A VUELTAS CON LA (“NUEVA”) ESPIRITUALIDAD
O ¿CÓMO LLEGAR A LA VERDAD?
4. Espiritualidad es comprender la respuesta a la pregunta «¿Quién soy yo?»
La genuina espiritualidad –tanto “antigua” como “nueva”- no busca sino responder a la pregunta decisiva, aquella de la que penden todas las demás: ¿quién soy yo? A sabiendas de que, como proclamaba el Oráculo de Delfos, quien conoce su verdadera identidad, conoce todo lo que es: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás al Universo y a los dioses”.
Ahora bien, esa respuesta no la puede proporcionar la mente. Más aún, la mente es incapaz de otorgarnos certeza alguna. Todo lo que viene de ella es solo una opinión, un punto de vista o una perspectiva; nunca la verdad.
Ello es así porque la mente, por más razonamientos eruditos que haga, nunca nos podrá llevar más allá de ella misma. Al ser situada, no puede ver la realidad, sino únicamente una perspectiva; y, debido a su naturaleza objetivadora –pensar equivale a delimitar y, por tanto, a objetivar-, no puede identificar otra cosa que objetos o, peor todavía, intentar objetivar lo que es inobjetivable. En resumen: la mente nos ayuda a mantener una actitud crítica que es irrenunciable, para evitar caer en la credulidad y la irracionalidad; nos sirve incluso para desenmascarar y denunciar falsas y pretendidas “verdades”, pero es incapaz de conducirnos a ver la verdad de lo que somos.
La honestidad y el rigor intelectual imponen llevar el “espíritu crítico”, del que hacen gala quienes hipervaloran la razón, hasta el final, es decir, hasta cuestionar los mismos presupuestos (pre-juicios) en los que la propia mente se asienta.
Por lo que se refiere a re-encontrar nuestra verdadera identidad, basta no poner pensamientos y conectar con Eso que se da cuenta –la consciencia que podemos detectar en nosotros mismos, aunque haya estado “sepultada” bajo la incesante actividad mental- para que se vaya abriendo paso la comprensión de lo que realmente somos. Ese es el “conocimiento silencioso” del que han hablado los sabios, porque no es pensando, sino atendiendo, como seremos conducidos a “casa”. La verdad no se halla al alcance de la mente; se revela a sí misma cuando no sobreimponemos pensamientos a lo que es.
Todo lo anteriormente expuesto no es sino un ofrecimiento o una propuesta, que se asienta en la certeza de que el cuidado de la genuina espiritualidad –que poco o nada tiene que ver con las creencias religiosas, y que no distingue entre una “antigua” y otra “nueva”- constituye lo más nuclear de nuestra existencia. Porque solo ese cuidado hace posible otro modo de ver que, trascendiendo la razón, nos muestra nuestro verdadero rostro. Si la fuente de todos nuestros males no es otra que la ignorancia acerca de nuestra verdadera identidad, la salida de ellos –de la ignorancia- solo será posible gracias a la comprensión que nos otorga el “conocimiento silencioso” o la atención desnuda.
No hay aquí nada dogmático. Solo la invitación libre para quien sienta el “impulso” que lo lleve a experimentarlo por sí mismo.