PRÓLOGO

 

 

         Ese maestro imparcial –bondadoso e implacable, a la vez- que es la vida, no deja de impartirnos lecciones. Pero no todos y no siempre, las sabemos comprender. Ni siquiera nos damos cuenta de que estamos ante una oportunidad de oro para aprender y ganar en sabiduría.  No es el caso de Enrique Martínez Lozano, quien en este nuevo libro –ciertamente diferente a la mayoría de los que le han precedido-  nos transmite a todos la lección de cómo aprovechar los constantes lances en los que la vida nos compromete.

 

         Sí, lecciones de la vida las recibimos todos, pero aquí es donde se aprecia la inigualable habilidad de Enrique para transformar una experiencia personal (amarga, pero enriquecedora, al fin) en un libro sabio que inspire a todo el que lo lea. Como dice el Evangelio de San Mateo (del que Enrique ha extraído y sigue extrayendo tantas enseñanzas novedosas), no se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa (Mt 5, 14-16). Este es el sentido del nuevo libro de Enrique. Que la luz que se hizo en su corazón al experimentar el sufrimiento, pueda ser vista por todos y nos alumbre en nuestro camino personal.

 

         Sin duda que en esta empresa, Enrique juega con muchas ventajas. Su envidiable facilidad para escribir ese español nítido y elegante que le caracteriza. Su experiencia como terapeuta, su conocimiento del ser humano, cosechado en el prolongado trato con tanta gente a la que ha orientado y sigue orientando con sus enseñanzas sobre la no-dualidad. Su corazón abierto y limpio.

 

         Toda crisis nos ofrece la oportunidad de crecer mentalmente y de acceder a un nivel de conciencia más avanzado. Pero también conlleva el riesgo de que no seamos capaces de dar el salto y nos quedemos atrapados en el peldaño anterior, en aquel en que nos encontrábamos previamente. Es la disyuntiva que acompaña a toda transformación: avanzar o detenerse; a veces, incluso, retroceder. La misión de este libro es precisamente la de acompañarnos en ese camino (todo camino humano es un camino hacia la conciencia) e iluminarlo, para que, en lugar de perdernos o quedarnos atascados en uno de sus repechos, demos con la dirección acertada y tengamos fuerzas para seguir adelante.

 

         El camino de la vida (y el de la conciencia, porque en realidad son uno sólo) es un camino en el que es posible distinguir muchas etapas. Desde que nacemos hasta que nos hacemos mayores y nos acercamos a la muerte, el ser humano debe de ir superando obstáculos muy diversos en su proceso de maduración. Cada época de la vida, cada etapa, nos presenta un reto diferente y también una recompensa distinta cuando la hemos superado. En el plano psicológico, existe un largo proceso que se extiende a lo largo de toda la vida y que podríamos denominar “la integración del yo”. Mientras estemos vivos y tengamos un cuerpo, hemos de ir adaptándonos al entorno, de forma que nuestro cuerpo sobreviva y, para ello, hemos de administrar sabiamente esa instancia del yo, que nos permite seguir vivos en medio de un mundo complicado.

 

         Pero si las cosas no van del todo mal, el proceso de concienciación no acaba con la integración psicológica del yo. La Conciencia nos reclama algo más. La Conciencia aspira a que lo transcendamos. Es decir, que acabemos por desprendernos de él y descubramos otra identidad más honda que la que se basaba en nuestra identificación con el ego. Así que, aunque la distinción tenga un punto de artificial, podemos deslindar dos trechos en el camino: el proceso de maduración psicológica y el momento en el que nos desprendemos del ego para encontrar nuestro ser más profundo. Como nos dice el autor, la crisis viene a librarnos del ego para conducirnos a nuestra verdadera identidad.

 

         Una de las características que distingue al libro de Enrique de otros textos similares de contenido espiritual, es que él sabe ocuparse también de la primera parte, de la parte que implica la integración del yo, es decir de los aspectos psicológicos del proceso de maduración. Por eso, va a hablarnos de las emociones y de cómo transformarlas, de cómo afrontar el dolor y evitar el sufrimiento, de cómo “rendirnos” y atravesar la “noche oscura” que nos ha tocado vivir, de cómo aprender a ser compasivos, de cómo relacionarnos con el niño interior … Pero, desde luego, Enrique no se olvida de la segunda parte; del encuentro con la identidad verdadera que, como él nos ha recordado tantas veces, sólo puede producirse en el marco de la no-dualidad. Al final -para utilizar sus palabras-, el objetivo que buscamos no es “sentirnos bien”, sino permanecer en contacto con quienes realmente somos. Hemos de descubrir que uno solo puede vivirse como “cauce” a través del cual todo fluye –ya no existe un yo protagónico-, y que esa identidad es “compartida” (no-dual): nadie ni nada quedan fuera de ella.

        

         Llegados a este punto, yo voy a callarme. Es preferible que, en lugar de aludir a tantas expresiones afortunadas del libro, el lector o lectora pueda sumergirse directamente en el texto original y se deje acompañar en ese camino tan personal que es el descubrimiento de uno mismo. A ello le animo e invito, dejando que hablen ya las juiciosas palabras de su autor.

 

 

Vicente Simón

Médico Psiquiatra

Catedrático de Psicobiología

Universidad de Valencia.