Cuando me despierto de un profundo sueño es como si naciera de nuevo. Arranco a la vida en la mañana y eso a veces me genera pesadumbres. Se agolpan las preocupaciones, responsabilidades, miedos sobre el futuro. Y sobre todo la pregunta: ¿Quién soy yo?
Leo en un libro de Sri Nisargadatta Maharaj, uno de los sabios orientales más profundos, el siguiente diálogo:
Maestro: ¿Qué conocimiento quiere usted?
Discípulo: Mi verdadero “Sí mismo”.
M: Mientras piense que el cuerpo es usted, usted no obtendrá el verdadero conocimiento. En marathi hay una frase: “la esposa prestada”, la que tiene que ser devuelta. De modo semejante, este cuerpo es una cosa prestada, usted tiene que devolverlo. Esta identidad con el cuerpo tiene que partir.
D: ¿Cómo va uno a lograr deshacerse de esta identificación?
M: Pruebe a investigar los estados de sueño profundo y de vigilia. Estos están sujetos al tiempo. Sin la experiencia de los estados de vigilia y de sueño, pruebe a explicar lo que usted es.
D: Entonces yo soy sin palabras.
M: ¿Está usted seguro? Los Vedas también dijeron: “Esto no es, eso no es”, y finalmente guardaron silencio, pues Ello es más allá de las palabras.
Hay un trasfondo de todas las religiones, al que no solemos hacer caso, porque nos quedamos en la hojarasca, las normas, sus formas y dogmas más o menos impuestos.
Y es que yo no soy el que me veo en el espejo.
De niños no había dualidad, no habíamos perdido la conexión. Fuimos creciendo y nos convencimos de que ese tipo reflejado, fulanito de tal, era yo, aunque el espejo me daba mi revés. Luego me hice mayor y seguí pensando que aquel señor con su carrera u oficio, sus apellidos, incluso sus canas o arrugas que iban apareciendo, era yo.
Si miro al mirar, si cierro los ojos, salto al vacío que hay detrás, descubro que soy sin límites, vacuidad, silencio, parte del infinito: un ser divino.
Pero prefiero identificarme con el espejismo; aunque sea mortal, me parece más seguro.
Hay un pasaje poco conocido en El Corán sobre uno que camina en el desierto y ve algo que le atrae, quizás una fuente con palmeras. Corre hacia ello para atraparlo y no hay nada; justo entonces encuentra a Dios.
Solo la nada es algo.
Un agua que no es agua y no quita la sed, como la de la samaritana. “Gracias al hueco puede usarse la copa” (Tao).
El “negarse” que enseña Jesús en el evangelio es caer en la cuenta de que este yo del espejo no es mi yo; es un espejismo. “Yo soy” detrás del yo; yo soy la vida eterna. Hay que soltar la “esposa prestada”, despertar al yo que hay detrás del yo. Parece que te quedas desnudo. Pero se esfuman los miedos y las angustias del espacio-tiempo. Rompe tu espejo; detrás vive la verdad infinita.
Pedro Miguel LAMET, Revista 21, julio 2016, p.53.