Mc 6, 30-34
En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús. Y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y sintió compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
DESCANSER
El ego se caracteriza por un afán protagónico, como si llevara inscrita en su ADN la necesidad de ocupar el centro de todo lo que se mueve. Tanto es así que, de manera espontánea, tiende a dividir la realidad en dos mitades: yo y todo lo demás (lo que no soy yo). Aparte del error dicotómico y dualista que supone, tal lectura pone de relieve el lugar, tan arrogante como equivocado, que el yo pretende ocupar en el escenario del mundo.
De cara a consolidar tal protagonismo, el ego busca, por encima de todo, hacer: realizar cosas, moverse de acá para allá, llevar la iniciativa, estar siempre ocupado… Tal afán le aporta otros “beneficios” colaterales en dos direcciones: por un lado, le sirve de excusa para alejarse de su mundo interior, no cuestionarse, ni mirar hacia dentro -esto explica el activismo e incluso la adicción al trabajo-; por otro, lo utiliza como recurso para autoafirmarse sosteniéndose en los logros que alcanza, desde bienes, estatus o poder, hasta imagen social y autocomplacencia. Ante tales expectativas, ¿cómo no priorizar el hacer y el hablar? Indudablemente, uno y otro alimentan al ego.
En este contexto, resulta más actual que nunca la invitación de Jesús: “Venid solos a un sitio tranquilo a descansar”. Descansar significa ser capaces de soltar todo aquello a lo que nos habíamos aferrado y ejercitarnos en simplemente ser. Por eso me gusta el neologismo que escuché en alguna ocasión y que habla de “descanser”: dejar de hacer para aprender a ser. Y ocurre entonces lo mismo que Juan de la Cruz aplicara al amor: “quien anda en amor ni cansa ni se cansa”.
Si el ser es genuino, no hay riesgo alguno de caer en la inactividad ni en la pereza, ya que ser es sinónimo de dinamismo. Pero, desde ahí, la acción habrá cambiado radicalmente, tanto por lo que se refiere a su origen, como a su dirección, a su motivación y al modo de desarrollarse.
La cuestión es si tenemos el coraje de detenernos, abrirnos a toda nuestra verdad y escuchar, en lo más profundo de nosotros mismos, el anhelo que nos llama a ser.