Para una persona religiosa teísta, todo lo que no sea la referencia a un Dios transcendente significa que “el individuo permanece encerrado en sí mismo”. Así se expresan algunos teólogos que analizan la actual crisis de la religión y la emergencia de “nuevas formas” de espiritualidad. Para ellos, estas “nuevas formas” no serían otra cosa que una moda que gira en torno al “individuo enclaustrado en sí mismo”, en un narcisismo cómodo y autocomplaciente.
Sin duda, todo lo humano se halla acechado por el narcisismo. Este puede aparecer en la religión y en el ateísmo, en la meditación y en el compromiso, en la soledad y en la vida relacional, en el silencio y en el bullicio… Se trata de una tendencia profundamente arraigada en el individuo por la que el yo gira de manera absolutamente egocentrada, conjugando constantemente los verbos yo-ar y mi-ar.
La meditación (una forma de vivir la meditación) puede constituir un campo abonado para fabricarse un refugio narcisista a la propia medida, pero igualmente el compromiso (una forma de vivir el compromiso) puede ser el mejor alimento para una personalidad narcisista en su autofirmación enfermiza.
Aunque, como todo lo humano, sea susceptible de ser entendida de manera narcisista, la no-dualidad constituye exactamente lo opuesto al narcisismo y al solipsismo inmanenentista, que darían como resultado la exaltación de un individuo enclaustrado en su ego, tal como denuncian los detractores de la espiritualidad no religiosa o transreligiosa.
En la genuina comprensión no-dual –como en la genuina espiritualidad–, ni siquiera es posible concebir a la persona encerrada en la inmanencia. Más bien lo que se vive ahí es una afirmación gozosa y constante de la transcendencia.
Lo que puede ocurrir es que para la persona religiosa teísta la transcendencia exige la referencia a un “Dios” separado. Desde esta manera de entenderla, le parecerá que toda espiritualidad no teísta suponga necesariamente una negación práctica de aquella dimensión.
Sin embargo, en esta espiritualidad inmanencia y transcendencia se articulan de manera admirable: no hay nada que no esté atravesado por la profundidad de lo transcendente. En cada forma se está reconociendo el Misterio de lo que es. Y ello sin ninguna distancia ni separación. La transcendencia no se comprende ya como separación, sino como la otra cara de la propia inmanencia: en todo lo que vemos captamos la verdad de “lo que no vemos”, es decir, su dimensión auténtica (transcendente). Esto es lo que permite ver la realidad más allá de la apariencia, en ese “Fondo” común que compartimos con todos los seres –¿cabe transcendencia mayor?– y que constituye el motor desde donde queremos movernos, o mejor, somos movidos.
La no-dualidad es, en su mismo núcleo, transcendencia radical del yo y comprensión profunda y vivencial de la unidad de todo lo real, incluido Eso que las religiones han llamado “Dios”.