmente la verdad de lo que somos.
Más allá de creencias, ritos, incluso parafernalias que han ido añadiéndose a lo largo de los siglos y que, en gran medida, han desvirtuado el significado original, la eucaristía es la celebración de la unidad, que nace de la comprensión de lo que somos y que se plasma, como muestra el evangelio que estamos comentando, en compasión eficaz al servicio del necesitado.
Comprensión, unidad, compasión…, ¿qué vivo?