CUANDO CAEN LAS CREENCIAS: ¿VACÍO O LIBERACIÓN?
6. ¿Qué queda cuando caen las creencias?
“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.
No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.
No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.
No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.
No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.
No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.
Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.
Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).
Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor-, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos- provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.
Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido-, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.
Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada-, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.
A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión- (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.
¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.
Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.