Domingo XIII del Tiempo Ordinario
2 julio 2023
Mt 10, 37-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta, y quien reciba a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Y todo aquel que dé de beber tan solo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa”.
¿QUIÉN ES EL “MÍ”, DEL QUE HABLA JESÚS?
Entendidas en su literalidad, las expresiones que aparecen en el texto, con matices comparativos (“más que a mí”) y carga autorreferencial (“por mí”) chirrían con razón a la conciencia moderna, testigo de tantos gurús que han demandado a sus fieles una incondicionalidad incuestionable.
¿Qué sentido tiene que un maestro pida ser amado más que los propios padres o los propios hijos? ¿Quién es el maestro que exige perder la vida por él? Todo ello suena más a una catequesis elaborada por la comunidad primitiva que a dichos auténticos de Jesús. Una comunidad que ya ha “divinizado” a Jesús y que lo presenta como referente absoluto, a cuya luz todo lo demás palidece en un segundo plano. Hoy conocemos también que se trata de un movimiento típicamente sectario, que enaltece hasta el infinito al propio líder.
Sin embargo, aun dejando de lado la cuestión de la autoría de esos dichos, cabe otra lectura de los mismos, no literal, sino espiritual o simbólica. ¿Quién o qué es ese “mí” del que se habla en términos absolutos, como lo único realmente real y lo único por lo que merece postergar todo lo demás?
Cuando se sale de la creencia dogmática y se vive un proceso experiencial de autoindagación, la respuesta se abre paso de manera luminosa: ese “mí” no es la persona del Maestro de Nazaret, ni tampoco otro yo particular. Ese “mí” alude a una realidad transpersonal -más allá de todos los yoes o personas-, a Aquello que constituye el Fondo de todo lo real, la identidad última, única y compartida, que somos.
Ese es el “tesoro escondido” -del que hablará el propio Jesús-, Aquello que somos en profundidad. Por tanto, en cuanto realidad transpersonal, no cabe la apropiación y carece de sentido la comparación. No se pide que ames a uno más que a otros, ni que mueras por alguien en particular, sino que vivas anclado en la verdad de lo que eres. Esta es la clave, válida para toda persona, cualquiera que sea su creencia. Cuando se vive así -dice Jesús en otro lugar-, “todo lo demás se os dará por añadidura”.