EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»
3. Resistencia / Aceptación
El estado de presencia se caracteriza por la aceptación que, con frecuencia en medio mismo del desconcierto, llega hasta la rendición completa a lo que es. Y no es resignación que claudica, sino fruto de la sabiduría que ve como carente de sentido cualquier tipo de resistencia. Resistencia y aceptación se alternan, a veces de modo muy sutil: el yo no quiere que las cosas sean como han sido (o están siendo), por lo que se resiste con todas sus fuerzas.
La resistencia es la reacción característica del ego o yo en cuanto se hace presente la frustración. El guion por el que se rige el yo es muy simple: “La vida tiene que responder a mis deseos o expectativas”. Cada vez que eso no ocurre, aparece –con diferente intensidad, según varios factores– frustración y resistencia, es decir la lucha del yo por lograr el cumplimiento que le prometía su guion.
Ahora bien, la resistencia es ya en sí misma sufrimiento, dado que supone estar en choque permanente con lo que hay. En la resistencia, la persona se retuerce contra la realidad, en un desgaste continuo. Por el contrario, basta soltar la resistencia para que aparezca la paz.
A quienes hemos crecido en la tradición cristiana, tal vez nos venga a la memoria la actitud de Jesús ante su inminente final. La enseñanza de la misma se revela con crudeza y en toda su fuerza porque nos permite ser testigos del cambio operado, que se percibe justamente en el contraste: cuando habla desde el yo y cuando habla desde la consciencia clara de quien es. Ante la angustia de lo que se le venía encima, Jesús exclama: “Aparta de mí esta copa de amargura”. Y, mientras más lo pedía, más se incrementaba su abatimiento. Solo cuando se resitúa en quien es y afirma: “Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”, aparece el “ángel del consuelo”.
Una afirmación de ese calado (“lo que tú quieras”) únicamente puede hacerse desde una confianza radical. Confianza en el Fondo de lo real, en la Sabiduría que rige todo el proceso, en la Vida una que se manifiesta en infinidad de formas, en la Totalidad que se está “desenvolviendo” en multiplicidad de acontecimientos… Fondo, Sabiduría, Vida y Totalidad que constituyen, a la vez, nuestra verdadera identidad. Por lo que la sumisión a “lo que tú quieras” no es sino rendición y fidelidad a nuestra verdad más profunda.
Dada la fuerza del yo, y el movimiento que, por inercia, nos hace mantenernos identificados con él, puede ser que la resistencia sea firme y, alimentada por una mente no observada, nos mantenga durante tiempo encerrados en el bucle del sufrimiento. Sin embargo, antes o después, la contundencia de lo que es –y el mismo sufrimiento que nace de la resistencia– hace ver que no existe otro camino de liberación y de vida que no sea la aceptación radical de todo lo que en este momento está siendo. La sabiduría te conduce, por decirlo brevemente, a amar lo que es.
La aceptación –actitud sabia entre los extremos erróneos y perniciosos que son la resistencia, por un lado, y la resignación por otro– es capaz de acoger todo sin excepción, incluida la propia resistencia. Y cuando la aceptación es real ocurre algo “milagroso”: aparece con ella la fuerza necesaria para hacer lo que es posible hacer en ese momento. Porque la aceptación se halla dotada de un dinamismo interno –esto es justamente lo que la distingue de la mera resignación– proporcionado y adecuado al momento que estamos viviendo. Desde ella, la acción no nace de ningún “debería”, tampoco de miedos o de necesidades, sino desde la profundidad de lo que somos. Es, por eso, una acción que fluye, gratuita y desapropiada.
Y una vez más, también aquí, todos tenemos resistencias, pero realmente lo que somos es aceptación profunda. Por tanto, hablando con propiedad, habría que decir que no tenemos que aceptar nada, sino más bien reconocer que todo ha sido ya aceptado. De hecho, si algo no hubiera sido aceptado por la Vida, nunca hubiera ocurrido.