«CARTA A MI NIÑO INTERIOR» // Sergio Asensio

Sergio, uno de los participantes en el curso “Acoger a nuestro niño o niña interior”, que se está desarrollando a lo largo de todo el año en Pamplona, me hizo llegar esta “Carta a mi niño interior”, que publicó también en su propio blog: https://sergioasensio.es/por-fin/

Cuando le pedí autorización para transcribirla en este Boletín, no solo no puso ningún reparo, sino que quiso incluso que figurara su nombre. Lo hace como un ofrecimiento, “por si puede ayudar a alguien”. Gracias, Sergio.

En la carta, queda claro el trabajo por sacar de la sombra -de la represión que padecieron, y donde han permanecido escondidos-, tanto al niño herido como al niño original. El niño herido se escondió para sufrir menos; el original, porque nadie lo vio como él necesitaba. Al traerlos a la luz, se va produciendo el proceso de sanación y podemos vivir en nuestra originalidad. Esta es la carta:

Estuve mucho tiempo buscándote. Anduve titubeante y desorientado, indagando allí donde no estabas.

En desesperada huida, te busqué entre espejismos y cantos de sirena, en la oscuridad de la noche, el alcohol, las drogas y el sexo inconsciente. Cualquier cosa servía para escapar del dolor. Te busqué en mi angustia y mi ansiedad, en mi soledad disfrazada de autosuficiencia, y por supuesto, en mi locura. Pero allí, entre demoledores ideas de suicidio, tampoco estabas.

Y maldecía mi suerte, pues no te encontraba. ¿Cómo iba a hacerlo?

No estabas allí. No lo sabía. O no quería saberlo.

¿Dónde estabas?

No era capaz de verte porque estabas escondido.

Normal. Tuviste que esconderte. Fue la única manera de sobrevivir.

Ahora lo puedo ver: fue necesario pasar por todo aquello.

Tuviste que dejar de ser tú, escabullirte, ponerte máscaras. Fue la única manera de sobrevivir.

El mundo, tu mundo, era un lugar hostil. Hostil y peligroso. Y por eso no podías ser quien realmente eres.

Te disfrazaste, ocultando tu verdadera identidad. Fue un alto precio el que pagaste, mas no sabías hacerlo de otro modo. Nadie te había enseñado.

Tenía que ser así. ¿Lo habías elegido? Qué más da. Nadie tuvo la culpa. Sencillamente, tenías que vivirlo. Tenías que pasar por todo aquello, vivirlo en tus carnes. Era la única manera de aprenderlo por ti mismo.

¿Aprender? Sí, aprender que ningún disfraz hará que muestres tu verdadera identidad. Que ninguna huida te llevará a ti mismo; al contrario, te alejará más y más de lo que realmente eres.

Tenías que aprender todo esto.

Ahora ya lo sabes. Ya no necesitas sentir vergüenza ni culpa; no necesitas engañar ni engañarte. Ya te puedes despojar de todos esos trajes que acostumbrabas a ponerte: el graciosillo, el indiferente, el impenetrable, el “todo es perfecto”, el gamberro, el polémico, el bufón, el salido…

No los necesitas. Ya no. Ahora puedes mostrarte tal cual eres, con toda tu vulnerabilidad. Con toda tu sensibilidad. Son bien recibidas. De hecho, son importantes y necesarias.

Es fundamental que lo tengas en cuenta. Es hora de que muestres tus dones al mundo. Porque de eso va esta película, de compartir nuestros dones.

Ahora ya puedes soltar lo que no es. Ya puedes sonreír, experimentar la dicha de ser. Pasó el tiempo de estar escondido en el agujero. Puedes ser tú.

Con tu espontaneidad y tu inocencia. Porque eso es lo que eres. Un ser espontáneo e inocente. Y profundamente amado. Lo sabes, ¿verdad? Claro que lo sabes. Lo sabes mejor que nadie.

Déjame darte un beso en la frente. Y también permíteme decirte que a partir de ahora, iremos siempre juntos de la mano. Ya nada nos separará.

Por fin.